La perra Laika, la «cosmonauta» más fotogénica que murió por calor y estrés.
Se cumplen 60 años del lanzamiento al espacio del primer ser vivo. No llegó a dar más que cuatro vueltas alrededor de la Tierra antes de morir, pero marcó el comienzo de una era.
Rafael M. Mañueco.
CORRESPONSAL EN MOSCÚ.
Actualizado:
03/11/2017 08:38h.
Hace 60 años fue lanzado al espacio el primer ser vivo, la perra Laika. No estaba previsto su regreso a la Tierra y murió pocas horas después del lanzamiento. Pero el experimento resultó ser un éxito porque preparó el terreno para que, cuatro años más tarde, el 12 de abril de 1961, el cosmonauta Yuri Gagarin se convirtiera en el primer ser humano en
viajar al espacio y esta vez con trayecto de retorno asegurado.
Los soviéticos fueron los primeros en poner en órbita un satélite artificial, el Sputnik-1, lanzado el 4 de octubre de 1957. Un mes después, el 3 de noviembre, en la víspera de las celebraciones del aniversario del 40 aniversario de la Revolución Bolchevique, un cohete R-7 catapultaba a las estrellas a la pobre perrita Laika en el interior del Sputnik-2, una cápsula del tamaño de una lavadora.
Pese a que se había previsto que el infeliz
animal viviera una semana dando vueltas a la Tierra, la alta temperatura dentro del habitáculo y el estrés hicieron que su corazón se detuviera a las pocas horas. El cohete partió desde Kazajistán a las cinco y media de la mañana y alcanzó su órbita sin novedad. Eso sí, según reconoció muchos años después Adilia Kotóvskaya, la científica que entrenó a la perra, su corazón se aceleró hasta las 260 pulsaciones por minuto, tres veces más de lo normal, pero después el ritmo cardiaco se normalizó.
La causa de la muerte
Lo malo llegó cuando la nave empezó a calentarse a causa de la última sección del cohete, que no se desprendió y transmitió su enorme temperatura, y por culpa también de las radiaciones solares. Además, el ingenio no era de la mejor calidad, sobre todo su sistema de aislamiento térmico, porque fue construido deprisa y corriendo para hacer coincidir el funesto
viaje espacial con las celebraciones revolucionarias y así poder dar un nuevo corte de mangas a los americanos, que ya llevaban clara desventaja en la carrera espacial.
Unas seis o siete horas se calcula que vivió Laika desde el momento del lanzamiento. Y su muerte debió de ser terrible. Según desveló 45 años más tarde, en 2002, uno de los responsables del programa, Dmitri Malashénkov, durante una conferencia en Houston, el animal murió por sobrecalentamiento y deshidratación sin haber llegado a completar la cuarta órbita alrededor de la Tierra.
Sin embargo, oficialmente se dijo que todo salió bien y que la perra falleció el octavo día debido a la sustancias tóxicas y sedantes suministrados con la comida para propiciar una muerte indolora, ya que la
tecnología en aquel momento descartaba desde un principio la posibilidad de regreso a la Tierra de Laika. El satélite, junto con su cadáver, se desintegró al reentrar en la atmósfera terrestre el 14 de abril de 1958.
La idea de poner en órbita entonces un animal no era nueva y los experimentos y ensayos para conseguirlo comenzaron ya en 1951. Sin embargo, por imperativos propagandísticos, el Partido
Comunista, exigió premura.
Odisea en el espacio
Iván Kasián, responsable del equipo médico que participó en aquella época en la preparación de los vuelos espaciales, cuenta en su
libro, «Los primeros pasos hacia el
cosmos», que la tarea no fue fácil. «No estaba claro cómo se conseguiría que funcionase sin fallos el suministro de oxígeno y el sistema para alimentar a la perra durante tantos días». Los vuelos estratosféricos que se habían realizado anteriormente con
animales a bordo de cohetes duraban menos de una hora.
Se decidió utilizar perros, no monos como en el caso de los estadounidenses. Los canes callejeros eran los más adecuados para ese tipo de misiones por que, según explica Kasián, «tienen más aguante, mayor capacidad de adaptación y se acostumbran rápidamente a cualquier dueño». Tenían que ser precisamente hembras, lo que facilitaba la colocación de sondas para poder hacer sus necesidades durante la travesía, y menudas de tamaño, para que el habitáculo no fuese demasiado grande.
Fueron seleccionadas cuatro perritas: Laika (ladradora), Albina, palabra que tiene el mismo significado que en
español, Muja (mosca) y Úmnitsa (listilla). Para habituarlas a las condiciones de un vuelo espacial se las mantenía durante días metidas en una reducida cabina con la escafandra puesta y alimentadas por un sistema automático que, cada ciertas horas, se abría y dejaba salir una especie de pasta compuesta de vitaminas, proteínas, grasas, hidratos de carbono y agua. Tuvieron que pasar también por la desagradable centrifugadora.
La perra más fotogénica y tranquila
La más paciente y tranquila resultó ser Laika. Tenía dos años y, pese a no ser de raza, era la más fotogénica, cuestión importante teniendo en cuenta que su imagen aparecería en todos los
periódicos del mundo.
Tras aquel trágico vuelo, aunque fructuoso desde el punto de vista científico, la Unión Soviética no volvió a enviar animales al espacio hasta 1960. El 19 de agosto de aquel año volaron juntas las perritas Belka (ardilla) y Strelka (flecha). Tuvieron mayor fortuna que su antecesora por que ellas sí lograron regresar a la Tierra sanas y salvas. Pasaron en órbita un total de 25 horas y estuvieron acompañadas de moscas y ratones.
Un mes antes, el 28 de julio de 1960, habían perecido en órbita otras dos perras, Bars (lince) y Lisichka (zorra). Otros tres animales sucumbieron en los meses siguientes. De la treintena de perros que fueron empleados como cobayas entre 1951 y 1961, la mitad se dejaron la piel en el espacio.