AQUELLA NAVIDAD
Este año con el paso de la Navidad, al compararla con aquellas sonoras y bulliciosas navidades de mi infancia, he observado que esta no es mi Navidad, que me la han cambiado. Digo esto porque he tenido el mal gusto de no oír, ni ver, una sola zambomba estos días por las calles de mi pueblo, sobre todo en Nochebuena cuando cientos de personas recorrían sus calles y plazas cantando villancicos, pidiendo el aguinaldo por casas y bares y llenando el ambiente de música, de jaleo, de ruido y de juerga sana con la que todos celebrábamos el nacimiento de Cristo.
Ahora en muchos hogares se ha sustituido el belén por el árbol y los reyes magos por ese anciano barbudo, encapuchado y bonachón que, con su incasable trineo tirado por renos, reparte juguetes y regalos a todos los niños y mayores del mundo. Eso hace, tal vez, que las zambombas, los panderos y las botellas de anís, hayan sido sustituidas por un Noche de paz mucho más sereno, dulce y melancólico más armonioso y más sinfónico.
Menos más que hasta ahora Papá Noel no se ha interesado por por los mantecados y el turrón porque si nó Estepa, Alcaudete y Alicante las iban a pasar canutas.
A mi me gustaban más aquellas navidades, yo soy chapado a la antigua, que le vamos a hacer, y antes de imitar otras tradiciones que me vienen de fuera prefiero defender las mías que tienen más historia, más tradición, y además son las que me enseñaron, los míos, que para mi tienen un respeto y la garantía de que ellos nunca me van a engañar.
He de decir que al final ha habido una zambomba colectiva en Fuensanta, cantando villancicos en torno a unos recipientes con fuego, que este fue el origen de la zambomba, sirva este loable intento para recuperar aquella Nochebuena y Navidad de mi infancia con olor a belén, con sonido a zambombas, con sabor a roscos, mantecados y también a aguardiente, que todo eso era, calle por calle y plaza por plaza, era el espí ritu de aquella antigua pero divertida Navidad española que yo añoro.
Este año con el paso de la Navidad, al compararla con aquellas sonoras y bulliciosas navidades de mi infancia, he observado que esta no es mi Navidad, que me la han cambiado. Digo esto porque he tenido el mal gusto de no oír, ni ver, una sola zambomba estos días por las calles de mi pueblo, sobre todo en Nochebuena cuando cientos de personas recorrían sus calles y plazas cantando villancicos, pidiendo el aguinaldo por casas y bares y llenando el ambiente de música, de jaleo, de ruido y de juerga sana con la que todos celebrábamos el nacimiento de Cristo.
Ahora en muchos hogares se ha sustituido el belén por el árbol y los reyes magos por ese anciano barbudo, encapuchado y bonachón que, con su incasable trineo tirado por renos, reparte juguetes y regalos a todos los niños y mayores del mundo. Eso hace, tal vez, que las zambombas, los panderos y las botellas de anís, hayan sido sustituidas por un Noche de paz mucho más sereno, dulce y melancólico más armonioso y más sinfónico.
Menos más que hasta ahora Papá Noel no se ha interesado por por los mantecados y el turrón porque si nó Estepa, Alcaudete y Alicante las iban a pasar canutas.
A mi me gustaban más aquellas navidades, yo soy chapado a la antigua, que le vamos a hacer, y antes de imitar otras tradiciones que me vienen de fuera prefiero defender las mías que tienen más historia, más tradición, y además son las que me enseñaron, los míos, que para mi tienen un respeto y la garantía de que ellos nunca me van a engañar.
He de decir que al final ha habido una zambomba colectiva en Fuensanta, cantando villancicos en torno a unos recipientes con fuego, que este fue el origen de la zambomba, sirva este loable intento para recuperar aquella Nochebuena y Navidad de mi infancia con olor a belén, con sonido a zambombas, con sabor a roscos, mantecados y también a aguardiente, que todo eso era, calle por calle y plaza por plaza, era el espí ritu de aquella antigua pero divertida Navidad española que yo añoro.