ELLOS VUELAN
En mi infancia los pájaros esos pequeños animalitos que vuelan, que alegran los campos con sus trinos y limpian el ambiente alimentándose de insectos, aunque tenían a su favor la libertad que le aseguraban sus alas, eran perseguidos por los humanos, por lo menos en nuestro país, por tierra y por aire, con la única intención de convertirlos en un manjar que disfrutar en la cazuela una vez fritos o a la plancha, sin tener en cuenta para nada la importancia que ellos representan en el ciclo de la naturaleza y los beneficios que su cuidado y protección suponen para todos los humanos.
Los niños ya los perseguíamos hasta en sus nidos intentando llevar a casa alguna cría pera jugar con ella, para enjaularla y intentar seguir cuidándola y alimentándola por nuestra cuenta pero eso, lógicamente, terminaba siempre con la vida de aquel indefenso animal. Cuando éramos adolescentes pedíamos a nuestros padres una escopeta de aire comprimido para cazarlos, sin piedad, de árbol en árbol, y de huerto en huerto, y la mayor parte de las veces lo que cazábamos eran crías recién salidas del nido que luego ni siquiera podíamos aprovechar como alimento.
Ya de mayores era muy habitual que todo el mundo saliera al campo para poner “costillas,” o redes, con las que conseguir una buena fritada y disfrutar, tan ricamente, de aquel exquisito manjar.
Esto estaba permitido y en todos los bares y restaurantes de entonces se podía degustar esta tapa sin que nadie pusiese en más mínimo inconveniente.
Fue tan grande la persecución de estas diminutas aves que en pueblos como el nuestro donde existían montañas, nuestras y de Valdepeñas o los Villares, había cazadores que ponían a diario cientos de “costillas” que atrapaban miles de pájaros que iban a para ha otros pueblos y ciudades, incluso hasta Cataluña, convirtiéndose en un negocio y en un medio de vida para muchas familias.
Hoy ya hace mucho tiempo que las leyes persiguen con grandes multas esta práctica y que los pájaros vuelan tranquilos por nuestros campos y nuestros parques donde algunas veces hasta acuden a nuestras manos para recibir un miga de pan o una semilla cumpliendo esa misión que recibieron al ser creados. De lo que todos nos alegramos y nos sentimos felices.
Pero era tan exquisito ese pajarito frito que respetando lo que ya tenemos establecido, y teniendo en cuenta que la mayoría de los animales son sacrificados para nuestra subsistencia, yo abogaría porque hiciéramos aquí lo que ya hacen en otros países que es establecer una especie de granjas cultivadas para criar en ellas toda clase de pájaros que pudieren ser consumidos para consumo humano sin que por ello dejásemos de cuidar y respetar la misión de estos animales en la Naturaleza. Y que nadie se lleve con esto las manos a la cabeza porque sería hacer con los pájaros lo que siempre hacemos con los pollos, los conejos o las trucha, y esto todo el mundo lo tolera.
En mi infancia los pájaros esos pequeños animalitos que vuelan, que alegran los campos con sus trinos y limpian el ambiente alimentándose de insectos, aunque tenían a su favor la libertad que le aseguraban sus alas, eran perseguidos por los humanos, por lo menos en nuestro país, por tierra y por aire, con la única intención de convertirlos en un manjar que disfrutar en la cazuela una vez fritos o a la plancha, sin tener en cuenta para nada la importancia que ellos representan en el ciclo de la naturaleza y los beneficios que su cuidado y protección suponen para todos los humanos.
Los niños ya los perseguíamos hasta en sus nidos intentando llevar a casa alguna cría pera jugar con ella, para enjaularla y intentar seguir cuidándola y alimentándola por nuestra cuenta pero eso, lógicamente, terminaba siempre con la vida de aquel indefenso animal. Cuando éramos adolescentes pedíamos a nuestros padres una escopeta de aire comprimido para cazarlos, sin piedad, de árbol en árbol, y de huerto en huerto, y la mayor parte de las veces lo que cazábamos eran crías recién salidas del nido que luego ni siquiera podíamos aprovechar como alimento.
Ya de mayores era muy habitual que todo el mundo saliera al campo para poner “costillas,” o redes, con las que conseguir una buena fritada y disfrutar, tan ricamente, de aquel exquisito manjar.
Esto estaba permitido y en todos los bares y restaurantes de entonces se podía degustar esta tapa sin que nadie pusiese en más mínimo inconveniente.
Fue tan grande la persecución de estas diminutas aves que en pueblos como el nuestro donde existían montañas, nuestras y de Valdepeñas o los Villares, había cazadores que ponían a diario cientos de “costillas” que atrapaban miles de pájaros que iban a para ha otros pueblos y ciudades, incluso hasta Cataluña, convirtiéndose en un negocio y en un medio de vida para muchas familias.
Hoy ya hace mucho tiempo que las leyes persiguen con grandes multas esta práctica y que los pájaros vuelan tranquilos por nuestros campos y nuestros parques donde algunas veces hasta acuden a nuestras manos para recibir un miga de pan o una semilla cumpliendo esa misión que recibieron al ser creados. De lo que todos nos alegramos y nos sentimos felices.
Pero era tan exquisito ese pajarito frito que respetando lo que ya tenemos establecido, y teniendo en cuenta que la mayoría de los animales son sacrificados para nuestra subsistencia, yo abogaría porque hiciéramos aquí lo que ya hacen en otros países que es establecer una especie de granjas cultivadas para criar en ellas toda clase de pájaros que pudieren ser consumidos para consumo humano sin que por ello dejásemos de cuidar y respetar la misión de estos animales en la Naturaleza. Y que nadie se lleve con esto las manos a la cabeza porque sería hacer con los pájaros lo que siempre hacemos con los pollos, los conejos o las trucha, y esto todo el mundo lo tolera.