El verdadero papel de occidente en Afganistán
El anuncio de la retirada definitiva de los
EEUU de Afganistán ha provocado una
guerra relámpago de los talibanes y el derrumbe como un castillo de naipes de un
Gobierno pro-occidental que ha demostrado ser un gobierno “títere” incapaz de resistir sin el apoyo
militar de Occidente.
Todo esto nos lleva a que nos planteemos: ¿Para qué ha servido la presencia durante veinte años de los norteamericanos y la OTAN en Afganistán? ¿Cuál ha sido su objetivo? La presencia occidental de estos veinte años en el país sólo ha servido para mantener un sistema de gobierno corrupto incapaz de tener un proyecto de país ni de conformar un modelo de Estado.
Biden lo ha dejado meridianamente claro “el objetivo de la presencia aliada en Afganistán nunca ha sido construir un estado
democrático ni estructurado en el país, sino impedir que fuera una base para ataques
terroristas”. En efecto jamás ha habido un interés por construir un estado central democrático, por eso la influencia del gobierno afgano con Karzai primero y después con Ghani no ha llegado más allá de Kabul. El
ejército, la policía y la máquina burocrática no han servido más que para un desarrollo burocrático de
corrupción plena que ha sido compartido con los señores de la guerra pertenecientes a las minorías uzbekas, tayikas y hazara que controlaban una parte del país. Mientras en la mayoritaria población pastún tenía su base el poder de las guerrillas talibanes.
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Ni 20 años de presencia militar occidental ni los dos billones de dólares gastados han comportado cambios en Afganistán ya que no ha existido nunca una voluntad real de construir un estado democrático ni por parte de los
gobernantes afganos ni de los occidentales.
Ahora los
medios de comunicación no paran de explicar que Afganistán es un país que ha derrotado a tres imperios, el
británico, el soviético y el norteamericano y se lanzan a derrochar lágrimas de cocodrilo sobre el pavoroso futuro a que se enfrentan las
mujeres en Afganistán.
Todos estos medios parecen desconocer que hubo una etapa histórica en la que hubo una posibilidad de establecer un estado mínimamente moderno en Afganistán en el que las mujeres disfrutaron de una mayor plenitud de derechos y que fue destruido por el interés conjunto de los “señores de la guerra”, los religiosos integristas, la insurgencia islamista, las fuerzas de islamistas internacionales como Bin Laden y la colaboración fundamental de occidente.
Desde 1964 con la instauración de la
Monarquía Constitucional y posteriormente en 1973 con la declaración de la República por Mohammed Daud y en 1978 con la proclamación de la República
Democrática de Afganistán (RDA) de inspiración
comunista hasta su desaparición a finales de los 80, se dan los años donde existió un intento de construcción primero de un estado y después de un estado laico lo más parecido posible a un estado moderno y que coincide con los mejores años en lo referente a los derechos de las mujeres (tal como expliqué en el artículo “Afganistán desde la perspectiva de los derechos de las mujeres”).
Ahora todo el mundo parece compadecerse de la situación de las mujeres, pero en estos veinte años de intervención occidental la situación de la
mujer no ha mejorado en el país con la excepción como máximo de determinados sectores de la población en Kabul, los más vinculados a la élite gubernamental o a las fuerzas de intervención. En el resto del país no ha habido cambios para las mujeres, lo cual no debe extrañarnos si tenemos en cuenta la situación en otros países aliados de los norteamericanos como Arabia Saudita o Pakistán, ambos con magníficas relaciones con muyahidines o talibanes (ambos, aliados de los EEUU, ya han mostrado su satisfacción ante la instauración del nuevo Emirato Islámico).
Debemos recordar que, con el fin de desgastar a la Unión Soviética,
Estados Unidos apoyó y financió económica y militarmente a los opositores al régimen laico de Kabul, especialmente a los llamados por el Presidente Reagan “Freedom fighters” entre los que se encontraba Bin Laden y los sectores más caciquiles, reaccionarios y tribales de Afganistán.
Desde la caída del régimen pro-soviético, a principios de los noventa, Occidente no se preocupa por la situación del país, ni incluso cuando los talibanes toman el poder en 1996. Sólo después del atentado a los Torres Gemelas del 11S, ya en el 2001, es cuando Estados Unidos y
Gran Bretaña y después el resto de las llamadas fuerzas aliadas intervienen como respuesta al ataque de Al-Qaeda y del que también responsabilizan al gobierno talibán que les daba refugio. Hasta entonces poco interés habían tenido por la situación de la población una vez conseguido el objetivo de debilitar a la Unión Soviética.
La intervención occidental desaloja a los talibanes y da apoyo a una coalición de los diversos grupos afganos contrarios a los talibanes, básicamente señores de la guerra de las diversas minorías no pastunes. De ahí surge el gobierno de Karzai y los subsiguientes cuya seña de identidad es la corrupción generalizada en su gestión.
De lo que no nos informan en los medios de comunicación es que en estos años de intervención occidental y a pesar de los millones de dólares gastados, la corrupción ha provocado que prácticamente la mitad de la población continúe en un nivel de pobreza extrema, y como consecuencia se dé una gran mortalidad infantil y una esperanza de vida de las peores de todo el planeta. Asimismo la guerra que lleva dos décadas en curso ha provocado millones de refugiados, que probablemente ahora se incrementarán.
Asimismo el poder de los “señores de la guerra” y sus gobiernos en Kabul han provocado además de la inmensa corrupción, de la que hemos hablado, que Afganistán se haya convertido en el principal productor de opio del mundo, por encima del 80%, pese que antes de esta etapa de
guerras ininterrumpidas este cultivo estaba prácticamente erradicado en años anteriores a 1987.
Pero a los medios de comunicación no les apetece
hablar de todos estos antecedentes. Es más vendible ahora lanzar sospechas y teorías de distracción sobre los contactos de Rusia y
China con los talibanes. Cuando dichos contactos se limitan a obtener de los talibanes el compromiso a no intervenir en otros países de la zona que son de interés estratégico para rusos y
chinos. Y como si el 20 marzo del 2020 no se hubiera firmado un acuerdo en Doha, entre los talibanes y Estados Unidos, por el que se establecía el compromiso de los norteamericanos de retirar todas las tropas extranjeras en mayo del 2021 y sellando con ello el final cantado del Gobierno “títere” y corrupto. Y debemos tener en cuenta que la menor corrupción de los talibanes, pese a su rigorismo intransigente, es un elemento valorado por muchos afganos.
Y por favor en Occidente se debería tener un poco de vergüenza y no atreverse a hablar por las mujeres y niños de Afganistán que nunca han sido prioritarios en estos 20 años más allá de la propaganda.