DANIEL TERCERO - DAZIBAO....

DANIEL TERCERO - DAZIBAO.

Lo volveremos a hacer.

«Viven en una fantasía y quieren que toda Cataluña los idolatre. Una fantasía con seguidores»

Daniel Tercero.

BARCELONA. Actualizado: 19/10/2020 10:14h.

Pese a lo que pueda parecer, Quim Torra, tras los años de deriva incomprensible de Artur Mas y previsible de Carles Puigdemont, ha devuelto la Generalitat de Cataluña a la senda autonómica y constitucional. Esta senda la ajustó Jordi Pujol al nacionalismo catalán moderno -es decir, a su gusto y manera- y Pasqual Maragall, primero, y José Montilla, después, la naturalizaron, condenando al PSC, partido que dejó de ser una referencia alternativa a Pujol y sus sucesores. Torra ha dejado la presidencia de la Generalitat por no hacer caso a tiempo a la Junta Electoral. Desobediencia. Inhabilitación. Condena del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, que el Tribunal Supremo confirmó.

El Estado funciona. Nadie está por encima de la ley. Tampoco los que se ajustan a la segunda acepción del término aristocracia («En ciertas épocas, ejercicio del poder político por una clase privilegiada», según el diccionario de la Real Academia Española). Torra ha dejado el Palacio de la Generalitat, sin necesidad de ayuda policial, como antes dejó el escaño por orden de Roger Torrent (ERC).

El independentismo político catalán ha muerto y sus líderes siguen, un año después de la condena del Supremo por el «procés», asimilando la derrota. La semana de octubre de 2019, recordada por Jesús Hierro, ayer en las páginas de ABC, en un fantástico reportaje con la experiencia de dos agentes de la Policía Nacional como hilo conductor del relato cuyo epicentro fue la plaza Urquinaona (Barcelona), es ya un mito más en la historia del secesionismo. ¿Por qué el nacionalismo catalán solo sabe celebrar derrotas? ¿Qué fue sino para el separatismo del siglo XXI el 11 de septiembre de 1714?

Algunos grupos constitucionalistas del Parlamento de Cataluña defienden (con la boca pequeña) que se cambie de fecha la Diada. Que se pase, por ejemplo, al 23 de abril. ¡Vaya tontería! El 11 de septiembre es la fecha de una victoria (1714), un avance en todos sus términos -salvo el cultural, quizás, ensombrecido por el Siglo de Oro y lejos del esplendor lemosín-, pero sin duda un progreso tanto desde el punto de vista político como del económico. ¡Cómo no vamos a celebrarlo si es la única guerra civil que ganaron los buenos!

Y ahí siguen, empeñados en celebrar derrotas. Ahí siguen enmarañados. En los últimos días, el independentismo ha celebrado la fecha de la sentencia del Supremo. Otra derrota. Es decir, victoria del Estado de Derecho. Un año (14 de octubre de 2019). Aquel Tsunami, que se evaporó en cuanto Puigdemont obtuvo su escaño (enero de 2020). Muerto el independentismo, vuelve (o sigue) el nacionalismo más radical con sus topicazos («derecho a decidir», «Cataluña es una nación», «mandato democrático», «no es Justicia, es venganza», «desobediencia civil», «represión del Estado», «los catalanes tienen derechos inalienables»...).

Pero por encima de todos los mantras destaca uno: «Lo volveremos a hacer». Y alguien, llegados a este punto de ridiculez y vergüenza ajena, podría preguntarse, ¿a hacer qué? ¿Qué volverán a hacer? Estas preguntas deberían hacérselas los que siguen a pies juntillas, o desde la distancia, las posiciones nacionalistas, vengan de JpC, ERC o la CUP, que han sido los partidos que han apoyado, por activa o por pasiva, la política autonómica de Torra. Ellos, y también los cuadros políticos que cogerán el testigo de los iluminados que siguen con su película, deberían conocer la respuesta. Oriol Junqueras y Jordi Cuixart tienen ya varios Gaudí, tal y como demuestran siempre que tienen ocasión de contar con un micro delante.

No hace falta recurrir a la ya famosa entrevista de Junqueras en TV3 de mediados de julio. La semana pasada, Catalunya Ràdio les volvió a dar la oportunidad. Y no defraudaron. Según el líder de ERC, «la sentencia (del Supremo de 2019) es un punto y seguido», «la prisión es solo una fase del camino a la libertad» y «persistiremos hasta el final». Para el presidente de Òmnium Cultural, «el 14 de octubre (de 2019) no acabó nada», «hemos de persistir», «resistir es vencer», «lo volveremos a hacer, lo haremos juntos y sin dejarnos a nadie por el camino».

Viven en una fantasía y quieren que toda Cataluña los idolatre. Una fantasía con seguidores. Como cuando estos exigían a los líderes de Cs, PSC y PP que fueran a rendir pleitesía a los iluminados en la cárcel. Miquel Iceta estuvo a punto de hacerlo. Pero hizo caso a alguien que tiene los pies en el suelo. No fue el caso de Montilla. Este fue a besar la mano de los que nunca le aceptarán en el club privado que se han montado. Dejó escrito Voltaire, en la Enciclopedia que dirigieron Diderot y D’Alembert, que: «La fantasía denota siempre algo desequilibrado y repentino. En la fantasía jamás hay belleza, aunque algunas fantasías sean deliciosas».

Así, ¿qué volverán a hacer? ¿Saltarse las leyes? ¿Desprestigiar la Generalitat? ¿Y el Parlamento catalán? ¿Huir? ¿Dejar en suspenso la autonomía política? ¿Ser condenados a penas de cárcel de varios años? ¿Llamar a sus seguidores a hacer de escudos contra el cumplimiento de la ley sabiendo que la policía actuará? ¿Seguir fracturando a la sociedad catalana? ¿Fotografiarse con advertencias del Tribunal Constitucional? ¿Subirse a un coche destrozado de la Guardia Civil? ¿O, entre otras tantas «persistencias», impedir que una comitiva judicial realice su trabajo? Sobreviven solo gracias a la estrategia amigo-enemigo. Unos alumbrados.