Pinto, 13 de julio de 1642 (Un día como el de hoy)
Al amanecer sacaron el cuerpo de la Torre de Pinto. Lo pusieron en un carro tirado por unos tristes caballos famélicos, y se dispusieron viaje a Madrid. Llegaron al Real Colegio Imperial donde sería enterrado en la capilla, al tratarse de un noble, el Duque de Nocera, D. Francisco María Caraffa y Caraffa. Unas sábanas ensangrentadas cubrían el cadáver. Había muerto con el alba, tras ser azotado y torturado de forma cruel e impune, ya que su epidermis había sido lacerada y arrancada casi en su totalidad.
El Duque de Nocera, había sido encarcelado en el Torreón de Pinto por defender una "solución conciliadora en el conflicto de Cataluña". Baltasar Gracián, su confesor y amigo, nada había podido hacer para salvarle de Olivares, el favorito del rey Felipe IV. La estrechez de miras del rey Felipe IV, más la ambición desmesurada del Conde-Duque de Olivares, a la par que muy celoso, habían llevado a un hombre prudente a la cárcel, al suplicio y al martirio más ingratos.
Sumergida en la analepsis que me permite intuir ciertos hechos del pasado con nitidez, parece (metáfora) que siempre que paso junto a esta Torre, se oyen los gritos de dolor del Duque, que quedaron para siempre en los muros de la Torre. Estos lugares de castigo que han sido las Torres, como la Torre de Londres, siempre emiten un cierto destello que tal vez debiera ser ritualizado para estirparlo. Me sigue impactando mucho la historia de este hombre inocente y por
eso estoy hoy recordando su memoria, solicitando que las famosas alusiones a la MH (memoria histórica) lleguen a todos los estadios del pasado y sin restricciones.
Al principio de llegar a Pinto, estaba fascinada por el misterio de la Torre, pero a medida que han transcurrido los años he comprendido el significado de ciertas señales difíciles de narrar o interpretar, porque conllevan violencia "in extremis", como fue esta muerte innecesaria, este asesinato perpetrado por los representantes de la ley de aquel entonces.
Que Dios proteja estos muros!, me digo al pasar junto a la Torre, porque el karma de dolor que se generó en ellos sigue ahí adherido y fijo, solicitando un rescate.
Cinco siglos más tarde el conflicto sigue sin resolverse y los intentos que se hacen por conciliar también se pretenden minar.
(Por Éboli de Merr)
Al amanecer sacaron el cuerpo de la Torre de Pinto. Lo pusieron en un carro tirado por unos tristes caballos famélicos, y se dispusieron viaje a Madrid. Llegaron al Real Colegio Imperial donde sería enterrado en la capilla, al tratarse de un noble, el Duque de Nocera, D. Francisco María Caraffa y Caraffa. Unas sábanas ensangrentadas cubrían el cadáver. Había muerto con el alba, tras ser azotado y torturado de forma cruel e impune, ya que su epidermis había sido lacerada y arrancada casi en su totalidad.
El Duque de Nocera, había sido encarcelado en el Torreón de Pinto por defender una "solución conciliadora en el conflicto de Cataluña". Baltasar Gracián, su confesor y amigo, nada había podido hacer para salvarle de Olivares, el favorito del rey Felipe IV. La estrechez de miras del rey Felipe IV, más la ambición desmesurada del Conde-Duque de Olivares, a la par que muy celoso, habían llevado a un hombre prudente a la cárcel, al suplicio y al martirio más ingratos.
Sumergida en la analepsis que me permite intuir ciertos hechos del pasado con nitidez, parece (metáfora) que siempre que paso junto a esta Torre, se oyen los gritos de dolor del Duque, que quedaron para siempre en los muros de la Torre. Estos lugares de castigo que han sido las Torres, como la Torre de Londres, siempre emiten un cierto destello que tal vez debiera ser ritualizado para estirparlo. Me sigue impactando mucho la historia de este hombre inocente y por
eso estoy hoy recordando su memoria, solicitando que las famosas alusiones a la MH (memoria histórica) lleguen a todos los estadios del pasado y sin restricciones.
Al principio de llegar a Pinto, estaba fascinada por el misterio de la Torre, pero a medida que han transcurrido los años he comprendido el significado de ciertas señales difíciles de narrar o interpretar, porque conllevan violencia "in extremis", como fue esta muerte innecesaria, este asesinato perpetrado por los representantes de la ley de aquel entonces.
Que Dios proteja estos muros!, me digo al pasar junto a la Torre, porque el karma de dolor que se generó en ellos sigue ahí adherido y fijo, solicitando un rescate.
Cinco siglos más tarde el conflicto sigue sin resolverse y los intentos que se hacen por conciliar también se pretenden minar.
(Por Éboli de Merr)