Mi madre teía dos hoyas grandes, (de unos 40 centímetros de diámetro), de hierro esmaltado (en mi pueblo le llaman, mal dicho, porcelana), que las utilizaba para guardar en una de ellas los sabrosos roscos que amasaba, y, en la otra, los chorizos de la matanza, totalmente recubiertos de aceite.
Un día que estrené un traje, entré a la habitacón donde estaban las hoyas, a oscuras para qe mi madre no se diera cuenta, levanté a tientas la tapa para cojer un rosco, de los que sabía que ya quedaban pocos, metí la mano hasta el fondo y... llené totalmente de "pringue" la manga de mi traje nuevo.
Podeis figuraros la reprimenda que me gané.
Un día que estrené un traje, entré a la habitacón donde estaban las hoyas, a oscuras para qe mi madre no se diera cuenta, levanté a tientas la tapa para cojer un rosco, de los que sabía que ya quedaban pocos, metí la mano hasta el fondo y... llené totalmente de "pringue" la manga de mi traje nuevo.
Podeis figuraros la reprimenda que me gané.