Lucha de clases a pleno sol (2/2)
En Un día de campo (Une partie de campagne, Renoir, 1936) la
familia de un ferretero se da el lujo de pasar un día de
vacaciones junto al Sena; en manos de un Maupassant y un Jean Renoir es una historia sobre las esperanzas, ilusiones y fracasos de una vida, de todas las vidas que caben en un breve día de
verano. Un hito del cine a pesar de su corta duración y de todos los avatares que sufrió: durante la ocupación nazi se perdió la copia original aunque los negativos fueron salvados por Henri Langloise –fundador de la Cinémathèque Françoise inaugurada también en 1936– y se estrenó 10 años después.
El hijo del pintor era un antifascista convencido que había apoyado al Frente popular, así que ante la invasión nazi salió de
Francia en 1940 hacia EE. UU. para hacer películas de propaganda de
guerra como Esta tierra es mía (1943). La actriz protagonista, la encantadora Sylvia Bataille –esposa por aquel entonces de George Bataille– era judía, así que tuvo que esconderse ante la amenaza de deportación a los campos de exterminio hasta que su pareja, Jacques Lacan, consiguió acceder a su expediente y destruirlo. El mismo año de rodaje de Un día de campo, había llegado al poder ese Frente Popular para el que Renoir había pedido el voto; entonces tres millones de
franceses participaron en las “huelgas alegres” de fábricas y talleres parados pero llenos de
música y bailes, para reivindicar la semana laboral de 40 horas, la representación sindical y dos semanas de vacaciones pagadas; sentando las bases de los derechos laborales a los que aspira cualquier país medianamente decente.
“Todo
trabajador por cuenta ajena tiene derecho a no menos de 30 días naturales de vacaciones por año trabajado.” (Art. 38 del Estatuto de los
trabajadores).
Las vacaciones son un derecho para el trabajador y garantizarlas un deber para el estado de derecho. El
trabajo no es un don mágico otorgado al vulgo desde la clase empresarial. Es más, el trabajo ni siquiera es recomendable, como sentencia el dicho popular: “si fuera bueno no pagarían por hacerlo”. La mitificación del trabajo como elemento dignificador que elevaría al ser humano hacia un premio acorde a sus esfuerzos no deja de ser propaganda ideológica de la peor especie, mucho más cuando todos sabemos que existe algo llamado explotación laboral y trabajadores pobres que carecen de lo mínimo para subsistir, pagar el alquiler o la factura de la luz. Si esto no les convence podemos apelar a otras fuentes, por ejemplo, al lema de infausto recuerdo “El trabajo os hará libres”.
Disfruten de sus muy merecidas vacaciones, solos o con sus
amigos y
familiares. En la costa o en el campo, en un pueblo o con un largo
viaje. Ejerzan el derecho básico del ocio, gocen con una buena siesta, leyendo un
libro, comiendo una paella o una mariscada, paseando. O con el placer de no hacer nada. Es fundamental y necesario en una época en que todos los derechos humanos que tanto costó alcanzar se están poniendo en cuestión. Como diría Jean Renoir, la vida, al final, puede que no sea más que un día de vacaciones.