Sin embargo, los de las baldosas no sabían que futuro les esperaba. Quizás acabar colgados de sendas escarpias en alguna casa gallega de algún
amigo del pequeño. Y además taladrados. ¡Uf, que negro panorama! Menos mal que lo ignoraban del todo.
Por otra parte, tal vez fueran la diana de la chiquillería también allí. Pues una historia como la suya pesaba mucho y los chismosos acompañantes del niño lo contarían todo a la menor oportunidad.