LA BICICLETA...

LA BICICLETA
Soñaba yo cuando niño, mil veces, con tener una bicicleta con la que poder desplazarme felízmente por todas las calles y plazas de mi pueblo, cortando el aire con mi cara cuando aprovechaba el descansado y rápido descenso a que me obligaban las bajadas de las pendientes.
Teníamos unos muy rudos y ruidosos carretones o patinetes a los que les ponían los clásicos rodamientos pero el poseer un bicicleta era un gran lujo, que en aquellos años cincuenta, era muy difícil de costear.

Era pues un feliz sueño el pensar poseer algún día una deslumbrante bicicleta y sorprender a los amigos y amigas con el sonido de aquél musical timbre que gozoso sonabas al pasar junto a ellos y ellas para que vieran tus destrezas y tu manejo encima de aquél artilugio.

En aquella época había unos establecimientos que se dedicaban a alquilar bicicletas, a un tanto la hora o la media hora, según tu poder adquisitivo, y eso te servía para aprender a montarla y una vez que ya sabías estabas en condiciones de ir diciéndolo en casa por si ello significaba que algún día tus padres te pudiesen comprar una. Cosa que tú veías tan difícil y tan imposible que por eso soñabas tanto con que llegara.

Y aquél día, cuando yo menos lo esperaba, llegó, era roja, con las llantas y el manillar niquelados y muy brillantes, un sillín y un maletín para poder llevar cosas en él o tal vez un amigo o amiga, su faro, su timbre, sus pedales, osea una maravilla. No era nueva, era de segunda mano, pero a mi eso no me preocupaba en absoluto yo iba a ser el dueño de aquel tan añorado y soñado vehículo de dos ruedas.

En principio todo iba bien pero cuando yo empecé a utilizarla todos los días empezaron en seguida las averías. Los pinchazos, una de las más comunes te hacían tener que comprar aquella cajita de parches, de diversos tamaños, y un líquido de un olor muy fuerte que era el que fijaba el parche a la cámara, luego había que dejar que se secara, inflar la rueda con la bomba y ¡ala! de nuevo a viajar.
Pero o los parches eran malos, o tú no sabías ponerlos, o la cubierta estaba muy gastada o tal vez la carretera llena de chinas o de clavos, porque cada dos por tres estabas tu arreglando pinchazos. Otras veces era la cadena la que se salía, te llenabas los dedos de grasa y tenías que tener cuidado al penerla porque te podías coger un dedo y hacerte daño. O se que como el material era viejo y las condiciones de las calles y carreteras eran normalmente sin asfaltar tú estabas más de mecánico que de ciclista y a veces pensabas que casi sería mejor volver a alquilar una cuando tú la necesitaras y dejar la tuya en casa ya que esto te salía más barato y encima no tenías la obligación de hacer de mecánico.

Pero esto es como todo, primero está la ilusión, está el deseo, una vez hecha realidad esa ilusión y alcanzado ese deseo ya empiezas a ver las dificultades, los inconvenientes, y entonces viene la apreciación exacta de la auténtica realidad, pero indiscutiblemente tú ya has sido inmensamente feliz porque has disfrutado una nueva experiencia y a la vez has aprendido que las cosas tienen sus pros y sus contras y eso te va a ir haciendo a aprender a vivir, porque la vida está llena de ilusiones y de desencantos si no todo sería muy monótono. Pero de cualquier manera aquella experiencia de mi primera propiedad, de mi primer resquicio de libertad, de poder ir a sitios nuevos siendo yo el que elegía esos sitios y el que dirigía mis propios pasos, fue algo maravilloso que empezó a ir forjando mi personalidad.