El efluvio de este escenario rural, pequeño como un pañuelo de hierbas y grande como un amor o una nostalgia inspirada, quedaron muy vivos en el hormigueo poético de tres hijos de estas ribera del Luna. Entre los tres hay una diferencia de lustro, más o menos, en la edad, convivieron dentro de la parca vecindad lugareña, pero tuvieron proyecciones infantiles en el juego o la escuela, o juveniles en el cortejo, con distintas promociones. Después, con mayor o menor relación, cuando la vida los separó, se buscaron en la obra o en el recuerdo, se comprendieron y se amaron. Y, al final, la muerte de uno, el primero, cortó en seco la vida temporal, que no la gloria infinita, cuando la nostalgia de este su rincón del terruño leonés era más apremiante y todo estaba amorosamente dispuesto en Villa Faustina para el retorno, para el reencuentro.... Este fue, este es, Alejandro Casona. Y de él los versos que entrecomillamos, parte de su único libro de poemas que, impreso, conoceremos: La flauta del sapo, si exceptuamos aquel su otro poema adolescente del peregrino de la baraba florida, que aún firmaba con su nombre de pila, Alejandro Rodriguez Álvarez.