¿Qué nos une a los catalanes?
Es necesario un diálogo en Catalunya sobre qué es lo que puede ayudar a cohesionar mínimamente nuestra sociedad para avanzar de nuevo en torno a objetivos compartidos
Salvador Illa
Presidente del grupo parlamentario Socialistes i Units per Avançar.
09 de septiembre del 2021. 19:13
ACN / PAU CORTINA
LA ANÉCDOTA. En una conversación informal que mantuve a finales de junio con uno de los políticos españoles más influyentes en la escena internacional de las últimas décadas y por el que siento sincera admiración, a propósito de las primeras medidas de la administración Biden, me interesé por su opinión acerca de la política de Estados Unidos respecto a China. “No variará sustancialmente”, me respondió. Y se apresuró a decirme el por qué: “A los norteamericanos -me dijo- les unen tres cosas: la bandera de su país, el cementerio de Arlington y el miedo a China. Por eso no habrá cambios de fondo”.
EL CORRELATO CATALÁN. Pocas semanas después, durante una sesión de control al Govern en el Parlament de Catalunya, en el curso de un debate bastante tenso y que ahondaba en el relato de la división -algo demasiado habitual- me vino a la cabeza esta anécdota, e hice el paralelismo con Catalunya: ¿Qué nos une hoy a los catalanes?, me pregunté. No es la bandera, que una parte de la ciudadanía ha arrinconado y sustituido por la 'estelada'. Tampoco el Fossar de la Pedrera. ¿Qué nos une, pues, al conjunto de la ciudadanía catalana? Compartí con Miquel Iceta mis reflexiones y me advirtió del serio riesgo que corremos de que lo que nos acabe uniendo a los catalanes sea un sentimiento de frustración colectiva.
LO QUE NOS UNIÓ. En la década de los 70 y de los 80, la ilusión por recuperar el autogobierno, con el retorno del 'president' Tarradellas, fue algo que unió a los catalanes. También la 'senyera', bandera común de toda la ciudadanía, y la normalización del uso del catalán, de los nacidos aquí, sí, pero también de los que, provenientes de otros puntos del resto de España, encontraron en Catalunya una tierra en la que construir un futuro. Fue el inicio de décadas de progreso y avances en Catalunya en todos los ámbitos, con Barcelona al frente.
Miquel Iceta me advirtió del serio riesgo que corremos de que lo que nos acabe uniendo a los catalanes sea un sentimiento de frustración colectiva
EL DIÁLOGO ESPAÑA-CATALUNYA. Estos días, los líderes de los partidos independentistas hablan insistentemente de la mesa de diálogo con el Gobierno de España. Se refieren a los contenidos de este diálogo, a sus interlocutores y a cuáles son sus exigencias y planteamientos. A veces lo hacen con una actitud que no parece la más adecuada para llevar a buen puerto este necesario diálogo, al poner fechas límite y advertir que optarán por otros procedimientos si no se satisfacen sus pretensiones. Sería recomendable otra actitud y, sobre todo, centrarse en lo más importante: el diálogo España-Catalunya a través de sus respectivos gobiernos es muy necesario, pero no es suficiente. Queda cojo.
EL DIÁLOGO CATALUNYA-CATALUNYA. A mi juicio, es imprescindible abordar un diálogo entre catalanes. Y lo es porque solo así podremos responder, desde el respeto y el reconocimiento mutuo, a la pregunta de qué es aquello que nos une, qué es lo que puede ayudar a cohesionar mínimamente nuestra sociedad para avanzar de nuevo en torno a objetivos compartidos. Este diálogo de Catalunya con Catalunya, protagonizado por los representantes políticos que los ciudadanos escogieron en las urnas el pasado 14 de febrero, es tan o más importante que el diálogo entre el Gobierno de España y el Govern de la Generalitat. Y es que solo desde un mínimo consenso en Catalunya se podrá afrontar con garantías un verdadero diálogo con el Gobierno de España.
LA URGENCIA DEL CONSENSO. Me temo que no podemos permitirnos demorar por mucho tiempo este diálogo entre catalanes. En un momento de cambios profundos en la escena internacional, con un contexto geopolítico en rápida evolución, un necesario refuerzo del ámbito europeo y los profundos efectos económicos, sociales y culturales que ha acelerado la covid-19, solo sociedades mínimamente cohesionadas están en condiciones de sacar el máximo provecho de las oportunidades y los retos a los que debemos hacer frente. No podemos permitirnos ahora el lujo de despistarnos ni de estar divididos.
En la fiesta nacional, me quedo en la cama igual
POR UNA DIADA DEL REENCUENTRO. La celebración este sábado de la Diada Nacional de Catalunya es una ocasión para dar un primer paso en la buena dirección. El reencuentro no es un capricho de los socialistas catalanes y españoles. El reencuentro es la mejor fórmula para dar solución a los problemas concretos de la ciudadanía y volver a encontrar horizontes de esperanza para el conjunto de Catalunya.
Quiero que Catalunya vuelva a acumular victorias, avances, ganancias. Quiero una Catalunya en positivo, con fuerza, con determinación, con pacto y acuerdo. Quiero una Catalunya que sea capaz de volver a encontrar aquello que nos une porque, si no, corremos un riesgo real de que lo que nos una sea un profundo sentimiento de frustración. Ni Catalunya se lo puede permitir, ni los catalanes y catalanas se lo merecen.
Es necesario un diálogo en Catalunya sobre qué es lo que puede ayudar a cohesionar mínimamente nuestra sociedad para avanzar de nuevo en torno a objetivos compartidos
Salvador Illa
Presidente del grupo parlamentario Socialistes i Units per Avançar.
09 de septiembre del 2021. 19:13
ACN / PAU CORTINA
LA ANÉCDOTA. En una conversación informal que mantuve a finales de junio con uno de los políticos españoles más influyentes en la escena internacional de las últimas décadas y por el que siento sincera admiración, a propósito de las primeras medidas de la administración Biden, me interesé por su opinión acerca de la política de Estados Unidos respecto a China. “No variará sustancialmente”, me respondió. Y se apresuró a decirme el por qué: “A los norteamericanos -me dijo- les unen tres cosas: la bandera de su país, el cementerio de Arlington y el miedo a China. Por eso no habrá cambios de fondo”.
EL CORRELATO CATALÁN. Pocas semanas después, durante una sesión de control al Govern en el Parlament de Catalunya, en el curso de un debate bastante tenso y que ahondaba en el relato de la división -algo demasiado habitual- me vino a la cabeza esta anécdota, e hice el paralelismo con Catalunya: ¿Qué nos une hoy a los catalanes?, me pregunté. No es la bandera, que una parte de la ciudadanía ha arrinconado y sustituido por la 'estelada'. Tampoco el Fossar de la Pedrera. ¿Qué nos une, pues, al conjunto de la ciudadanía catalana? Compartí con Miquel Iceta mis reflexiones y me advirtió del serio riesgo que corremos de que lo que nos acabe uniendo a los catalanes sea un sentimiento de frustración colectiva.
LO QUE NOS UNIÓ. En la década de los 70 y de los 80, la ilusión por recuperar el autogobierno, con el retorno del 'president' Tarradellas, fue algo que unió a los catalanes. También la 'senyera', bandera común de toda la ciudadanía, y la normalización del uso del catalán, de los nacidos aquí, sí, pero también de los que, provenientes de otros puntos del resto de España, encontraron en Catalunya una tierra en la que construir un futuro. Fue el inicio de décadas de progreso y avances en Catalunya en todos los ámbitos, con Barcelona al frente.
Miquel Iceta me advirtió del serio riesgo que corremos de que lo que nos acabe uniendo a los catalanes sea un sentimiento de frustración colectiva
EL DIÁLOGO ESPAÑA-CATALUNYA. Estos días, los líderes de los partidos independentistas hablan insistentemente de la mesa de diálogo con el Gobierno de España. Se refieren a los contenidos de este diálogo, a sus interlocutores y a cuáles son sus exigencias y planteamientos. A veces lo hacen con una actitud que no parece la más adecuada para llevar a buen puerto este necesario diálogo, al poner fechas límite y advertir que optarán por otros procedimientos si no se satisfacen sus pretensiones. Sería recomendable otra actitud y, sobre todo, centrarse en lo más importante: el diálogo España-Catalunya a través de sus respectivos gobiernos es muy necesario, pero no es suficiente. Queda cojo.
EL DIÁLOGO CATALUNYA-CATALUNYA. A mi juicio, es imprescindible abordar un diálogo entre catalanes. Y lo es porque solo así podremos responder, desde el respeto y el reconocimiento mutuo, a la pregunta de qué es aquello que nos une, qué es lo que puede ayudar a cohesionar mínimamente nuestra sociedad para avanzar de nuevo en torno a objetivos compartidos. Este diálogo de Catalunya con Catalunya, protagonizado por los representantes políticos que los ciudadanos escogieron en las urnas el pasado 14 de febrero, es tan o más importante que el diálogo entre el Gobierno de España y el Govern de la Generalitat. Y es que solo desde un mínimo consenso en Catalunya se podrá afrontar con garantías un verdadero diálogo con el Gobierno de España.
LA URGENCIA DEL CONSENSO. Me temo que no podemos permitirnos demorar por mucho tiempo este diálogo entre catalanes. En un momento de cambios profundos en la escena internacional, con un contexto geopolítico en rápida evolución, un necesario refuerzo del ámbito europeo y los profundos efectos económicos, sociales y culturales que ha acelerado la covid-19, solo sociedades mínimamente cohesionadas están en condiciones de sacar el máximo provecho de las oportunidades y los retos a los que debemos hacer frente. No podemos permitirnos ahora el lujo de despistarnos ni de estar divididos.
En la fiesta nacional, me quedo en la cama igual
POR UNA DIADA DEL REENCUENTRO. La celebración este sábado de la Diada Nacional de Catalunya es una ocasión para dar un primer paso en la buena dirección. El reencuentro no es un capricho de los socialistas catalanes y españoles. El reencuentro es la mejor fórmula para dar solución a los problemas concretos de la ciudadanía y volver a encontrar horizontes de esperanza para el conjunto de Catalunya.
Quiero que Catalunya vuelva a acumular victorias, avances, ganancias. Quiero una Catalunya en positivo, con fuerza, con determinación, con pacto y acuerdo. Quiero una Catalunya que sea capaz de volver a encontrar aquello que nos une porque, si no, corremos un riesgo real de que lo que nos una sea un profundo sentimiento de frustración. Ni Catalunya se lo puede permitir, ni los catalanes y catalanas se lo merecen.