VICENTE VALLES
Entre Bildu y PNV.
Algunas de las últimas encuestas publicadas sobre las elecciones vascas del próximo domingo auguran la victoria de EH Bildu. Y será, si ocurre, la primera vez que una formación política con la historia que tiene EH Bildu –que se sigue negando a considerar que ETA fue una banda terrorista– alcanza cotas electorales de ese nivel.
El mismo augurio demoscópico advierte de que esa posible victoria nunca sería por mayoría absoluta, lo que situaría en manos de Pedro Sánchez la responsabilidad de elegir al partido gobernante en Vitoria. El presidente del Gobierno tendría la potestad, de facto, de disponer si el lehendakari es del PNV o si ese cargo de tanta relevancia lo ocupa el hombre al que Arnaldo Otegi ha situado en lo alto de su lista electoral. No es una decisión cómoda, aunque Sánchez nunca muestra signos de incomodidad cuando se trata de adoptar una medida que le permita mantenerse en el poder, sin distinción alguna.
Si se sigue el pronóstico realizado por Pablo Iglesias –que conoce de cerca los modos de actuación de Sánchez–, el líder socialista no será un obstáculo para que EH Bildu alcance la Lehendakaritza: «Es tan sencillo como decirle a Pedro Sánchez que el precio de la estabilidad de su Gobierno es que en el País Vasco haya un Gobierno de izquierdas».
No todo el mundo tiene ese concepto tan rigorista y poco elogioso del presidente, como si no hubiese otra cosa sobre la faz de la tierra que le comprometa, salvo el mantenimiento del poder en sus manos. Pero el propio Iglesias, que fue vicepresidente de Sánchez, remató su argumentación: « ¿Ah no? ¿Quién iba a pensar que el PSOE iba a permitir el acercamiento de presos? ¿Quién iba a pensar que el PSOE iba a aceptar la amnistía de nada más y nada menos que Carles Puigdemont, cuando Pedro Sánchez prometió en campaña que le iba a traer esposado a sentarle frente a un tribunal?». No se podrá desmentir la evidencia que se esconde detrás de esas preguntas.
Y, sin embargo, existe una herramienta que Sánchez puede utilizar –y que Otegi quiere que Sánchez utilice–, para convencer a EH Bildu de que acepte no gobernar, aunque gane las elecciones: que el Gobierno culmine en un plazo determinado, lo más breve posible, el traslado de los presos de ETA a las cárceles vascas, cuya gestión corresponde al gobierno autonómico. Y el gobierno autonómico hará lo que ya ha hecho con los anteriores etarras trasladados: buscar la fórmula para que estén más tiempo en la calle que en la celda, concediendo permisos o el tercer grado. En definitiva, un cumplimiento light de las condenas por graves delitos de terrorismo. Y no se puede descartar que el plan del PNV, si gana las elecciones, sea similar. Está en manos de Sánchez.
Entre Bildu y PNV.
Algunas de las últimas encuestas publicadas sobre las elecciones vascas del próximo domingo auguran la victoria de EH Bildu. Y será, si ocurre, la primera vez que una formación política con la historia que tiene EH Bildu –que se sigue negando a considerar que ETA fue una banda terrorista– alcanza cotas electorales de ese nivel.
El mismo augurio demoscópico advierte de que esa posible victoria nunca sería por mayoría absoluta, lo que situaría en manos de Pedro Sánchez la responsabilidad de elegir al partido gobernante en Vitoria. El presidente del Gobierno tendría la potestad, de facto, de disponer si el lehendakari es del PNV o si ese cargo de tanta relevancia lo ocupa el hombre al que Arnaldo Otegi ha situado en lo alto de su lista electoral. No es una decisión cómoda, aunque Sánchez nunca muestra signos de incomodidad cuando se trata de adoptar una medida que le permita mantenerse en el poder, sin distinción alguna.
Si se sigue el pronóstico realizado por Pablo Iglesias –que conoce de cerca los modos de actuación de Sánchez–, el líder socialista no será un obstáculo para que EH Bildu alcance la Lehendakaritza: «Es tan sencillo como decirle a Pedro Sánchez que el precio de la estabilidad de su Gobierno es que en el País Vasco haya un Gobierno de izquierdas».
No todo el mundo tiene ese concepto tan rigorista y poco elogioso del presidente, como si no hubiese otra cosa sobre la faz de la tierra que le comprometa, salvo el mantenimiento del poder en sus manos. Pero el propio Iglesias, que fue vicepresidente de Sánchez, remató su argumentación: « ¿Ah no? ¿Quién iba a pensar que el PSOE iba a permitir el acercamiento de presos? ¿Quién iba a pensar que el PSOE iba a aceptar la amnistía de nada más y nada menos que Carles Puigdemont, cuando Pedro Sánchez prometió en campaña que le iba a traer esposado a sentarle frente a un tribunal?». No se podrá desmentir la evidencia que se esconde detrás de esas preguntas.
Y, sin embargo, existe una herramienta que Sánchez puede utilizar –y que Otegi quiere que Sánchez utilice–, para convencer a EH Bildu de que acepte no gobernar, aunque gane las elecciones: que el Gobierno culmine en un plazo determinado, lo más breve posible, el traslado de los presos de ETA a las cárceles vascas, cuya gestión corresponde al gobierno autonómico. Y el gobierno autonómico hará lo que ya ha hecho con los anteriores etarras trasladados: buscar la fórmula para que estén más tiempo en la calle que en la celda, concediendo permisos o el tercer grado. En definitiva, un cumplimiento light de las condenas por graves delitos de terrorismo. Y no se puede descartar que el plan del PNV, si gana las elecciones, sea similar. Está en manos de Sánchez.