JOSÉ MARÍA CARRASCAL.
Fin de la farsa.
Los líderes políticos han aceptado el "hecho diferencial" de Cataluña, cediéndoles más competencias de las que le correspondían.
Actualizado: 20/07/2017 12:20h.
"Hay que tener mucho cuidado –le escuché hace ya mucho tiempo a un pediatra norteamericano– con regalar a un niño pequeño un traje de Superman. Puede creer que, con ponérselo, puede volar y tirarse por la ventana". Por "niño pequeño" (small kid) se refería a antes de tener uso de razón, aunque hoy tal barrera no tiene límites de edad incluso en las más altas instituciones del Estado. Lo estamos comprobando en Cataluña, donde un gobierno se ha tirado por la ventana, desafiando la ley de la gravedad y todas cuantas existen, incluidas las suyas propias. No sólo han convencido a su población de que un referéndum ilegal es legal, sino que se han convencido a sí mismos, como ese alcalde de Lloret que se cree más próximo a Dinamarca que a su Granada natal. No me extrañaría que gentes con título universitario, doctores en ciencias y altos magistrados creyesen que El Quijote fue escrito por un catalán o que Santa Teresa fue oriunda de aquellas tierras. Se trata de un caso de autosugestión colectiva, de alucinamiento de masas imparable hacia la "tierra prometida" o "paraíso perdido" que desafía toda razón y compromiso previo.
Las culpas de tan bizarro comportamiento andan muy repartidas. Sin duda los profetas de tal espejismo, que los ha habido y hay en todo el ancho de aquel espectro político, son los principales causantes de que la parte más pragmática de España se haya convertido en visionaria. Pero también el resto de los españoles, muy en especial sus líderes políticos, han contribuido a tal deriva, aceptando de entrada su "hecho diferencial", aunque hechos diferenciales hay en España no diecisiete, sino 1.700 (por lo menos) e ir cediéndoles más competencias de las que les correspondían, que terminó en aquel disparate de Zapatero prometiendo darles lo que le pidieran. ¿Cómo no iban los catalanes a creerse "distintos" (superiores) al resto de los españoles si estos lo aceptaban? ¿Cómo no van a exigir un trato especial si desde el principal partido de la oposición (socialista para más inri) se acepta que el más rico debe recibir más del Estado, lo que rompe toda norma de equidad social? ¿Cómo no se van a creer con derecho a violar todas las normas?
Todavía quedan defensores del diálogo, del buenismo y de las concesiones, ensayados durante décadas. Sin éxito. La farsa llega a su fin y lo que urge es evitar que termine en tragedia. ¿Cómo? El dicho inglés "cuando algo no tiene solución, lo mejor es que se estropee del todo". A los irracionales solo pueden convencerles las consecuencias de su irracionalidad. El tan criticado "inmovilismo" de Rajoy es lo único que deja al descubierto la quimera de un secesionismo que, según estamos viendo, llevaría a Cataluña no a un mundo feliz, sino a un Estado marginado, empobrecido y controlador. Justo lo contrario de lo que apuntan sus profetas y apologistas, que aún no han tenido la decencia de confesar su error.
Fin de la farsa.
Los líderes políticos han aceptado el "hecho diferencial" de Cataluña, cediéndoles más competencias de las que le correspondían.
Actualizado: 20/07/2017 12:20h.
"Hay que tener mucho cuidado –le escuché hace ya mucho tiempo a un pediatra norteamericano– con regalar a un niño pequeño un traje de Superman. Puede creer que, con ponérselo, puede volar y tirarse por la ventana". Por "niño pequeño" (small kid) se refería a antes de tener uso de razón, aunque hoy tal barrera no tiene límites de edad incluso en las más altas instituciones del Estado. Lo estamos comprobando en Cataluña, donde un gobierno se ha tirado por la ventana, desafiando la ley de la gravedad y todas cuantas existen, incluidas las suyas propias. No sólo han convencido a su población de que un referéndum ilegal es legal, sino que se han convencido a sí mismos, como ese alcalde de Lloret que se cree más próximo a Dinamarca que a su Granada natal. No me extrañaría que gentes con título universitario, doctores en ciencias y altos magistrados creyesen que El Quijote fue escrito por un catalán o que Santa Teresa fue oriunda de aquellas tierras. Se trata de un caso de autosugestión colectiva, de alucinamiento de masas imparable hacia la "tierra prometida" o "paraíso perdido" que desafía toda razón y compromiso previo.
Las culpas de tan bizarro comportamiento andan muy repartidas. Sin duda los profetas de tal espejismo, que los ha habido y hay en todo el ancho de aquel espectro político, son los principales causantes de que la parte más pragmática de España se haya convertido en visionaria. Pero también el resto de los españoles, muy en especial sus líderes políticos, han contribuido a tal deriva, aceptando de entrada su "hecho diferencial", aunque hechos diferenciales hay en España no diecisiete, sino 1.700 (por lo menos) e ir cediéndoles más competencias de las que les correspondían, que terminó en aquel disparate de Zapatero prometiendo darles lo que le pidieran. ¿Cómo no iban los catalanes a creerse "distintos" (superiores) al resto de los españoles si estos lo aceptaban? ¿Cómo no van a exigir un trato especial si desde el principal partido de la oposición (socialista para más inri) se acepta que el más rico debe recibir más del Estado, lo que rompe toda norma de equidad social? ¿Cómo no se van a creer con derecho a violar todas las normas?
Todavía quedan defensores del diálogo, del buenismo y de las concesiones, ensayados durante décadas. Sin éxito. La farsa llega a su fin y lo que urge es evitar que termine en tragedia. ¿Cómo? El dicho inglés "cuando algo no tiene solución, lo mejor es que se estropee del todo". A los irracionales solo pueden convencerles las consecuencias de su irracionalidad. El tan criticado "inmovilismo" de Rajoy es lo único que deja al descubierto la quimera de un secesionismo que, según estamos viendo, llevaría a Cataluña no a un mundo feliz, sino a un Estado marginado, empobrecido y controlador. Justo lo contrario de lo que apuntan sus profetas y apologistas, que aún no han tenido la decencia de confesar su error.