elplural
El fanatismo de terciopelo de la derecha española y catalana
Al reclamar una mesa como la catalana, Moreno no quiere que Andalucía sea Cataluña, quiere lo que siempre quiso la derecha española: que Cataluña no sea Cataluña
Solo Sánchez puede compensar a ERC el disgusto de la Diada
El independentismo, fracturado entre la vía escocesa y la unilateralidad
ANTONIO AVENDAÑO Domingo, 19 de septiembre de 2021
Un exdirigente socialista importante, y no precisamente sanchista, que mantuvo en fechas recientes una conversación distendida con Pedro Sánchez salió, más bien sorprendido, del encuentro con la impresión de que el conflicto de Cataluña había sido el único tema importante en el cual el presidente, poco claro en los demás asuntos relevantes, se había mostrado explícitamente convencido de iba a resolverse bien, no rápidamente pero sí bien.
Tan candorosa confianza en un asunto tan enquistado y comprometido como la rebelión catalana parecería mucho más propia de un optimista antropológico como José Luis Rodríguez Zapatero que de un político tan glacial y reservón como Pedro Sánchez. Aun así, el buen tono -en política el tono lo es todo- de la reunión mantenida esta semana con el president Pere Aragonès parece sugerir que la confianza de Sánchez no está del todo infundada.
Las dificultades para que ambos interlocutores salgan vivos mientras atraviesan el desfiladero catalán son muchas y de muy diversa naturaleza, pero quizá la de mayor envergadura sea la proveniente de las derechas: de las derechas españolas y de las derechas catalanas. Ambas comparten un mismo patriotismo histérico y milagrero y ambas tienen a sus francotiradores orgánicos y mediáticos apostados en la cima de la estrecha garganta, prestos a abrir fuego a discreción cuando la ocasión sea propicia.
Febriles, acaloradas y agoreras como el parroquiano que, ya anochecido, abandona la taberna con el rostro enrojecido tras largas horas trasegando vinazo con sus compadres, las derechas que lidera Carles Puigdemont al otro lado del Ebro y las capitaneadas a este lado del río por Isabel Díaz Ayuso, Pablo Casado y Santiago Abascal tienen en común su mal perder.
La atmósfera sorda y enrarecida de la política española de los últimos años, esa que últimamente tantas veces reclama a gritos que le quitemos el sonido a los telediarios, no puede entenderse si no incorporamos a la ecuación esa falta -se diría que congénita- de deportividad de las derechas nacionales de España y Cataluña, a cuya cruzada se ha sumado esta semana -mucho estaba tardando- el Gobierno andaluz que preside Juan Manuel Moreno.
El presidente y su mariscal de campo Elías Bendodo han solemnizado en los últimos días su incorporación a esta suerte de guerra fría de andar por casa que es la Cuestión Catalana. Lo han hecho reclamando a Sánchez una mesa de negociación bilateral España-Andalucía con los mismos mimbres que la mesa España-Cataluña, con sus presidentes, sus ministros, sus consejeros y todos los avíos con que haya sido engalanada la traidora mesa catalana.
Lo que Moreno quiere, claro está, no es tanto una mesa propia como hacerse un hueco en el frente territorial, cuyos dividendos, más allá de la victoria o la derrota, están a corto plazo asegurados de antemano por el hecho mismo de tomar parte en la contienda.
Moreno y Bendodo no quieren que Andalucía sea Cataluña, lo que quieren es lo mismo que siempre ha querido la derecha española: que Cataluña no sea Cataluña. Pero el presidente, ojo, no está solo en esa pretensión vana: a la clase política andaluza y, de hecho, a la mayoría de sus votantes les cuesta mucho aceptar el hecho diferencial catalán, el hecho política y emocionalmente diferencial que es Cataluña: cohonestar ese hecho particular con el hecho general de España es el propósito de Sánchez, para el cual, por fin y aun a regañadientes, esta vez sí parece contar con la complicidad de Esquerra Republicana.
Frente a ellos, el fanatismo de terciopelo de una Elsa Artadi y el ventajismo antideportivo de un Moreno están determinados a poner las cosas difíciles. Ambos comparten ese maximalismo obcecado, pendenciero y cerril que tanto daño ha hecho históricamente al país. Ni el dulce rostro de Artadi ni el estilo suavón de Moreno logran camuflar del todo el emponzoñado manantial en donde beben y, lo que es peor, en donde pretenden que todos bebamos.
El fanatismo de terciopelo de la derecha española y catalana
Al reclamar una mesa como la catalana, Moreno no quiere que Andalucía sea Cataluña, quiere lo que siempre quiso la derecha española: que Cataluña no sea Cataluña
Solo Sánchez puede compensar a ERC el disgusto de la Diada
El independentismo, fracturado entre la vía escocesa y la unilateralidad
ANTONIO AVENDAÑO Domingo, 19 de septiembre de 2021
Un exdirigente socialista importante, y no precisamente sanchista, que mantuvo en fechas recientes una conversación distendida con Pedro Sánchez salió, más bien sorprendido, del encuentro con la impresión de que el conflicto de Cataluña había sido el único tema importante en el cual el presidente, poco claro en los demás asuntos relevantes, se había mostrado explícitamente convencido de iba a resolverse bien, no rápidamente pero sí bien.
Tan candorosa confianza en un asunto tan enquistado y comprometido como la rebelión catalana parecería mucho más propia de un optimista antropológico como José Luis Rodríguez Zapatero que de un político tan glacial y reservón como Pedro Sánchez. Aun así, el buen tono -en política el tono lo es todo- de la reunión mantenida esta semana con el president Pere Aragonès parece sugerir que la confianza de Sánchez no está del todo infundada.
Las dificultades para que ambos interlocutores salgan vivos mientras atraviesan el desfiladero catalán son muchas y de muy diversa naturaleza, pero quizá la de mayor envergadura sea la proveniente de las derechas: de las derechas españolas y de las derechas catalanas. Ambas comparten un mismo patriotismo histérico y milagrero y ambas tienen a sus francotiradores orgánicos y mediáticos apostados en la cima de la estrecha garganta, prestos a abrir fuego a discreción cuando la ocasión sea propicia.
Febriles, acaloradas y agoreras como el parroquiano que, ya anochecido, abandona la taberna con el rostro enrojecido tras largas horas trasegando vinazo con sus compadres, las derechas que lidera Carles Puigdemont al otro lado del Ebro y las capitaneadas a este lado del río por Isabel Díaz Ayuso, Pablo Casado y Santiago Abascal tienen en común su mal perder.
La atmósfera sorda y enrarecida de la política española de los últimos años, esa que últimamente tantas veces reclama a gritos que le quitemos el sonido a los telediarios, no puede entenderse si no incorporamos a la ecuación esa falta -se diría que congénita- de deportividad de las derechas nacionales de España y Cataluña, a cuya cruzada se ha sumado esta semana -mucho estaba tardando- el Gobierno andaluz que preside Juan Manuel Moreno.
El presidente y su mariscal de campo Elías Bendodo han solemnizado en los últimos días su incorporación a esta suerte de guerra fría de andar por casa que es la Cuestión Catalana. Lo han hecho reclamando a Sánchez una mesa de negociación bilateral España-Andalucía con los mismos mimbres que la mesa España-Cataluña, con sus presidentes, sus ministros, sus consejeros y todos los avíos con que haya sido engalanada la traidora mesa catalana.
Lo que Moreno quiere, claro está, no es tanto una mesa propia como hacerse un hueco en el frente territorial, cuyos dividendos, más allá de la victoria o la derrota, están a corto plazo asegurados de antemano por el hecho mismo de tomar parte en la contienda.
Moreno y Bendodo no quieren que Andalucía sea Cataluña, lo que quieren es lo mismo que siempre ha querido la derecha española: que Cataluña no sea Cataluña. Pero el presidente, ojo, no está solo en esa pretensión vana: a la clase política andaluza y, de hecho, a la mayoría de sus votantes les cuesta mucho aceptar el hecho diferencial catalán, el hecho política y emocionalmente diferencial que es Cataluña: cohonestar ese hecho particular con el hecho general de España es el propósito de Sánchez, para el cual, por fin y aun a regañadientes, esta vez sí parece contar con la complicidad de Esquerra Republicana.
Frente a ellos, el fanatismo de terciopelo de una Elsa Artadi y el ventajismo antideportivo de un Moreno están determinados a poner las cosas difíciles. Ambos comparten ese maximalismo obcecado, pendenciero y cerril que tanto daño ha hecho históricamente al país. Ni el dulce rostro de Artadi ni el estilo suavón de Moreno logran camuflar del todo el emponzoñado manantial en donde beben y, lo que es peor, en donde pretenden que todos bebamos.
Deja tus rollos y defiende España, necio.