DESDE MI ATALAYA
EL CINE
Hay que ver como el cine espectáculo, esas salas de cine que se repartían a modo de extensa y tupida malla, por todos pueblos de nuestra querida España, además de multiplicarse por barrios y distritos de las grandes ciudades, ha venido a desaparecer de la inmensa mayoría de los pueblos y casi también de las ciudades si bien ahora se intenta detener si agonía con las salas de cine de los grandes centros comerciales que la influencia más americana que europea ha impuesto por todo nuestro país.
Pero nada se hace comparar con aquellos cines de hace 70 años que eran la única, atractiva y colectiva, alternativa para reunirse al menos una vez a la semana para beber un poco de cultura, para intentar un contacto social y afectivo con otros conciudadanos, para buscar un rincón de oscura intimidad y para conocer, a través de una pantalla, otras culturas, otras costumbres, otras civilizaciones que nos pudieran abrir horizontes de progreso y de futuro.
El espectáculo se celebraba de muy diversas formas y en locales muy distintos, desde una lujosa sala de la Gran Vía madrilleña o el Paralelo de Barcelona hasta una humilde salita con sillas, a veces llevadas por los mismos clientes, al bar del pueblo donde los fines de semana se convertía en cine. Yo recuerdo de mi estancia en Somaén (Soria), que de vez en cuando venía un un hombre con un proyector y una película, la instalaba en algún local del pueblo y los cliente iban con su silla y pagaban por ver la proyección.
Tenía su encanto, su atractivo y su ilusión aquel cine que nos daba un poco de vida y un mucho de esperanza. Pero eso ya pasó a la historia, eso se lo ha llevado por delante el progreso y la televisión que si es verdad que abrió una ventana en nuestros hogares desde la cual nosotros podemos ver el mundo, pero por ella el mundo también nos ve a nosotros. Es como una ventana indiscreta desde la que se nos ataca, se nos torpedea se nos controla y se nos manipula. Era mucho más limpia aquella incipiente forma de divertirse, solo duraba dos horas, y a veces dos horas cada 15 días, y un solo proyector, una sola película, había un descanso, tomabas una gaseosa y te fumabas un cigarro, y luego regresabas a la intimidad de tu hogar.
Ahora ya no tienes intimidad porque solo hay televisión, al levantarte, a la hora de comer, en la sobremesa y las 24 horas del día. Hay decenas de canales, hay cientos de películas, hay fútbol a todas horas, y hay programas basura que se encargan diariamente de decirte que hay que hablar mal del vecino, que hay que airear los trapos sucios de cualquier colega o personajíllo, y que si eres capaz de coger un sillón de colaborador te puedes forrar siendo analfabeto, con tal de que tengas mala leche, cuanto más mala leche mejor.
Los niños no estudian, los jóvenes no se esfuerzan, solo necesitan tener delante un televisor, un móvil, una tablet, o un ordenador, de esto ya hablaremos otro día.
Pues yo creo que deberíamos plantearnos el apagar muy a menudo ese televisor, el salir a la calle, que es donde se encuentra la vida, el asistir con más frecuencia a cine, al teatro, y a espectáculos en los que no estamos solos, estamos con nuestros semejantes, esos que viven con nosotros, que forman parte de nuestras vivencias, de nuestras penas y de nuestras alegrías y procuremos ser personas y decidir nosotros lo que queremos, lo que necesitamos y lo que vamos a comprar, y respetar a nuestros semejantes, emplear más la tolerancia y la comprensión así como las normas de educación y de moral de las que nadie nos habla en la tele.
O sea montémonos nosotros nuestra propia película porque la que nos quieren vender por la tele es su película, que solo a ellos favorece, a nosotros nos hace mucho daño.
EL CINE
Hay que ver como el cine espectáculo, esas salas de cine que se repartían a modo de extensa y tupida malla, por todos pueblos de nuestra querida España, además de multiplicarse por barrios y distritos de las grandes ciudades, ha venido a desaparecer de la inmensa mayoría de los pueblos y casi también de las ciudades si bien ahora se intenta detener si agonía con las salas de cine de los grandes centros comerciales que la influencia más americana que europea ha impuesto por todo nuestro país.
Pero nada se hace comparar con aquellos cines de hace 70 años que eran la única, atractiva y colectiva, alternativa para reunirse al menos una vez a la semana para beber un poco de cultura, para intentar un contacto social y afectivo con otros conciudadanos, para buscar un rincón de oscura intimidad y para conocer, a través de una pantalla, otras culturas, otras costumbres, otras civilizaciones que nos pudieran abrir horizontes de progreso y de futuro.
El espectáculo se celebraba de muy diversas formas y en locales muy distintos, desde una lujosa sala de la Gran Vía madrilleña o el Paralelo de Barcelona hasta una humilde salita con sillas, a veces llevadas por los mismos clientes, al bar del pueblo donde los fines de semana se convertía en cine. Yo recuerdo de mi estancia en Somaén (Soria), que de vez en cuando venía un un hombre con un proyector y una película, la instalaba en algún local del pueblo y los cliente iban con su silla y pagaban por ver la proyección.
Tenía su encanto, su atractivo y su ilusión aquel cine que nos daba un poco de vida y un mucho de esperanza. Pero eso ya pasó a la historia, eso se lo ha llevado por delante el progreso y la televisión que si es verdad que abrió una ventana en nuestros hogares desde la cual nosotros podemos ver el mundo, pero por ella el mundo también nos ve a nosotros. Es como una ventana indiscreta desde la que se nos ataca, se nos torpedea se nos controla y se nos manipula. Era mucho más limpia aquella incipiente forma de divertirse, solo duraba dos horas, y a veces dos horas cada 15 días, y un solo proyector, una sola película, había un descanso, tomabas una gaseosa y te fumabas un cigarro, y luego regresabas a la intimidad de tu hogar.
Ahora ya no tienes intimidad porque solo hay televisión, al levantarte, a la hora de comer, en la sobremesa y las 24 horas del día. Hay decenas de canales, hay cientos de películas, hay fútbol a todas horas, y hay programas basura que se encargan diariamente de decirte que hay que hablar mal del vecino, que hay que airear los trapos sucios de cualquier colega o personajíllo, y que si eres capaz de coger un sillón de colaborador te puedes forrar siendo analfabeto, con tal de que tengas mala leche, cuanto más mala leche mejor.
Los niños no estudian, los jóvenes no se esfuerzan, solo necesitan tener delante un televisor, un móvil, una tablet, o un ordenador, de esto ya hablaremos otro día.
Pues yo creo que deberíamos plantearnos el apagar muy a menudo ese televisor, el salir a la calle, que es donde se encuentra la vida, el asistir con más frecuencia a cine, al teatro, y a espectáculos en los que no estamos solos, estamos con nuestros semejantes, esos que viven con nosotros, que forman parte de nuestras vivencias, de nuestras penas y de nuestras alegrías y procuremos ser personas y decidir nosotros lo que queremos, lo que necesitamos y lo que vamos a comprar, y respetar a nuestros semejantes, emplear más la tolerancia y la comprensión así como las normas de educación y de moral de las que nadie nos habla en la tele.
O sea montémonos nosotros nuestra propia película porque la que nos quieren vender por la tele es su película, que solo a ellos favorece, a nosotros nos hace mucho daño.