LA PENSIÓN
Era el año 1957 yo había terminado el Bachiller, la Revalida, y el Ingreso a la Escuela de Magisterio de Jaén, todo ello por libre desde Fuensanta, y ahora había que hacer el esfuerzo familiar extraordinario de enviarme a seguir estudiando en Jaén, durante tres cursos, para terminar la carrera.
Aquello era toda una odisea pues constituía un sacrificio económico muy por encima de nuestras posibilidades. Entonces mi padre se puso en contacto con una familia de Fuensanta, que vivía en Jaén, y que tenía dos habitaciones en su piso que alquilaba a estudiantes a modo de pensión.
El hombre se llamaba Antonio, había sido albañil y era amigo de mi padre. Acordaron un precio de 25 pesetas diarias (0,15tms de€), o sea 750 ptas al mes. Me fui a Jaén el piso estaba en la calle San Bartolomé, paralela a la Calle Martínez Molina, era un 2º sin ascensor y tenia dos habitaciones en alquiler que compartíamos seis estudiantes, tres en cada habitación.
Utilizábamos el cuarto de aseo y el comedor, y estudiábamos en la
habitación. Bastantes carencias, limitaciones e incomodidades, pero era el esfuerzo a pagar para alcanzar el objetivo. Yo asistía a la Escuela de Magisterio Masculina durante la semana y con frecuencia los fines de semana me iba a Fuensanta con Antonio Pérez que tenía un taxi que paraba en la Plaza de los Jardinillos, donde está ahora Hacienda.
A mi me supuso aquello un contacto con la sociedad de la capital, con mis compañeros, con el estudio, que me abría nuevos horizontes y me liberaba de ataduras estrictas a las que, por aquella época, nos imponían los pueblos. Pero a mis 17 años supuso un cambio muy grande en mi forma de vida que era un paso obligado para asumir responsabilidades y empezar a labrar mi futuro. El primer día que yo fui a clase, un poco acomplejado, acatetado y atemorizado, tuve una grata sorpresa que me tranquilizó y me reconfortó y fue que el profesor de religión que yo iba a
tener era D. Antonio Casanova Fernandez que había sido párroco de
Fuensanta durante muchos años, fue el sacerdote de me bautizó y al que yo conocía bastante bien.
Los compañeros de pensión eran dos mayores que hacían perito, uno de Alicante y otro de Villanueva de la Reina, que
estaban conmigo en la habitación, y en la otra contigua que estaban comunicadas sin puerta estaban mis compañeros de clase Manuel Marín Román, Leopoldo Mercado Mercado y Antonio Duro González. De ellos todavía tengo contacto con Marín y con Duro de Mercado no he vuelto saber de él. Todo fue muy bien, hicimos una amistad muy grande y muy sana, nos íbamos al cine, a gallinero, en el Cervantes, de copas al Ideal bar, de fútbol a ver al Madrid y a Kubala, que estaba en el Barsa, porque entonces el Jaén estaba en primera división, y nos lo pasábamos muy bien aunque siempre en primer lugar nuestro esfuerzo y nuestro estudio porque todos aprobamos el curso con buenas notas.
Han pasado ya de esto que cuento 59 años, ahora recuerdo aquella experiencia con mucho cariño y con la pena de no poder volver a vivir aquella juventud de esperanza y de lucha por una vida mejor, pero gracias a Dios todavía estoy aquí para contarlo y para agradecerle a Él lo mucho que me ha dado en todo este tiempo, mi familia, mis hijos, mis nietos, y 76 años de vida y de felicidad. Gracias
Era el año 1957 yo había terminado el Bachiller, la Revalida, y el Ingreso a la Escuela de Magisterio de Jaén, todo ello por libre desde Fuensanta, y ahora había que hacer el esfuerzo familiar extraordinario de enviarme a seguir estudiando en Jaén, durante tres cursos, para terminar la carrera.
Aquello era toda una odisea pues constituía un sacrificio económico muy por encima de nuestras posibilidades. Entonces mi padre se puso en contacto con una familia de Fuensanta, que vivía en Jaén, y que tenía dos habitaciones en su piso que alquilaba a estudiantes a modo de pensión.
El hombre se llamaba Antonio, había sido albañil y era amigo de mi padre. Acordaron un precio de 25 pesetas diarias (0,15tms de€), o sea 750 ptas al mes. Me fui a Jaén el piso estaba en la calle San Bartolomé, paralela a la Calle Martínez Molina, era un 2º sin ascensor y tenia dos habitaciones en alquiler que compartíamos seis estudiantes, tres en cada habitación.
Utilizábamos el cuarto de aseo y el comedor, y estudiábamos en la
habitación. Bastantes carencias, limitaciones e incomodidades, pero era el esfuerzo a pagar para alcanzar el objetivo. Yo asistía a la Escuela de Magisterio Masculina durante la semana y con frecuencia los fines de semana me iba a Fuensanta con Antonio Pérez que tenía un taxi que paraba en la Plaza de los Jardinillos, donde está ahora Hacienda.
A mi me supuso aquello un contacto con la sociedad de la capital, con mis compañeros, con el estudio, que me abría nuevos horizontes y me liberaba de ataduras estrictas a las que, por aquella época, nos imponían los pueblos. Pero a mis 17 años supuso un cambio muy grande en mi forma de vida que era un paso obligado para asumir responsabilidades y empezar a labrar mi futuro. El primer día que yo fui a clase, un poco acomplejado, acatetado y atemorizado, tuve una grata sorpresa que me tranquilizó y me reconfortó y fue que el profesor de religión que yo iba a
tener era D. Antonio Casanova Fernandez que había sido párroco de
Fuensanta durante muchos años, fue el sacerdote de me bautizó y al que yo conocía bastante bien.
Los compañeros de pensión eran dos mayores que hacían perito, uno de Alicante y otro de Villanueva de la Reina, que
estaban conmigo en la habitación, y en la otra contigua que estaban comunicadas sin puerta estaban mis compañeros de clase Manuel Marín Román, Leopoldo Mercado Mercado y Antonio Duro González. De ellos todavía tengo contacto con Marín y con Duro de Mercado no he vuelto saber de él. Todo fue muy bien, hicimos una amistad muy grande y muy sana, nos íbamos al cine, a gallinero, en el Cervantes, de copas al Ideal bar, de fútbol a ver al Madrid y a Kubala, que estaba en el Barsa, porque entonces el Jaén estaba en primera división, y nos lo pasábamos muy bien aunque siempre en primer lugar nuestro esfuerzo y nuestro estudio porque todos aprobamos el curso con buenas notas.
Han pasado ya de esto que cuento 59 años, ahora recuerdo aquella experiencia con mucho cariño y con la pena de no poder volver a vivir aquella juventud de esperanza y de lucha por una vida mejor, pero gracias a Dios todavía estoy aquí para contarlo y para agradecerle a Él lo mucho que me ha dado en todo este tiempo, mi familia, mis hijos, mis nietos, y 76 años de vida y de felicidad. Gracias