Así se llamaba hace añosa los comercios de comestibles. Este formaba parte de la casa familiar, de esa forma podía ser atendido con mas facilidad.
El espacio amplio, con paredes de azulejos blancos, el mostrador de mármol veteado de gris, la bascula también blanca con pesas de hierro, un molinillo para el café de grandes dimensiones, medidor para el aceite de acero inoxidable y cristal, todo un adelanto para la época. Había tres temporadas muy definidas que marcaban los artículos según las necesidades: con colores y olores. Otoño invierno, la matanza del cerdo, el Pimentón de la Vera de un rojo intenso y olor característico, especias: orégano, pimienta, clavo, comino, todo ello venia en preciosas cajas de madera con un espejito por dentro de la tapa que una vez vacías se regalaban a las clientas, mantas de tripas perfectamente planchadas, para el embutido.
Por esas fechas de Navidad los artículos resultaban muy apetitosos, turrones, nueces “pasteles gloria “y unas cajitas redondas llamadas jaleas, con unos peces de mazapán llamados anguilas adornadas con confites de colores que hacían las delicias de los niños.
En marzo temporada de cuaresma, venía marcada por el bacalao de Islandia, plato casi obligado en todas las mesas, con su fuerte olor a salazón y su partidor de guillotina, cubetos de madera con jurel en escabeche, aceitunas negras y brillantes de Cieza, pescados frescos traídos directamente de Vigo y Coruña, venían en ferrocarril en cajas de madera muy colocadito con hielo y ramas de helecho.
Llegado el verano hacían su aparición los sombreros de paja de varios modelos: unos llamados gallegos con el ala ancha, tomaban el nombre de las personas que los usaban, los gallegos que venían de su tierra en cuadrillas para hacer la temporada de recogida de la mies, otros un poco mas recogidos para los mas “señoritos “trabajadores todos ellos, cuerdas que se vendían en madejas para atar las gavillas, maromas para el acarreo, queso, chocolate y aguardiente para el primer desayuno de los segadores (se levantaban muy temprano)
Alpargatas con piso de cáñamo, unos bolsos para la compra llamados serillos, de paja con flores y pájaros pintados, también unas bolas de sal que me llamaban mucho la atención, creo que eran para las mulas. Todos los artículos se despachaban a granel las legumbres el arroz, azúcar, galletas, lo que suponía un gran trabajo. Luego llegaron los supermercados con todos los productos envasados y acabaron con todo ello.
Como digo al principio, los ultramarinos eran los que despachaban a detall (al por menor) los almacenes se llamaban de coloniales.
El espacio amplio, con paredes de azulejos blancos, el mostrador de mármol veteado de gris, la bascula también blanca con pesas de hierro, un molinillo para el café de grandes dimensiones, medidor para el aceite de acero inoxidable y cristal, todo un adelanto para la época. Había tres temporadas muy definidas que marcaban los artículos según las necesidades: con colores y olores. Otoño invierno, la matanza del cerdo, el Pimentón de la Vera de un rojo intenso y olor característico, especias: orégano, pimienta, clavo, comino, todo ello venia en preciosas cajas de madera con un espejito por dentro de la tapa que una vez vacías se regalaban a las clientas, mantas de tripas perfectamente planchadas, para el embutido.
Por esas fechas de Navidad los artículos resultaban muy apetitosos, turrones, nueces “pasteles gloria “y unas cajitas redondas llamadas jaleas, con unos peces de mazapán llamados anguilas adornadas con confites de colores que hacían las delicias de los niños.
En marzo temporada de cuaresma, venía marcada por el bacalao de Islandia, plato casi obligado en todas las mesas, con su fuerte olor a salazón y su partidor de guillotina, cubetos de madera con jurel en escabeche, aceitunas negras y brillantes de Cieza, pescados frescos traídos directamente de Vigo y Coruña, venían en ferrocarril en cajas de madera muy colocadito con hielo y ramas de helecho.
Llegado el verano hacían su aparición los sombreros de paja de varios modelos: unos llamados gallegos con el ala ancha, tomaban el nombre de las personas que los usaban, los gallegos que venían de su tierra en cuadrillas para hacer la temporada de recogida de la mies, otros un poco mas recogidos para los mas “señoritos “trabajadores todos ellos, cuerdas que se vendían en madejas para atar las gavillas, maromas para el acarreo, queso, chocolate y aguardiente para el primer desayuno de los segadores (se levantaban muy temprano)
Alpargatas con piso de cáñamo, unos bolsos para la compra llamados serillos, de paja con flores y pájaros pintados, también unas bolas de sal que me llamaban mucho la atención, creo que eran para las mulas. Todos los artículos se despachaban a granel las legumbres el arroz, azúcar, galletas, lo que suponía un gran trabajo. Luego llegaron los supermercados con todos los productos envasados y acabaron con todo ello.
Como digo al principio, los ultramarinos eran los que despachaban a detall (al por menor) los almacenes se llamaban de coloniales.