JOSE MARIA CARRASCAL
España no va a romperse», fue la buena nueva con que Pedro Sánchez defendió su pacto con los independentistas catalanes. Alguien debió de sugerírsela y le gustó. Lo malo es que olvidó decirle la máxima latina excusatio non petita, accusatio manifesta, que le golpeaba como un bumerán. Aunque tampoco hacía falta. El presidente del Gobierno en funciones nos ofreció una exhibición de decir una cosa y la contraria en la misma frase, para de nuevo contradecirse antes de finalizar el párrafo. Pensé que Pablo Casado arrancaría con el ciceroniano « ¿hasta cuándo vas a abusar de nuestra paciencia?», dado el tono de catilinaria que adoptó, pero se limitó a preguntarle: « ¿Ha dormido usted bien, señor Sánchez?», mucho más actual y cruel. Fue el suyo un duelo no a primera sangre, sino a muerte, del que emergió un Casado muy superior en retórica y dialéctica, con frases lapidarias directas, con las que fue desnudando a un hombre que no sólo ha chalaneado con la política, sino que ha ido cediendo, una tras otra, a todas la exigencias de los independentistas, desde la negociación bilateral, al tú a tú, pasando por «la ley por sí sola no basta», la necesidad de sustituir la Justicia por la política en el conflicto catalán y olvidarse de la Constitución en el acuerdo que han firmado (aunque la citó un par de veces en su discurso de investidura), para terminar en la vergonzante concesión de «una consulta» sólo en Cataluña sobre lo que decidan.
Pero con ser todo eso alarmante, como que el otro gran partido secesionista, JpC, lo rechaza por insuficiente, lo más duro de la jornada para Sánchez ha tenido que ser la intervención de su ya socio Gabriel Rufián. El presidente en funciones ha vendido como su mayor triunfo el haber dividido al secesionismo catalán presentando a ERC como algo así como los buenos nacionalistas, que han renunciado a la violencia y unilateralidad. Nada de eso apareció en su discurso, sino más bien lo contrario: la clara advertencia de que no han olvidado su reivindicación básica, la autodeterminación. Y no ad calendas graecas, sino prácticamente ya: en 15 días tienen que rendir las meses de negociación, los avances, hechos y así sucesivamente. Con difíciles de alcanzar que sean los objetivos económicos, dado el chorreo de gastos que ha impuesto Podemos, las hipotecas políticas con ERC van a estar aún más fuera de alcance por la sencilla razón de ser la mayoría de ellas ilegales. O necesitar amplias mayorías en el Congreso y Senado que no existen. Sánchez ha prometido lo que no puede dar y ERC lo ha aceptado sabiéndolo, para asegurarse la primacía del nacionalismo catalán. Lo que quiere decir que el presidente del Gobierno en funciones será investido, pero que pueda gobernar es algo muy distinto. Los abrazos con que ha terminado esta primera sesión de la investidura de Pedro Sánchez recuerdan los que se dan quienes llevan en la manga el cuchillo para darse la puñalada por la espalda.
España no va a romperse», fue la buena nueva con que Pedro Sánchez defendió su pacto con los independentistas catalanes. Alguien debió de sugerírsela y le gustó. Lo malo es que olvidó decirle la máxima latina excusatio non petita, accusatio manifesta, que le golpeaba como un bumerán. Aunque tampoco hacía falta. El presidente del Gobierno en funciones nos ofreció una exhibición de decir una cosa y la contraria en la misma frase, para de nuevo contradecirse antes de finalizar el párrafo. Pensé que Pablo Casado arrancaría con el ciceroniano « ¿hasta cuándo vas a abusar de nuestra paciencia?», dado el tono de catilinaria que adoptó, pero se limitó a preguntarle: « ¿Ha dormido usted bien, señor Sánchez?», mucho más actual y cruel. Fue el suyo un duelo no a primera sangre, sino a muerte, del que emergió un Casado muy superior en retórica y dialéctica, con frases lapidarias directas, con las que fue desnudando a un hombre que no sólo ha chalaneado con la política, sino que ha ido cediendo, una tras otra, a todas la exigencias de los independentistas, desde la negociación bilateral, al tú a tú, pasando por «la ley por sí sola no basta», la necesidad de sustituir la Justicia por la política en el conflicto catalán y olvidarse de la Constitución en el acuerdo que han firmado (aunque la citó un par de veces en su discurso de investidura), para terminar en la vergonzante concesión de «una consulta» sólo en Cataluña sobre lo que decidan.
Pero con ser todo eso alarmante, como que el otro gran partido secesionista, JpC, lo rechaza por insuficiente, lo más duro de la jornada para Sánchez ha tenido que ser la intervención de su ya socio Gabriel Rufián. El presidente en funciones ha vendido como su mayor triunfo el haber dividido al secesionismo catalán presentando a ERC como algo así como los buenos nacionalistas, que han renunciado a la violencia y unilateralidad. Nada de eso apareció en su discurso, sino más bien lo contrario: la clara advertencia de que no han olvidado su reivindicación básica, la autodeterminación. Y no ad calendas graecas, sino prácticamente ya: en 15 días tienen que rendir las meses de negociación, los avances, hechos y así sucesivamente. Con difíciles de alcanzar que sean los objetivos económicos, dado el chorreo de gastos que ha impuesto Podemos, las hipotecas políticas con ERC van a estar aún más fuera de alcance por la sencilla razón de ser la mayoría de ellas ilegales. O necesitar amplias mayorías en el Congreso y Senado que no existen. Sánchez ha prometido lo que no puede dar y ERC lo ha aceptado sabiéndolo, para asegurarse la primacía del nacionalismo catalán. Lo que quiere decir que el presidente del Gobierno en funciones será investido, pero que pueda gobernar es algo muy distinto. Los abrazos con que ha terminado esta primera sesión de la investidura de Pedro Sánchez recuerdan los que se dan quienes llevan en la manga el cuchillo para darse la puñalada por la espalda.