Quo vadis, Ciudadanos?
Los diplomados en casquería estiman que Ciudadanos, el partido de Inés Arrimadas, está en las últimas. Esta es la impresión que también se tiene en círculos políticos más sofisticados. Las recientes elecciones catalanas pudieron ser el volapié y la moción de censura murciana ha sido el primer descabello, afirman castizamente. Me paro a meditar y, de momento, el olfato me advierte de esa posibilidad: Ciudadanos está en lista de espera de pasar al valle de la tranquilidad.
Sin embargo, Hipócrates dejó dicho que «el órgano más importante del cuerpo humano es el cerebro», con lo que excluía al olfato de pertenecer a la gran anatomía. Archiven, pues, el olfato como guía de la política.
Cierto, no es descabellada la hipótesis de que Ciudadanos se vaya; de hecho, todo indica que se está yendo y no con parsimonia. Más todavía, también –aunque no sólo-- se trata de una fuga subvencionada en metálico y especias. A eso, Casado casaseno le llama «el comienzo del centro—derecha».
Extraño viaje el de Ciudadanos: primero afirmó que tenía un barniz socialdemócrata; andando el tiempo deja Anás y pasa intempestivamente al liberalismo de Caifás, para en menos que canta un gallo pasó a formar parte del triángulo escaleno de la Plaza de Colón con socios tan altamente inquietantes como tóxicamente peligrosos. Esta es la consecuencia de sucesivas ensoñaciones, que anidaron en el colodrillo de aquel Albert Rivera, que vino a la política en pelotas y de ella se fue en cueros vivos. Primera ensoñación: ellos serían quienes derrotarían el nacionalismo catalán; segunda, las conjunciones astrales auguraban que aquel Rivera sería presidente del Gobierno; y –ya puestos-- la hegemonía del centro—derecha o de la derecha estaría en sus manos. Y de tales polvos llegaron estos lodos.
Ahora bien, para dar una respuesta aproximadamente definitiva sobre el futuro de Ciudadanos, vale la pena dar un rodeo. 1) Ciudadanos puede desaparecer, pero el territorio que (al menos teóricamente) quiso ocupar, el centro, sigue vacante. Sí, ese controvertido espacio –que sólo es una metáfora de la vieja geometría de Euclides-- de momento no tiene nadie quien le escriba. 2) La segunda cuestión es entender si es útil que exista ese territorio llamado metafóricamente centro. Porque si convenimos en su utilidad, sería conveniente proceder a su repoblación forestal.
El tono que está alcanzando la irascible política española requeriría (también, aunque no sólo) la presencia de una fuerza política con la suficiente parsimonia para apaciguar los decibelios. No para eliminar el conflicto, sino para domesticar su fonética. Más todavía, para ayudar a la formación de gobierno cuando doña Correlación de Fuerzas se muestra poco generosa con la fuerza más votada.
Si Ciudadanos es capaz de parar su actual hemorragia, si reflexiona a calzón quitado sobre los meandros de su biografía, si sus grupos dirigentes tienen calma, es posible que ese partido sobreviva. En suma, si dan con la tecla de que «lo primero es antes», como recomendaba don Venancio Sacristán
Pepe Luis López Bulla
Los diplomados en casquería estiman que Ciudadanos, el partido de Inés Arrimadas, está en las últimas. Esta es la impresión que también se tiene en círculos políticos más sofisticados. Las recientes elecciones catalanas pudieron ser el volapié y la moción de censura murciana ha sido el primer descabello, afirman castizamente. Me paro a meditar y, de momento, el olfato me advierte de esa posibilidad: Ciudadanos está en lista de espera de pasar al valle de la tranquilidad.
Sin embargo, Hipócrates dejó dicho que «el órgano más importante del cuerpo humano es el cerebro», con lo que excluía al olfato de pertenecer a la gran anatomía. Archiven, pues, el olfato como guía de la política.
Cierto, no es descabellada la hipótesis de que Ciudadanos se vaya; de hecho, todo indica que se está yendo y no con parsimonia. Más todavía, también –aunque no sólo-- se trata de una fuga subvencionada en metálico y especias. A eso, Casado casaseno le llama «el comienzo del centro—derecha».
Extraño viaje el de Ciudadanos: primero afirmó que tenía un barniz socialdemócrata; andando el tiempo deja Anás y pasa intempestivamente al liberalismo de Caifás, para en menos que canta un gallo pasó a formar parte del triángulo escaleno de la Plaza de Colón con socios tan altamente inquietantes como tóxicamente peligrosos. Esta es la consecuencia de sucesivas ensoñaciones, que anidaron en el colodrillo de aquel Albert Rivera, que vino a la política en pelotas y de ella se fue en cueros vivos. Primera ensoñación: ellos serían quienes derrotarían el nacionalismo catalán; segunda, las conjunciones astrales auguraban que aquel Rivera sería presidente del Gobierno; y –ya puestos-- la hegemonía del centro—derecha o de la derecha estaría en sus manos. Y de tales polvos llegaron estos lodos.
Ahora bien, para dar una respuesta aproximadamente definitiva sobre el futuro de Ciudadanos, vale la pena dar un rodeo. 1) Ciudadanos puede desaparecer, pero el territorio que (al menos teóricamente) quiso ocupar, el centro, sigue vacante. Sí, ese controvertido espacio –que sólo es una metáfora de la vieja geometría de Euclides-- de momento no tiene nadie quien le escriba. 2) La segunda cuestión es entender si es útil que exista ese territorio llamado metafóricamente centro. Porque si convenimos en su utilidad, sería conveniente proceder a su repoblación forestal.
El tono que está alcanzando la irascible política española requeriría (también, aunque no sólo) la presencia de una fuerza política con la suficiente parsimonia para apaciguar los decibelios. No para eliminar el conflicto, sino para domesticar su fonética. Más todavía, para ayudar a la formación de gobierno cuando doña Correlación de Fuerzas se muestra poco generosa con la fuerza más votada.
Si Ciudadanos es capaz de parar su actual hemorragia, si reflexiona a calzón quitado sobre los meandros de su biografía, si sus grupos dirigentes tienen calma, es posible que ese partido sobreviva. En suma, si dan con la tecla de que «lo primero es antes», como recomendaba don Venancio Sacristán
Pepe Luis López Bulla