Raúl del Pozo
Los independentistas han dividido España entre ellos y nosotros. Mañana martes serán traidores a ellos o a nosotros; o quedarán ante la Historia como unos birlones que llegaron con un muestrario de quimeras con las que engatusaron a la gente y acabaron con una declaración de independencia de ópera cómica.
Prometieron una república platónica, en la que ellos solos tenían el poder para engañar a un Estado opresor, que sólo existió en el pasado. Colocaron una bastilla irreal en Montjuic y pasaron de la utopía a la revuelta.
La comedia puede -aún- acabar en tragedia porque los nacionalistas han despertado a España. «Hace mil años que Francia está muerta», dijo De Gaulle y llevó bien alto el cadáver de Francia haciendo creer que estaba viva. Aquí y ahora, España ha despertado cuando le iban a dar la puñalada por la espalda. Ya nadie tiene miedo de que le llamen facha si lleva un bandera de España. Como temía un dirigente de la izquierda española, si España despierta se van a enterar de lo que vale un peine. Ayer, un millón de ciudadanos -según los organizadores- salió a las calles de Barcelona en defensa de la Constitución, contra la conjura reaccionaria o la peste de Europa.
Si el martes nace una república catalana, nacerá muerta. El nacionalismo se habría inmolado por quinta vez con sus razonamientos de segundo orden, como escribió Caro Baroja. No se recuerda una insurrección que tantas veces fracase.
En esta ocasión, la mayoría de los españoles exige que no haya perdón, mientras los rebeldes y sus cómplices piden diálogo. Reclaman que lleguen a un acuerdo Herodes y Pilatos. Como escribió Chesterton, Herodes y Pilatos se detestaban, pero algo llevó a uno a buscar el apoyo del otro.
Muchos demócratas temen que la intentona nacionalpopulista quede sin respuesta con la coartada de la paz, que sería cobardía y desvergüenza política. El supremo arte de la guerra, según los clásicos, es someter al enemigo sin luchar; pero cuando el enemigo es el nacionalismo, no se le somete nunca. Que no se fíe el Gobierno: volverán a organizar con astucia su venganza. Seguirán con el memorial de agravios y su falsa moderación. Unos españoles piden cárcel; otros, olvido. Diálogo por compasión exigen los que han apoyado la revuelta. «Ni DUI ni 155. Lo valiente hoy es escuchar», dice ahora con suavidad Ada Colau, después de estar vociferando en la barricada del fanatismo.
Los más radicales insisten en que mañana habrá declaración. Pero realmente nadie sabe lo que va a ocurrir. La DUI no está descartada; quizás, con una retórica menos agresiva.
Los independentistas han dividido España entre ellos y nosotros. Mañana martes serán traidores a ellos o a nosotros; o quedarán ante la Historia como unos birlones que llegaron con un muestrario de quimeras con las que engatusaron a la gente y acabaron con una declaración de independencia de ópera cómica.
Prometieron una república platónica, en la que ellos solos tenían el poder para engañar a un Estado opresor, que sólo existió en el pasado. Colocaron una bastilla irreal en Montjuic y pasaron de la utopía a la revuelta.
La comedia puede -aún- acabar en tragedia porque los nacionalistas han despertado a España. «Hace mil años que Francia está muerta», dijo De Gaulle y llevó bien alto el cadáver de Francia haciendo creer que estaba viva. Aquí y ahora, España ha despertado cuando le iban a dar la puñalada por la espalda. Ya nadie tiene miedo de que le llamen facha si lleva un bandera de España. Como temía un dirigente de la izquierda española, si España despierta se van a enterar de lo que vale un peine. Ayer, un millón de ciudadanos -según los organizadores- salió a las calles de Barcelona en defensa de la Constitución, contra la conjura reaccionaria o la peste de Europa.
Si el martes nace una república catalana, nacerá muerta. El nacionalismo se habría inmolado por quinta vez con sus razonamientos de segundo orden, como escribió Caro Baroja. No se recuerda una insurrección que tantas veces fracase.
En esta ocasión, la mayoría de los españoles exige que no haya perdón, mientras los rebeldes y sus cómplices piden diálogo. Reclaman que lleguen a un acuerdo Herodes y Pilatos. Como escribió Chesterton, Herodes y Pilatos se detestaban, pero algo llevó a uno a buscar el apoyo del otro.
Muchos demócratas temen que la intentona nacionalpopulista quede sin respuesta con la coartada de la paz, que sería cobardía y desvergüenza política. El supremo arte de la guerra, según los clásicos, es someter al enemigo sin luchar; pero cuando el enemigo es el nacionalismo, no se le somete nunca. Que no se fíe el Gobierno: volverán a organizar con astucia su venganza. Seguirán con el memorial de agravios y su falsa moderación. Unos españoles piden cárcel; otros, olvido. Diálogo por compasión exigen los que han apoyado la revuelta. «Ni DUI ni 155. Lo valiente hoy es escuchar», dice ahora con suavidad Ada Colau, después de estar vociferando en la barricada del fanatismo.
Los más radicales insisten en que mañana habrá declaración. Pero realmente nadie sabe lo que va a ocurrir. La DUI no está descartada; quizás, con una retórica menos agresiva.