3) LA CRUZ EL BOSTEZO
Y hoy, veinte siglos después? ¿Creen los que dicen que creen? ¿No son, en definitiva, coherentes quienes en estos días de Semana Santa se dicen creyentes y sin embargo por desgana, por apatia, se limitan a pasar solo las vacaciones bebiendo, de juerga, y comiendo... Solemos creer que el mundo moderno se pudre por los terroristas, los asesinos o los opresores. Me temo que el mundo esté pudriéndose gracias a los dormidos, gracias a que en cada una de nuestras almas hay noventa y cinco partes de sueño y vulgaridad y apenas cinco de vida y de lucha por el bien y por el mal.
De aquí el mayor de mis asombros-. ¿cómo pudo Cristo tener el coraje de morir cuando desde su cruz veía tan perfectamente repre- sentada a la Humanidad en aquellos soldados que jugaban a los da- dos? ¿El gran fruto de su redención iba a ser una comunidad de bostezantes? Morir por una Iglesia ardiente podía resultar hasta dulce. ¡Pero... morir por aquello!
Así entró en la muerte: solo y sabiéndose casi inútil. Tenía que ser Dios -un enorme y absurdo amor- quien aceptaba tan estéril locura. Agachó la cabeza y entró en el túnel de nuestros bostezos. Lo último que vieron sus ojos fue una mano - ¡ah, qué divertida!- que tiraba los dados.
Y hoy, veinte siglos después? ¿Creen los que dicen que creen? ¿No son, en definitiva, coherentes quienes en estos días de Semana Santa se dicen creyentes y sin embargo por desgana, por apatia, se limitan a pasar solo las vacaciones bebiendo, de juerga, y comiendo... Solemos creer que el mundo moderno se pudre por los terroristas, los asesinos o los opresores. Me temo que el mundo esté pudriéndose gracias a los dormidos, gracias a que en cada una de nuestras almas hay noventa y cinco partes de sueño y vulgaridad y apenas cinco de vida y de lucha por el bien y por el mal.
De aquí el mayor de mis asombros-. ¿cómo pudo Cristo tener el coraje de morir cuando desde su cruz veía tan perfectamente repre- sentada a la Humanidad en aquellos soldados que jugaban a los da- dos? ¿El gran fruto de su redención iba a ser una comunidad de bostezantes? Morir por una Iglesia ardiente podía resultar hasta dulce. ¡Pero... morir por aquello!
Así entró en la muerte: solo y sabiéndose casi inútil. Tenía que ser Dios -un enorme y absurdo amor- quien aceptaba tan estéril locura. Agachó la cabeza y entró en el túnel de nuestros bostezos. Lo último que vieron sus ojos fue una mano - ¡ah, qué divertida!- que tiraba los dados.