JOSÉ MARIA CARRASCAL
Las prisas de Pedro Sánchez por ser investido -« ¡El país no puede seguir sin gobierno!»- se ha tornado en parsimonia tras serlo: No habrá gobierno hasta la próxima semana. Los malpensados lo atribuyen a que ha prometido carteras a tantas personas que no caben en la amplia mesa del Consejo de Ministros. Pero no es eso. A Sánchez no le asusta el número -acaba de ampliar a cuatro las vicepresidencias-, sino lo que piden. A Iglesias lo tiene encofrado entre tres damas con más poderes, dinero e influencia que él, con lo que neutraliza su intento de hacer un gobierno dentro del Gobierno con sus cuatro ministros. Por cierto, la jugarreta que le hizo anunciando sus nombres y competencias antes de que Moncloa hiciera público el gabinete muestra que la rivalidad entre ellos continúa. Éste es no es un matrimonio de amor sino de conveniencia, en el que los cónyuges no tienen más remedio que aguantarse.
Pero eso no es nada comparado con el contubernio que Sánchez ha iniciado con ERC. Sólo el pacto Hitler-Stalin para merendarse Polonia le gana en estulticia e hipocresía. No es que no se fíen un pelo uno del otro, es que se odian, y ni siquiera lo disimulan, sobre todo por parte de ERC, que se despacha con gusto en insultos, amenazas y chantajes a un Sánchez que aguanta con un apretón de mandíbulas y mirando a otro lado. Raro es el día que no le someta a alguna humillación, la última: obligarle a telefonear a Torra para concertar una cita. Será después que haya gobierno y antes de reunirse la mesa donde van a acordar el encaje de Cataluña en España. ¿Le exigirá el actual president estar en ella? En cualquier caso, la situación no puede ser más rocambolesca. Torra ha sido inhabilitado por la Junta Electoral Central por aquellos cartelones que colgó en el balcón de la Generalitat. ¿Qué pasa si ingresa en la cárcel? ¿Irá a verle allí Sánchez? Es muy capaz. Incluso con un ramo de flores.
Aunque el mayor problema es Junqueras. El Tribunal Supremo ha mantenido el criterio de la fiscalía de no permitirle ir a Estrasburgo a recoger su acta de eurodiputado al haber sido condenado por sedición y malversación, no importa que el Tribunal de Justicia Europeo se lo haya reconocido. La razón es muy simple: inmunidad no significa impunidad en ningún Estado de Derecho.
Para resumir: Pedro Sánchez se hunde cada vez más en las arenas movedizas de sus duplicidades, engaños, trampas y juegos malabares. Cambiarles el nombre no borra los delitos ni una mentira es verdad aunque se repita mil veces. Es ahora cuando empezará a no poder dormir. Cuando quienes le han permitido seguir en la Moncloa le exigen lo prometido -libertad de los presos y derecho de autodeterminación- y no puede dárselo al no ser suyos. Ha pactado con dos diablos fanáticos y sectarios, nacionalismo y comunismo, que se creen en posesión de la verdad. Lo malo es que la presa somos nosotros.
Las prisas de Pedro Sánchez por ser investido -« ¡El país no puede seguir sin gobierno!»- se ha tornado en parsimonia tras serlo: No habrá gobierno hasta la próxima semana. Los malpensados lo atribuyen a que ha prometido carteras a tantas personas que no caben en la amplia mesa del Consejo de Ministros. Pero no es eso. A Sánchez no le asusta el número -acaba de ampliar a cuatro las vicepresidencias-, sino lo que piden. A Iglesias lo tiene encofrado entre tres damas con más poderes, dinero e influencia que él, con lo que neutraliza su intento de hacer un gobierno dentro del Gobierno con sus cuatro ministros. Por cierto, la jugarreta que le hizo anunciando sus nombres y competencias antes de que Moncloa hiciera público el gabinete muestra que la rivalidad entre ellos continúa. Éste es no es un matrimonio de amor sino de conveniencia, en el que los cónyuges no tienen más remedio que aguantarse.
Pero eso no es nada comparado con el contubernio que Sánchez ha iniciado con ERC. Sólo el pacto Hitler-Stalin para merendarse Polonia le gana en estulticia e hipocresía. No es que no se fíen un pelo uno del otro, es que se odian, y ni siquiera lo disimulan, sobre todo por parte de ERC, que se despacha con gusto en insultos, amenazas y chantajes a un Sánchez que aguanta con un apretón de mandíbulas y mirando a otro lado. Raro es el día que no le someta a alguna humillación, la última: obligarle a telefonear a Torra para concertar una cita. Será después que haya gobierno y antes de reunirse la mesa donde van a acordar el encaje de Cataluña en España. ¿Le exigirá el actual president estar en ella? En cualquier caso, la situación no puede ser más rocambolesca. Torra ha sido inhabilitado por la Junta Electoral Central por aquellos cartelones que colgó en el balcón de la Generalitat. ¿Qué pasa si ingresa en la cárcel? ¿Irá a verle allí Sánchez? Es muy capaz. Incluso con un ramo de flores.
Aunque el mayor problema es Junqueras. El Tribunal Supremo ha mantenido el criterio de la fiscalía de no permitirle ir a Estrasburgo a recoger su acta de eurodiputado al haber sido condenado por sedición y malversación, no importa que el Tribunal de Justicia Europeo se lo haya reconocido. La razón es muy simple: inmunidad no significa impunidad en ningún Estado de Derecho.
Para resumir: Pedro Sánchez se hunde cada vez más en las arenas movedizas de sus duplicidades, engaños, trampas y juegos malabares. Cambiarles el nombre no borra los delitos ni una mentira es verdad aunque se repita mil veces. Es ahora cuando empezará a no poder dormir. Cuando quienes le han permitido seguir en la Moncloa le exigen lo prometido -libertad de los presos y derecho de autodeterminación- y no puede dárselo al no ser suyos. Ha pactado con dos diablos fanáticos y sectarios, nacionalismo y comunismo, que se creen en posesión de la verdad. Lo malo es que la presa somos nosotros.