No voy a decir que es el mayor timo de todos los tiempos, pero sí de los últimos años, y miren ustedes que los hubo gordos. Pero nunca se había llegado a tal estafa, fraude o engañifa de españoles y catalanes por parte de sus dirigentes. Como no creo que ni Torra ni Sánchez tengan capacidad para planearla, la atribuyo a ese personaje que saludó al president de la Generalitat con un cabezazo rotundo como anuncio de que estaban a sus órdenes. Y, en efecto, lo estuvieron durante las 48 horas que permanecieron en Barcelona él y su jefe, convertido en seductor de los catalanes.
Su plan comienza por manipular el lenguaje, en el más puro estilo Gramsci, hasta el
punto de invertir el sentido de las palabras. «Reencuentro de España y Cataluña» lo define, cuando lo que de verdad busca es separarlas. ¿Cómo, se preguntarán ustedes, si las leyes exigen requerimientos que no se dan? Pues muy fácil -nos responde- con «diálogo». Claro que no se trata de intercambiar ideas y proyectos para alcanzar un espacio común, que es lo que por diálogo suele entenderse, sino de reducirlo al mínimo: una parte pide, la otra cede. Los independentistas piden la autodeterminación, Sánchez calla, o sea, asiente, según el refrán. Lo mismo ocurre con el indulto de condenados y exilados. No fueron ellos quienes erraron, sino los jueces y el código penal que los condenó, así que hay que cambiarlos. El travestismo que trae desjudicializar el conflicto catalán llegó a su cumbre al advertir Sánchez «la ley no basta», que recuerda «estos son mis principios, si no les gustan, tengo otros» de Groucho Marx. Aunque más grave es que recuerda el principio del fin de la democracia.
Llevaba también otros obsequios, como transferir nuevas competencias y hacer de Barcelona la capital cultural y científica de España (¿es así como quieren igualar España?). Sus anfitriones no se dieron por satisfechos e insistieron en la figura de un relator o mediador en la mesa de negociaciones que van a iniciar, para que garantice los acuerdos que se tomen. Una prueba más de que no se fían de Sánchez y de que, como nacionalistas que son, cuanto más les dan, más quieren, sin darse por satisfechos hasta conseguir la independencia. Si los demás españoles conserváramos la dignidad de mayo de 1808, recibiríamos como merecen a quienes han mercadeado tan a la baja la soberanía nacional y alguno, empezando por el del cabezazo a Torra, recibiría un buen chichón. Pero la sociedad de consumo ha limitado tales actitudes a eventos deportivos, aparte de que, en democracia, del cumplimiento de la ley se encargan los tribunales, que hasta ahora han funcionado. Otra cosa es si intentan neutralizarlos, con la famosa «desjudicialización», que en realidad es la politificación de los mismos, es decir, lo contrario de lo que predican. Conviene por tanto, estar alerta. Unos nacionalistas fracasados, unos izquierdistas que tocan por primera vez poder, un ambicioso que hará lo que sea por no perderlo y su gurú forman un cuarteto cómico pero explosivo.
o voy a decir que es el mayor timo de todos los tiempos, pero sí de los últimos años, y miren ustedes que los hubo gordos. Pero nunca se había llegado a tal estafa, fraude o engañifa de españoles y catalanes por parte de sus dirigentes. Como no creo que ni Torra ni Sánchez tengan capacidad para planearla, la atribuyo a ese personaje que saludó al president de la Generalitat con un cabezazo rotundo como anuncio de que estaban a sus órdenes. Y, en efecto, lo estuvieron durante las 48 horas que permanecieron en Barcelona él y su jefe, convertido en seductor de los catalanes.
Su plan comienza por manipular el lenguaje, en el más puro estilo Gramsci, hasta el
punto de invertir el sentido de las palabras. «Reencuentro de España y Cataluña» lo define, cuando lo que de verdad busca es separarlas. ¿Cómo, se preguntarán ustedes, si las leyes exigen requerimientos que no se dan? Pues muy fácil -nos responde- con «diálogo». Claro que no se trata de intercambiar ideas y proyectos para alcanzar un espacio común, que es lo que por diálogo suele entenderse, sino de reducirlo al mínimo: una parte pide, la otra cede. Los independentistas piden la autodeterminación, Sánchez calla, o sea, asiente, según el refrán. Lo mismo ocurre con el indulto de condenados y exilados. No fueron ellos quienes erraron, sino los jueces y el código penal que los condenó, así que hay que cambiarlos. El travestismo que trae desjudicializar el conflicto catalán llegó a su cumbre al advertir Sánchez «la ley no basta», que recuerda «estos son mis principios, si no les gustan, tengo otros» de Groucho Marx. Aunque más grave es que recuerda el principio del fin de la democracia.
Llevaba también otros obsequios, como transferir nuevas competencias y hacer de Barcelona la capital cultural y científica de España (¿es así como quieren igualar España?). Sus anfitriones no se dieron por satisfechos e insistieron en la figura de un relator o mediador en la mesa de negociaciones que van a iniciar, para que garantice los acuerdos que se tomen. Una prueba más de que no se fían de Sánchez y de que, como nacionalistas que son, cuanto más les dan, más quieren, sin darse por satisfechos hasta conseguir la independencia. Si los demás españoles conserváramos la dignidad de mayo de 1808, recibiríamos como merecen a quienes han mercadeado tan a la baja la soberanía nacional y alguno, empezando por el del cabezazo a Torra, recibiría un buen chichón. Pero la sociedad de consumo ha limitado tales actitudes a eventos deportivos, aparte de que, en democracia, del cumplimiento de la ley se encargan los tribunales, que hasta ahora han funcionado. Otra cosa es si intentan neutralizarlos, con la famosa «desjudicialización», que en realidad es la politificación de los mismos, es decir, lo contrario de lo que predican. Conviene por tanto, estar alerta. Unos nacionalistas fracasados, unos izquierdistas que tocan por primera vez poder, un ambicioso que hará lo que sea por no perderlo y su gurú forman un cuarteto cómico pero explosivo.
José María Carrascal
Articulista de opinió
Su plan comienza por manipular el lenguaje, en el más puro estilo Gramsci, hasta el
punto de invertir el sentido de las palabras. «Reencuentro de España y Cataluña» lo define, cuando lo que de verdad busca es separarlas. ¿Cómo, se preguntarán ustedes, si las leyes exigen requerimientos que no se dan? Pues muy fácil -nos responde- con «diálogo». Claro que no se trata de intercambiar ideas y proyectos para alcanzar un espacio común, que es lo que por diálogo suele entenderse, sino de reducirlo al mínimo: una parte pide, la otra cede. Los independentistas piden la autodeterminación, Sánchez calla, o sea, asiente, según el refrán. Lo mismo ocurre con el indulto de condenados y exilados. No fueron ellos quienes erraron, sino los jueces y el código penal que los condenó, así que hay que cambiarlos. El travestismo que trae desjudicializar el conflicto catalán llegó a su cumbre al advertir Sánchez «la ley no basta», que recuerda «estos son mis principios, si no les gustan, tengo otros» de Groucho Marx. Aunque más grave es que recuerda el principio del fin de la democracia.
Llevaba también otros obsequios, como transferir nuevas competencias y hacer de Barcelona la capital cultural y científica de España (¿es así como quieren igualar España?). Sus anfitriones no se dieron por satisfechos e insistieron en la figura de un relator o mediador en la mesa de negociaciones que van a iniciar, para que garantice los acuerdos que se tomen. Una prueba más de que no se fían de Sánchez y de que, como nacionalistas que son, cuanto más les dan, más quieren, sin darse por satisfechos hasta conseguir la independencia. Si los demás españoles conserváramos la dignidad de mayo de 1808, recibiríamos como merecen a quienes han mercadeado tan a la baja la soberanía nacional y alguno, empezando por el del cabezazo a Torra, recibiría un buen chichón. Pero la sociedad de consumo ha limitado tales actitudes a eventos deportivos, aparte de que, en democracia, del cumplimiento de la ley se encargan los tribunales, que hasta ahora han funcionado. Otra cosa es si intentan neutralizarlos, con la famosa «desjudicialización», que en realidad es la politificación de los mismos, es decir, lo contrario de lo que predican. Conviene por tanto, estar alerta. Unos nacionalistas fracasados, unos izquierdistas que tocan por primera vez poder, un ambicioso que hará lo que sea por no perderlo y su gurú forman un cuarteto cómico pero explosivo.
o voy a decir que es el mayor timo de todos los tiempos, pero sí de los últimos años, y miren ustedes que los hubo gordos. Pero nunca se había llegado a tal estafa, fraude o engañifa de españoles y catalanes por parte de sus dirigentes. Como no creo que ni Torra ni Sánchez tengan capacidad para planearla, la atribuyo a ese personaje que saludó al president de la Generalitat con un cabezazo rotundo como anuncio de que estaban a sus órdenes. Y, en efecto, lo estuvieron durante las 48 horas que permanecieron en Barcelona él y su jefe, convertido en seductor de los catalanes.
Su plan comienza por manipular el lenguaje, en el más puro estilo Gramsci, hasta el
punto de invertir el sentido de las palabras. «Reencuentro de España y Cataluña» lo define, cuando lo que de verdad busca es separarlas. ¿Cómo, se preguntarán ustedes, si las leyes exigen requerimientos que no se dan? Pues muy fácil -nos responde- con «diálogo». Claro que no se trata de intercambiar ideas y proyectos para alcanzar un espacio común, que es lo que por diálogo suele entenderse, sino de reducirlo al mínimo: una parte pide, la otra cede. Los independentistas piden la autodeterminación, Sánchez calla, o sea, asiente, según el refrán. Lo mismo ocurre con el indulto de condenados y exilados. No fueron ellos quienes erraron, sino los jueces y el código penal que los condenó, así que hay que cambiarlos. El travestismo que trae desjudicializar el conflicto catalán llegó a su cumbre al advertir Sánchez «la ley no basta», que recuerda «estos son mis principios, si no les gustan, tengo otros» de Groucho Marx. Aunque más grave es que recuerda el principio del fin de la democracia.
Llevaba también otros obsequios, como transferir nuevas competencias y hacer de Barcelona la capital cultural y científica de España (¿es así como quieren igualar España?). Sus anfitriones no se dieron por satisfechos e insistieron en la figura de un relator o mediador en la mesa de negociaciones que van a iniciar, para que garantice los acuerdos que se tomen. Una prueba más de que no se fían de Sánchez y de que, como nacionalistas que son, cuanto más les dan, más quieren, sin darse por satisfechos hasta conseguir la independencia. Si los demás españoles conserváramos la dignidad de mayo de 1808, recibiríamos como merecen a quienes han mercadeado tan a la baja la soberanía nacional y alguno, empezando por el del cabezazo a Torra, recibiría un buen chichón. Pero la sociedad de consumo ha limitado tales actitudes a eventos deportivos, aparte de que, en democracia, del cumplimiento de la ley se encargan los tribunales, que hasta ahora han funcionado. Otra cosa es si intentan neutralizarlos, con la famosa «desjudicialización», que en realidad es la politificación de los mismos, es decir, lo contrario de lo que predican. Conviene por tanto, estar alerta. Unos nacionalistas fracasados, unos izquierdistas que tocan por primera vez poder, un ambicioso que hará lo que sea por no perderlo y su gurú forman un cuarteto cómico pero explosivo.
José María Carrascal
Articulista de opinió