Tenia en mi ordenador esta carta transcrita, no se de quien es ni quien la escribio, solo sé seguro una cosa YO NO HE SIDO, aunque coincido plenamente con la reflexión de su autor.
Revisando escritos y ciertos ducumentos que necesitaba, me la encontré antes de eliminarla de mi ordenador queria compartirla con vosotros (es raro que no uviese puesto el nombre del autor o alguna reseña identificativa)
REFLEXIONES
SOBRE LA SOCIEDAD DE CONSUMO
Cuando algún infeliz -que no se ha enterado de que vivimos en la era del pensamiento único y de que si no existe la inquisición es porque se espera que todo buen ciudadano lleve una mini inquisición implantada en el cerebrito- se atreve a sugerir, por ejemplo en una tertulia, que tal vez el paraíso aséptico del Primer Mundo, lleno de McDonalds y centros comerciales, no tiene porque ser el modelo que los pueblos del Tercer Mundo deben imitar o que no todos los seres humanos tenemos porque intentar parecernos a esos muñequitos lobotomizados de las teleseries de Sony o que -peor aún, ¡anatema!- tal vez (¡y sólo tal vez!) en el camino del desarrollo los pueblos del Primer Mundo hayan perdido algunas cosas importantes. Cuando este infeliz, repito, se atreve a sugerir, aunque sea con mucha timidez y delicadeza, algunas de estas ideas, se expone casi siempre a recibir una avalancha de sanos y sensatos argumentos –expresados casi siempre en forma muy poco sana y sensata, a dos pasos del garrotazo y de la hoguera- de parte de los bienpensantes presentes: “Yo creo que si a los campesinos depauperados se les diera a escoger, preferirían vivir como en el Primer Mundo”, “ ¿O sea que está bien morirse de hambre? Eso es el elogio de la pobreza” y el inevitable y grosero “Claro, es muy fácil decir eso cuando no se sabe lo que es la pobreza” (como si, el que lo dice, lo supiera. Es una forma fácil de quedar como una persona madura y sensata y casi, casi, como un héroe).
Esto parece de mucho sentido común –e incluso parece “izquierdista”- pero en el fondo es una idea falaz y, además, profundamente reaccionaria. Es obvio que si una persona se está ahogando en el mar va a procurar con todas sus fuerzas alcanzar la costa, aunque ésta se halle cubierta de basura. Es más, poco le va a importar la basura en cuestión y le daría lo mismo que se halle, también, sembrada de ortigas. Eso no significa que la basura no exista ni descalifica a la persona que diga “hey, esto está sucio, hay basura”. Todo el pensamiento único que se nos pide que aceptemos como borregos revela su profunda pobreza apenas lo analizamos con el ánimo calmado, lejos de los alaridos histéricos de los bienpensantes. ¡Y todavía existen payasos que nos arrojan esta basura ideológica a la cara como si se tratara de los razonamientos más sutiles e ingeniosos del Mundo!
En realidad, esto se apoya en una verdad de Pero Grullo: Es mejor tener que comer a morirse de hambre (¡y es mejor tener las dos piernas que ser cojo!). Recuerda una frase que creo que dijo De Gaulle en un momento en que, con seguridad, no se hallaba demasiado brillante: “Es mejor ser rico y sano que pobre y enfermo”. Lo que a De Gaulle no se le hubiera ocurrido decir nunca –con todo y ser un señor muy autoritario y conservador- es que vale más una persona rica y sana que una pobre y enferma y esto, precisamente, es lo que nos dice permanentemente el pensamiento único en forma sutil e insidiosa y lo que repiten como cotorras y creen los bienpensantes sin ser conscientes de ello (porque no son conscientes de casi nada).
Si el negocio de un amigo mío fuera a la quiebra y él se viera arrojado al arroyo, yo trataría de ayudarlo. Pero no tendría porque sentirme superior a él ni mostrarme condescendiente ya que su desgracia es, básicamente, un accidente. Mucho menos trataría de eliminar sus pensamientos y su personalidad para convertirlo en un clon a mi imagen y semejanza.
La idea de que “el hombre de éxito”, el “hombre moderno” (o “postmoderno”), el primer mundista, el burgués (también el burgués tercermundista) es mejor, vale más, se halla más difundida de lo que generalmente se cree. Los más necios dirán, simplemente, (y estos necios serán, por lo menos, más sinceros) que “es más lindo” y “es lo in”. Otros, con cierto grado de sofisticación dentro de su estupidez, dirán que es “más culto” y “más tolerante”. Veamos qué tanta verdad hay en esto.
Tal vez la tolerancia sea una cuestión de carácter o de autodisciplina. El tema da para mucho, incluso para un libro entero. Un proverbio chino dice que aquel que tiene la razón no necesita gritar. Me gustaría agregar que no sería mala idea que se nos enseñe en la escuela, desde niños, el arte de la discusión alterada y respetuosa en lugar del fárrago de cosas inútiles con que se nos atiborra (a mí, personalmente, no me sirven de nada los logaritmos).
Volviendo a nuestro tema, cuando se dice que el primer mundista o el burgués es más “culto” se está confundiendo, en realidad, el acceso a la cultura con su aprovechamiento. Yo puedo vivir en medio de la Biblioteca de Alejandría y no aprovecharla en lo más mínimo, pasarme el día viendo fútbol o pornografía (a mí, en lo personal, me parece mucho más interesante la pornografía que el fútbol). Por otro lado, aquello de la cultura –ya deberíamos saberlo de sobra, después de que, durante tantos años, los antropólogos han insistido con el tema- es muy relativo. Nosotros podemos aventajar, por ejemplo, a un beduino respecto a ciertas áreas de nuestro conocimiento pero no sabemos cómo sobrevivir en el desierto, cómo buscar agua o montar en camello. Además, es muy probable que con respecto a la totalidad de su cultura él tenga un dominio superior a la que tenemos nosotros con respecto a la nuestra. La hiperespecialización nos convierte en piezas de un engranaje y “el médico que sólo medicina sabe, ni siquiera medicina sabe”.
Existen varios programas de TV en los que un viajero, siempre proveniente del Primer Mundo, recorre los cinco continentes. En casi todos se repite una constante: Al señorito o señorita en cuestión (cuyos méritos, dicho sea de paso, para divertirse viajando y, encima, cobrar por ello, desconocemos, ya que no suelen ser muy buenos observadores ni muy cultos ni suelen hablar demasiado bien) le parece hermoso todo lo que hay en Europa o los Estados Unidos. Todo lo que hay en África, América Latina o Asia (con la posible excepción de Japón y, tal vez, China) es feo, ridículo, de mal gusto o, en el mejor de los casos, pintoresco (en resumen, “cutre”, para usar un neologismo horrendo, caro a los españolitos de última generación). Un rubicundo chico norteamericano se quejaba de lo “grasosa” que era, según él, la comida árabe (¿quiénes son los yanquis para decir esto? Ellos, precisamente, que se intoxican e intoxican a medio Mundo con sus asquerosas hamburguesas pletóricas de colesterol). Parece que no tenemos nada que aprender de los beduinos, los indios de la selva o los campesinos chinos (por poner tres ejemplos al azar) ¡Qué lejos estamos de viajeros como Livingstone, Richard Burton o –incluso, a pesar de ser guerreros y enemigos- los cronistas españoles de la conquista, que admiraban, respetaban y trataban de comprender a otros pueblos y otras culturas!
A los que no nos consideramos como parte del Punto Omega de la historia y nos contentamos con poder decir que, por lo menos relativamente, somos capaces de utilizar por nuestra propia cuenta la protuberancia que tenemos encima de los hombros, nos gustaría saber que diría un “buen salvaje” que recorriese las urbes del Primer Mundo. Qué diría del fascismo blandengue, hipócrita y “políticamente correcto” que ahí habita. Qué diría del hecho de vivir siempre corriendo detrás del un nuevo modelo de auto o cualquier otra porquería.
No somos los primeros en criticar la sociedad de consumo. René Dumont, ingeniero agrónomo francés, prefería en los 60 y 70, hablar de “sociedad del despilfarro”. El consideraba que esta sociedad estaba destruyendo a la civilización y al planeta y que, además, el estilo de vida del Primer Mundo debía cambiar, no sólo por ser una amenaza para la supervivencia de la humanidad, sino por ser profundamente injusto e inmoral, al condenar a la mayoría de los pueblos del Mundo al atraso y la pobreza. Después sus ideas pasaron de moda. Curioso, ya que su diagnóstico no ha perdido actualidad.
Pero supongamos que todo se arregla. Supongamos que el problema medioambiental es, si no solucionado, por lo menos controlado, y que todos los pueblos de la Tierra acceden al paraíso del consumo ilimitado. El Mundo se volvería un enorme shopping. Estaría todo bien, ¿verdad? Aquello sería Jauja. A mí, personalmente, no me lo parece. Tal vez sea que los “extremistas” somos las únicas personas que nos aburrimos cuando todo va bien. Tal vez nuestro problema sea psiquiátrico o simplemente, nos gusta dar la contra y carecemos de aquello que se llama “actitud positiva”.
¿Qué es lo malo del estilo de vida de la sociedad de consumo? Su profunda fealdad, producto de su vacuidad, de su falta de contenido. Y esto nace de los valores falsos que la sociedad de consumo impone, valores que mutilan el espíritu humano, digan lo que digan los bienpensantes. La “calidad de vida”, la “realización profesional”... Zarandajas que ocultan la real veneración al gran ídolo del dinero, el dios celoso del mundo contemporáneo, ante el cual todos tiemblan y se postran. Él es quien transforma el arte en pasatiempo, la ética en vulgar buen sentido, el mercader el modelo al que todos debemos imitar y todo, absolutamente todo, en mercancía.
Claro está que aquel que se de cuenta de todo esto tendrá que hacerlo saber... Y se convertirá en un ridículo Don Quijote luchando contra fantasmas tanto más poderosos cuanto más difusos, pues se asientan no en el garrote del gendarme, sino en las mentes de sus congéneres. No le importará, ya que no existe hombre más libre que aquel que es esclavo de la verdad.
Revisando escritos y ciertos ducumentos que necesitaba, me la encontré antes de eliminarla de mi ordenador queria compartirla con vosotros (es raro que no uviese puesto el nombre del autor o alguna reseña identificativa)
REFLEXIONES
SOBRE LA SOCIEDAD DE CONSUMO
Cuando algún infeliz -que no se ha enterado de que vivimos en la era del pensamiento único y de que si no existe la inquisición es porque se espera que todo buen ciudadano lleve una mini inquisición implantada en el cerebrito- se atreve a sugerir, por ejemplo en una tertulia, que tal vez el paraíso aséptico del Primer Mundo, lleno de McDonalds y centros comerciales, no tiene porque ser el modelo que los pueblos del Tercer Mundo deben imitar o que no todos los seres humanos tenemos porque intentar parecernos a esos muñequitos lobotomizados de las teleseries de Sony o que -peor aún, ¡anatema!- tal vez (¡y sólo tal vez!) en el camino del desarrollo los pueblos del Primer Mundo hayan perdido algunas cosas importantes. Cuando este infeliz, repito, se atreve a sugerir, aunque sea con mucha timidez y delicadeza, algunas de estas ideas, se expone casi siempre a recibir una avalancha de sanos y sensatos argumentos –expresados casi siempre en forma muy poco sana y sensata, a dos pasos del garrotazo y de la hoguera- de parte de los bienpensantes presentes: “Yo creo que si a los campesinos depauperados se les diera a escoger, preferirían vivir como en el Primer Mundo”, “ ¿O sea que está bien morirse de hambre? Eso es el elogio de la pobreza” y el inevitable y grosero “Claro, es muy fácil decir eso cuando no se sabe lo que es la pobreza” (como si, el que lo dice, lo supiera. Es una forma fácil de quedar como una persona madura y sensata y casi, casi, como un héroe).
Esto parece de mucho sentido común –e incluso parece “izquierdista”- pero en el fondo es una idea falaz y, además, profundamente reaccionaria. Es obvio que si una persona se está ahogando en el mar va a procurar con todas sus fuerzas alcanzar la costa, aunque ésta se halle cubierta de basura. Es más, poco le va a importar la basura en cuestión y le daría lo mismo que se halle, también, sembrada de ortigas. Eso no significa que la basura no exista ni descalifica a la persona que diga “hey, esto está sucio, hay basura”. Todo el pensamiento único que se nos pide que aceptemos como borregos revela su profunda pobreza apenas lo analizamos con el ánimo calmado, lejos de los alaridos histéricos de los bienpensantes. ¡Y todavía existen payasos que nos arrojan esta basura ideológica a la cara como si se tratara de los razonamientos más sutiles e ingeniosos del Mundo!
En realidad, esto se apoya en una verdad de Pero Grullo: Es mejor tener que comer a morirse de hambre (¡y es mejor tener las dos piernas que ser cojo!). Recuerda una frase que creo que dijo De Gaulle en un momento en que, con seguridad, no se hallaba demasiado brillante: “Es mejor ser rico y sano que pobre y enfermo”. Lo que a De Gaulle no se le hubiera ocurrido decir nunca –con todo y ser un señor muy autoritario y conservador- es que vale más una persona rica y sana que una pobre y enferma y esto, precisamente, es lo que nos dice permanentemente el pensamiento único en forma sutil e insidiosa y lo que repiten como cotorras y creen los bienpensantes sin ser conscientes de ello (porque no son conscientes de casi nada).
Si el negocio de un amigo mío fuera a la quiebra y él se viera arrojado al arroyo, yo trataría de ayudarlo. Pero no tendría porque sentirme superior a él ni mostrarme condescendiente ya que su desgracia es, básicamente, un accidente. Mucho menos trataría de eliminar sus pensamientos y su personalidad para convertirlo en un clon a mi imagen y semejanza.
La idea de que “el hombre de éxito”, el “hombre moderno” (o “postmoderno”), el primer mundista, el burgués (también el burgués tercermundista) es mejor, vale más, se halla más difundida de lo que generalmente se cree. Los más necios dirán, simplemente, (y estos necios serán, por lo menos, más sinceros) que “es más lindo” y “es lo in”. Otros, con cierto grado de sofisticación dentro de su estupidez, dirán que es “más culto” y “más tolerante”. Veamos qué tanta verdad hay en esto.
Tal vez la tolerancia sea una cuestión de carácter o de autodisciplina. El tema da para mucho, incluso para un libro entero. Un proverbio chino dice que aquel que tiene la razón no necesita gritar. Me gustaría agregar que no sería mala idea que se nos enseñe en la escuela, desde niños, el arte de la discusión alterada y respetuosa en lugar del fárrago de cosas inútiles con que se nos atiborra (a mí, personalmente, no me sirven de nada los logaritmos).
Volviendo a nuestro tema, cuando se dice que el primer mundista o el burgués es más “culto” se está confundiendo, en realidad, el acceso a la cultura con su aprovechamiento. Yo puedo vivir en medio de la Biblioteca de Alejandría y no aprovecharla en lo más mínimo, pasarme el día viendo fútbol o pornografía (a mí, en lo personal, me parece mucho más interesante la pornografía que el fútbol). Por otro lado, aquello de la cultura –ya deberíamos saberlo de sobra, después de que, durante tantos años, los antropólogos han insistido con el tema- es muy relativo. Nosotros podemos aventajar, por ejemplo, a un beduino respecto a ciertas áreas de nuestro conocimiento pero no sabemos cómo sobrevivir en el desierto, cómo buscar agua o montar en camello. Además, es muy probable que con respecto a la totalidad de su cultura él tenga un dominio superior a la que tenemos nosotros con respecto a la nuestra. La hiperespecialización nos convierte en piezas de un engranaje y “el médico que sólo medicina sabe, ni siquiera medicina sabe”.
Existen varios programas de TV en los que un viajero, siempre proveniente del Primer Mundo, recorre los cinco continentes. En casi todos se repite una constante: Al señorito o señorita en cuestión (cuyos méritos, dicho sea de paso, para divertirse viajando y, encima, cobrar por ello, desconocemos, ya que no suelen ser muy buenos observadores ni muy cultos ni suelen hablar demasiado bien) le parece hermoso todo lo que hay en Europa o los Estados Unidos. Todo lo que hay en África, América Latina o Asia (con la posible excepción de Japón y, tal vez, China) es feo, ridículo, de mal gusto o, en el mejor de los casos, pintoresco (en resumen, “cutre”, para usar un neologismo horrendo, caro a los españolitos de última generación). Un rubicundo chico norteamericano se quejaba de lo “grasosa” que era, según él, la comida árabe (¿quiénes son los yanquis para decir esto? Ellos, precisamente, que se intoxican e intoxican a medio Mundo con sus asquerosas hamburguesas pletóricas de colesterol). Parece que no tenemos nada que aprender de los beduinos, los indios de la selva o los campesinos chinos (por poner tres ejemplos al azar) ¡Qué lejos estamos de viajeros como Livingstone, Richard Burton o –incluso, a pesar de ser guerreros y enemigos- los cronistas españoles de la conquista, que admiraban, respetaban y trataban de comprender a otros pueblos y otras culturas!
A los que no nos consideramos como parte del Punto Omega de la historia y nos contentamos con poder decir que, por lo menos relativamente, somos capaces de utilizar por nuestra propia cuenta la protuberancia que tenemos encima de los hombros, nos gustaría saber que diría un “buen salvaje” que recorriese las urbes del Primer Mundo. Qué diría del fascismo blandengue, hipócrita y “políticamente correcto” que ahí habita. Qué diría del hecho de vivir siempre corriendo detrás del un nuevo modelo de auto o cualquier otra porquería.
No somos los primeros en criticar la sociedad de consumo. René Dumont, ingeniero agrónomo francés, prefería en los 60 y 70, hablar de “sociedad del despilfarro”. El consideraba que esta sociedad estaba destruyendo a la civilización y al planeta y que, además, el estilo de vida del Primer Mundo debía cambiar, no sólo por ser una amenaza para la supervivencia de la humanidad, sino por ser profundamente injusto e inmoral, al condenar a la mayoría de los pueblos del Mundo al atraso y la pobreza. Después sus ideas pasaron de moda. Curioso, ya que su diagnóstico no ha perdido actualidad.
Pero supongamos que todo se arregla. Supongamos que el problema medioambiental es, si no solucionado, por lo menos controlado, y que todos los pueblos de la Tierra acceden al paraíso del consumo ilimitado. El Mundo se volvería un enorme shopping. Estaría todo bien, ¿verdad? Aquello sería Jauja. A mí, personalmente, no me lo parece. Tal vez sea que los “extremistas” somos las únicas personas que nos aburrimos cuando todo va bien. Tal vez nuestro problema sea psiquiátrico o simplemente, nos gusta dar la contra y carecemos de aquello que se llama “actitud positiva”.
¿Qué es lo malo del estilo de vida de la sociedad de consumo? Su profunda fealdad, producto de su vacuidad, de su falta de contenido. Y esto nace de los valores falsos que la sociedad de consumo impone, valores que mutilan el espíritu humano, digan lo que digan los bienpensantes. La “calidad de vida”, la “realización profesional”... Zarandajas que ocultan la real veneración al gran ídolo del dinero, el dios celoso del mundo contemporáneo, ante el cual todos tiemblan y se postran. Él es quien transforma el arte en pasatiempo, la ética en vulgar buen sentido, el mercader el modelo al que todos debemos imitar y todo, absolutamente todo, en mercancía.
Claro está que aquel que se de cuenta de todo esto tendrá que hacerlo saber... Y se convertirá en un ridículo Don Quijote luchando contra fantasmas tanto más poderosos cuanto más difusos, pues se asientan no en el garrote del gendarme, sino en las mentes de sus congéneres. No le importará, ya que no existe hombre más libre que aquel que es esclavo de la verdad.