Los incas que fueron un pueblo sabio sin escritura, la cultivaban a tres mil metros de altitud, junto al cielo, e incluso habían desarrollado un procedimiento para liofilizarlas mucho antes de que se inventara la liofilización moderna. Las congelaban enterrándolas en la nieve por la noche y después las mujeres las pisaban al sol del mediodía durante varias jornadas, hasta que les extraían todo el agua y quedaban secas. De ese modo podían conservarlas en perfecto estado largo tiempo. En América se conocen desde hace más de diez mil años.
Pero no sólo los reyes americanos adoraban la patata. En Europa fue la planta preferida de Luis XVI de Francia, que la cultivó con dedicación en Versalles por indicación de su boticario Auguste Parmentier. Según parece, el rey francés empleaba a menudo las hermosas flores malvas de esta solanácea para decorar el Salón de los Espejos, y llamaba a la raíz “el pan de los pobres”, y “el milagro que salvó Francia”. Hasta Federico el Grande de Prusia tuvo que rendirse con todo su ejército ante las infinitas virtudes de este tubérculo singular.