LOS PELUQUEROS
Me acuerdo yo que en mi infancia las barberías, que así se llamaban los establecimientos donde iban a cortarse el pelo los hombres, tenían mucha más vida que ahora porque todo el mundo iba allí
cada mes a cortarse el pelo y, sobre todo, porque cada dos o tres días había que ir a afeitarse.
Yo recuerdo que mi primera peluquería estaba en la calle Jaén donde había dos, una frente a la otra,
la que a mi me llevaba mi abuelo que el barbero se llamaba Miguel y la de enfrente que era de un hermano del ya fallecido Manuel Tobarias. Mi abuelo me llevaba porque como mi padre trabajaba de albañil no podía hacerlo y como el iba muy a menudo a afeitarse, me llevaba cuando me hacía falta.
Entonces que yo me acuerde había en Fuensanta 5 peluquerías de caballeros, las dos ya dichas, y las de Carrillo, Amador Peña, y Antono Aguilita, las tres en la calle Real.
En aquella época no existían las máquinas de afeitar eléctricas, ni las modernas Yilettes de ahora y, por supuesto, menos aún las maquinas de pelar que venden en los chinos y había que acudir a asearse en la barbería.
Ahora cada uno se afeita en casa, a muchos los pela su mujer y con esta moda tan moderna de afeitarse la cabeza otros muchos se lo hacen ellos mismos y no necesitan para nada al peluquero.
A mi no me gusta nada esa nueva forma de arreglarse el pelo, tal vez sea, porque las primeras cabezas rapadas que yo vi en mi vida fue en mi infancia cuando para castigar a las personas, de algo que aquel régimen consideraba un delito, se les humillaba de forma cruel ante los demás cortando les el pelo al cero.
Yo estoy ya calvo pero aún así prefiero ir a la peluquería cada mes, arreglarme mi cuello y mis patillas, como toda la vida, porque a mi desde luego nadie me rapa la cabeza. Por los recuerdos tan malos que me trae pero también por un poco de estética porque así tan pelados antes eran los presos y los reclutas de la mili. Y ninguna de esas dos situaciones resultan agradables ni deseables y menos aun estéticas.
Me acuerdo yo que en mi infancia las barberías, que así se llamaban los establecimientos donde iban a cortarse el pelo los hombres, tenían mucha más vida que ahora porque todo el mundo iba allí
cada mes a cortarse el pelo y, sobre todo, porque cada dos o tres días había que ir a afeitarse.
Yo recuerdo que mi primera peluquería estaba en la calle Jaén donde había dos, una frente a la otra,
la que a mi me llevaba mi abuelo que el barbero se llamaba Miguel y la de enfrente que era de un hermano del ya fallecido Manuel Tobarias. Mi abuelo me llevaba porque como mi padre trabajaba de albañil no podía hacerlo y como el iba muy a menudo a afeitarse, me llevaba cuando me hacía falta.
Entonces que yo me acuerde había en Fuensanta 5 peluquerías de caballeros, las dos ya dichas, y las de Carrillo, Amador Peña, y Antono Aguilita, las tres en la calle Real.
En aquella época no existían las máquinas de afeitar eléctricas, ni las modernas Yilettes de ahora y, por supuesto, menos aún las maquinas de pelar que venden en los chinos y había que acudir a asearse en la barbería.
Ahora cada uno se afeita en casa, a muchos los pela su mujer y con esta moda tan moderna de afeitarse la cabeza otros muchos se lo hacen ellos mismos y no necesitan para nada al peluquero.
A mi no me gusta nada esa nueva forma de arreglarse el pelo, tal vez sea, porque las primeras cabezas rapadas que yo vi en mi vida fue en mi infancia cuando para castigar a las personas, de algo que aquel régimen consideraba un delito, se les humillaba de forma cruel ante los demás cortando les el pelo al cero.
Yo estoy ya calvo pero aún así prefiero ir a la peluquería cada mes, arreglarme mi cuello y mis patillas, como toda la vida, porque a mi desde luego nadie me rapa la cabeza. Por los recuerdos tan malos que me trae pero también por un poco de estética porque así tan pelados antes eran los presos y los reclutas de la mili. Y ninguna de esas dos situaciones resultan agradables ni deseables y menos aun estéticas.