EL ARRIERO
Hay profesiones que con el tiempo se extinguen y pasan al olvido, sin remisión, de tal forma que hasta la palabra que la sustentaba pierde su razón de ser pasando al cajón de los recuerdos de la Real Academia Española de la Lengua. Este es el caso de la profesión de arriero que era la persona que se ganaba la vida transportando las cosas por medio de animales. Cuando los animales caballos, mulos, asnos, eran necesarios en la sociedad para aprovechar su fuerza y su dócil trato el hombre se valía de ellos para multitud de trabajos y esto hacía que fuera muy común que la familia tuviese uno o más animales bajo su cuidado al objeto de que le ayudaran a realizar las faenas del campo, del negocio o simplemente de la casa.
El desarrollo, el progreso y la invención del motor, cambian por completo el panorama y permiten que los animales sean relegados de aquellos duros trabajos y dedicados a otros más tranquilos, de carácter deportivo o recreativo, porque el transporte ahora tenía unos nuevos protagonistas que utilizaban caballos de potencia y en vez de cuatro patas, cuatro ruedas.
Explicaba yo a mis nietos el otro día quienes eran estos arrieros, que trabajo desarrollaban, cuan importante era su oficio para el normal funcionamiento del comercio, las faenas agrícolas y construcción, en los pueblos porque todo el peso pasaba por los lomos de estos sufridos animales.
Y ellos, niños pequeños se quedaban anonadados porque no imaginaban que aquello que les contaba su abuelo fuese verdad o más bien era una de esas batallitas que lo mayores nos solemos montar.
Los arrieros disponían de unos utensilios muy rudimentarios para poder realizar sus trabajos: serones, parihuelas, angarillas, barcinas, sogas, sillas de montar, aparejos, palas, y preparaban a sus animales de forma adecuada para el trabajo que habían de realizar.
Y era muy importante aquel trabajo porque en aquella época cuando una familia necesitaba transportar algo se ponía en contacto con el arriero y ya lo tenía todo solucionado. Traían agua, retiraban escombros, realizaban un traslado, traían arena, ladrillos, piedras, retiraban escombros, transportaban la paja o el grano de la parvas, y eran auxiliares indispensables en cuakquier negocio o actividad.
Ese era el arriero pero en verdad que algo de arriero había siempre en una casa pues en todas solía haber una cuadra para los animales, y en todas había que acarrear agua, traer los productos de la huerta o el campo, montar el animal para que te llevase al trabajo y a algún viaje, y en definitiva aprovechar este medio de transporte propio para ayudarte a realizar todas las tareas. Eran otros tiempos donde la velocidad brillaba por su ausencia pero el estrés tampoco existía, una vida más primaria y más tranquila que también mereció la pena vivir
Hay profesiones que con el tiempo se extinguen y pasan al olvido, sin remisión, de tal forma que hasta la palabra que la sustentaba pierde su razón de ser pasando al cajón de los recuerdos de la Real Academia Española de la Lengua. Este es el caso de la profesión de arriero que era la persona que se ganaba la vida transportando las cosas por medio de animales. Cuando los animales caballos, mulos, asnos, eran necesarios en la sociedad para aprovechar su fuerza y su dócil trato el hombre se valía de ellos para multitud de trabajos y esto hacía que fuera muy común que la familia tuviese uno o más animales bajo su cuidado al objeto de que le ayudaran a realizar las faenas del campo, del negocio o simplemente de la casa.
El desarrollo, el progreso y la invención del motor, cambian por completo el panorama y permiten que los animales sean relegados de aquellos duros trabajos y dedicados a otros más tranquilos, de carácter deportivo o recreativo, porque el transporte ahora tenía unos nuevos protagonistas que utilizaban caballos de potencia y en vez de cuatro patas, cuatro ruedas.
Explicaba yo a mis nietos el otro día quienes eran estos arrieros, que trabajo desarrollaban, cuan importante era su oficio para el normal funcionamiento del comercio, las faenas agrícolas y construcción, en los pueblos porque todo el peso pasaba por los lomos de estos sufridos animales.
Y ellos, niños pequeños se quedaban anonadados porque no imaginaban que aquello que les contaba su abuelo fuese verdad o más bien era una de esas batallitas que lo mayores nos solemos montar.
Los arrieros disponían de unos utensilios muy rudimentarios para poder realizar sus trabajos: serones, parihuelas, angarillas, barcinas, sogas, sillas de montar, aparejos, palas, y preparaban a sus animales de forma adecuada para el trabajo que habían de realizar.
Y era muy importante aquel trabajo porque en aquella época cuando una familia necesitaba transportar algo se ponía en contacto con el arriero y ya lo tenía todo solucionado. Traían agua, retiraban escombros, realizaban un traslado, traían arena, ladrillos, piedras, retiraban escombros, transportaban la paja o el grano de la parvas, y eran auxiliares indispensables en cuakquier negocio o actividad.
Ese era el arriero pero en verdad que algo de arriero había siempre en una casa pues en todas solía haber una cuadra para los animales, y en todas había que acarrear agua, traer los productos de la huerta o el campo, montar el animal para que te llevase al trabajo y a algún viaje, y en definitiva aprovechar este medio de transporte propio para ayudarte a realizar todas las tareas. Eran otros tiempos donde la velocidad brillaba por su ausencia pero el estrés tampoco existía, una vida más primaria y más tranquila que también mereció la pena vivir
Me gusta mucho este relato, forma parte de cosas que recuerdo siendo pequeña, muchas palabras relacionadas con esta época ya pasada las tengo coleccionadas en mi memoria y en mi cuaderno. Saludos.
Gracias Rosali la verdad es que aquellos recuerdos de una infancia feliz pero muy difícil y muy precaria encuentran un lugar muy destacado en nuestra mente y en nuestro corazón. Un cariñoso saludo