MAYO.
Recuerdo yo el mes de Mayo, de mi infancia, como un despertar al buen tiempo, al verano, después de un invierno interminable, que practicamente empezaba en Octubre y terminaba en Abril. Porque ni nuestras casa, ni nuestros vertidos, ni nuestras escasas comodidades, nos ayudaban a hacer más llevadera esa estación del año que por un cúmulo de circunstancias ajenas a la naturaleza ya he señalado que se hacía eterna apropiándose, como suyas, de parte del Otoño y de la Primavera.
Además como consecuencia de nuestras carencias de tipo económico y de las escasas condiciones de confor de nuestra vivienda el invierno era muy duro y muy penoso lo único que nos salvaba era esa lumbre de palos de olivo, ardiendo desde muy temprano en el hogar, que era fuente de calor en la que mitigábamos nuestras penas y que nos servía de calefacción, de calentador, de secadora de ropa y por supuesto, y más importante de horno, de fogón y de cocina.
En todo este tiempo más gris y sombrío del año, además de más frío, llovía mucho más que ahora, nevaba con más asiduidad y más abundancia que ahora, y todo eso hacía que deseáramos viniera, cuanto antes, el buen tiempo y pudiéramos disfrutar de esos otros seis meses de verano porque yo creo que para los niños de mi edad esas eran en mi pueblo las estaciones del año, invierno y verano.
Y llegaba Mayo, después de las abundantes lluvias de Abril, el sol abría sus ojos y llenaba de verdor y de flores los prados y las huertas de Fuensanta, las macetas y las terrazas de las casas, se olía jazmines y rosas, nardos o claveles. La naturaleza rezuma vida por todas partes, las plantas, los animales y las personas se sienten envueltos en ese ambiente de cambio, de renovación, de ilusiones y de diversiones a las que te invita ese buen tiempo y ese gozoso despertar a mejor vida.
Recuerdo de una forma muy agradable que en este mes en la escuela, los viernes por la tarde íbamos a la iglesia, con los Maestros, a participar en la celebración de las Flores a María ese acto en el que los católicos por este mes de Mayo celebran en las parroquias que consistían en rezar el santo Rosario, con su letanía en Latín, que al final de tanto repetir terminábamos aprendiendo, y cantar unas canciones a la Virgen que a nosotros nos resultaban muy divertidas y muy entretenidas.
Pero si queréis que os diga la verdad, a mi al menos, lo que más me gustaba de todo aquello era el fresquito que hacía en la Iglesia porque veníamos de clase con un calor espantoso, que en Mayo a las cuatro de la tarde hace en Andalucía, y aquella media hora en la iglesia era disfrutar de un aire acondicionado, entonces para nosotros totalmente desconocido, que nos permitía aguantar el rosario y la letanía con una plácida resignación. La Virgen seguro que nos perdonaba aquella pequeña irreverencia. Este es Mayo y a mi me gusta mucho.
Recuerdo yo el mes de Mayo, de mi infancia, como un despertar al buen tiempo, al verano, después de un invierno interminable, que practicamente empezaba en Octubre y terminaba en Abril. Porque ni nuestras casa, ni nuestros vertidos, ni nuestras escasas comodidades, nos ayudaban a hacer más llevadera esa estación del año que por un cúmulo de circunstancias ajenas a la naturaleza ya he señalado que se hacía eterna apropiándose, como suyas, de parte del Otoño y de la Primavera.
Además como consecuencia de nuestras carencias de tipo económico y de las escasas condiciones de confor de nuestra vivienda el invierno era muy duro y muy penoso lo único que nos salvaba era esa lumbre de palos de olivo, ardiendo desde muy temprano en el hogar, que era fuente de calor en la que mitigábamos nuestras penas y que nos servía de calefacción, de calentador, de secadora de ropa y por supuesto, y más importante de horno, de fogón y de cocina.
En todo este tiempo más gris y sombrío del año, además de más frío, llovía mucho más que ahora, nevaba con más asiduidad y más abundancia que ahora, y todo eso hacía que deseáramos viniera, cuanto antes, el buen tiempo y pudiéramos disfrutar de esos otros seis meses de verano porque yo creo que para los niños de mi edad esas eran en mi pueblo las estaciones del año, invierno y verano.
Y llegaba Mayo, después de las abundantes lluvias de Abril, el sol abría sus ojos y llenaba de verdor y de flores los prados y las huertas de Fuensanta, las macetas y las terrazas de las casas, se olía jazmines y rosas, nardos o claveles. La naturaleza rezuma vida por todas partes, las plantas, los animales y las personas se sienten envueltos en ese ambiente de cambio, de renovación, de ilusiones y de diversiones a las que te invita ese buen tiempo y ese gozoso despertar a mejor vida.
Recuerdo de una forma muy agradable que en este mes en la escuela, los viernes por la tarde íbamos a la iglesia, con los Maestros, a participar en la celebración de las Flores a María ese acto en el que los católicos por este mes de Mayo celebran en las parroquias que consistían en rezar el santo Rosario, con su letanía en Latín, que al final de tanto repetir terminábamos aprendiendo, y cantar unas canciones a la Virgen que a nosotros nos resultaban muy divertidas y muy entretenidas.
Pero si queréis que os diga la verdad, a mi al menos, lo que más me gustaba de todo aquello era el fresquito que hacía en la Iglesia porque veníamos de clase con un calor espantoso, que en Mayo a las cuatro de la tarde hace en Andalucía, y aquella media hora en la iglesia era disfrutar de un aire acondicionado, entonces para nosotros totalmente desconocido, que nos permitía aguantar el rosario y la letanía con una plácida resignación. La Virgen seguro que nos perdonaba aquella pequeña irreverencia. Este es Mayo y a mi me gusta mucho.