Sra Elo, solo queria informarle, que cerca de 900.000.000 millones de personas, pasan hambre en el mundo. Y mueren diariamente cerca de 20.000 niños, por hambre, enfermedades, explotación infantil,
guerras, etc.
Y seguimos asi despues de muchos años, cuando se hablaba que hacia el año 2025 el hambre, la pobreza, ya no seria un problema mundial. Y esto pasa en paises de todos las ideologias y credos y color.
Un saludo.
La
foto, Sra Elo, ganó el premio Pulitzer de
fotografía el año 1994.
ESTA ES LA HISTORIA: una historia que interesaba más la foto en sí, que la niña se estaba muriendo de hambre, cansancio...
Cuándo Kevin Carter hizo esta fotografía no sabía la repercusión que llegaría a alcanzar.
Su visión conmocionó a medio mundo.
Pero, situemos esta imagen en el tiempo para entenderla mejor.
Estamos en Darfur al sur de Sudán. Concretamente en el mes Marzo de 1993. El fotógrafo sudafricano Kevin Carter viaja a la zona para realizar un reportaje sobre el movimiento rebelde de la región.
Al toparse con la cruda realidad del hambre y miseria en que estaba sumida la población, decide cambiar su objetivo inicial y retratar las penurias de sus habitantes.
La historia nos cuenta que Kevin Carter estaba fotografiando en la aldea de Ayod cuando vio caminar a una niña de unos cuatro o cinco años. Se dirigía a un centro de refugiados, probablemente a pedir ayuda y alimentos.
Cuando le faltaban escasos metros, su frágil cuerpecito dijo basta.
Se dejó caer.
Un buitre que contemplaba la escena se acercó y esperó el más que probable fatal desenlace.
Carter, según explicó tiempo después, esperó unos veinte minutos a que el buitre desplegara sus alas para conseguir una foto más impactante. Disparó unas cuantas
fotos y permaneció en el lugar.
Al final, según Carter, la niña pudo reanudar su camino y el buitre se alejó de la escena.
El fotógrafo acabó sentado debajo de un árbol llorando por la escena que acababa de contemplar.
La polémica saltó cuando esta foto fué publicada, el 26 de Marzo del mismo año, en el New York Times.
Oleadas de personas criticaron la actitud de Kevin Carter, a pesar de tener órdenes expresas de no mezclarse con la población local por el riesgo de contraer enfermedades.
La fotografía fue tan importante que hizo que el fotógrafo consiguiera el premio Pulitzer de fotografía el año 1994.
Sus palabras al recoger el premio fueron estas “Es la foto más importante de mi carrera pero no estoy orgulloso de ella, no quiero ni verla, la odio. Todavía estoy arrepentido de no haber ayudado a la niña“.
Profundicemos un poco más en la biografía de Kevin Carter para conocer mejor su trayectoria.
Carter nació en Sudáfrica en 1960, y a los 23 años empezó a trabajar como fotógrafo deportivo en un
periódico local. En 1961, al estallar las revueltas raciales de 1984, fichó por otro periódico y comenzó a documentar los desmanes y asesinatos del apartheid.
En poco tiempo Kevin Carter, Ken Oosterbroek, Greg Marinovich y Joao Silva (todos fotógrafos blancos) conformaron el conocido Bang Bang Club y se hicieron un hueco en la historia del fotoperiodismo.
Lograron documentar, arrisgando sus vidas, la violenta ola de disturbios en Sudáfrica, algo que hasta ese momento solo habían conseguido reflejar unos pocos fotógrafos negros.
Las escenas que lograron captar estaban llenas de una violencia tal que muchas fueron objeto de la censura en el propio país, y que solo fueron publicadas en el extranjero.
Esta osadía les llevó más de una vez a dar con sus huesos en el calabozo.
Joao Silva acompañó a Carter a Sudán, dónde tomó la escena de la cual hablábamos al principio del artículo.
Después de dicha foto, Silva comentó que Carter cayó en una profunda depresión. Depresión que acabaría siendo decisiva en el triste final del reportero.
La fotografía de la niña, como comentaba antes, le supuso ganar el Pulitzer y que la prestigiosa agencia Sygma le contratara como uno de sus reporteros.
Pero esta fama inesperada y efímera, sumada al acoso por parte de la opinión pública, hizo que tomara una trágica decisión.
Dos meses después, aparcó su furgoneta junto al río en el que solía
jugar de niño, conectó una manguera al tubo de escape y se suicidó.
Una vida truncada a los 33 años.
Diez años observando en primera linea hasta que punto el
hombre ejerce la violencia contra sus semejantes, y sobre todo la muerte de su mejor
amigo, Oosterbroek, durante unos disturbios que él mismo había fotografiado antes (en los que también fue herido Marinovich), hicieron que tomara esa trágica y drástica decisión.
Una vida dedicada a mostrarnos nuestras vergüenzas a través de sus
fotografías.
Una imagen que nos golpeó a todos profundamente en el corazón