LA TIENDA DE LA ESQUINA.
Eran las tiendas de alimentación, de aquella época, unas alacenas abiertas a todos los clientes, que las de su casa las tenían por desgracia vacías, y allí encontrabas de todo sin necesidad de tener una despensa repleta de alimentos que era entonces muy difícil, por no decir imposible, para la mayoría de las familias de mi pueblo.
Pero eran muy útiles y muy socorridos estos establecimientos porque no solo eran en un momento determinado nuestra tabla de salvación porque habíamos echado en cuenta que nos faltaba aceite, sal o bacalao, sino porque en los momentos más difíciles de la unidad familiar eran un préstamo y un crédito instantáneo pues bastaba con decir apúntamelo en mi cuenta que cuando pueda te lo pagaremos. Y es que estos tenderos tenían una libreta en la que iban apuntando lo que cada cliente retiraba sin efectivo y aunque había quien criticaban esta actuación, como muy ventajosa para el tendero, también es cierto que muchas familias algunas veces comieron porque aquel hombre les facilitó los alimentos necesarios y esto para mi es un acto de generosidad y de ayuda que escapa a cualquier otra connotación de tipo comercial o económico.
Era aquello la antípoda de los grandes almacenes o centros comerciales donde hay de todo y con mucha abundancia de artículos, de instalaciones y de márquetin, pero era el establecimiento ideal para cubrir las necesidades de aquellos tiempos de estrecheces, de escasez y de miseria.
Cuando tu madre se ponía a preparar la comida y notaba alguna falta te decía ve a lo de Juan, el tendero de la esquina, y me traes harina para freír y te daba 20 ctms de peseta y en un minuto todo solucionado. Eran la proximidad del establecimiento, la facilidad de comprar lo mínimo y la confianza y amistad con el tendero, condiciones muy beneficiosas para el cliente y si a eso sumabas que podías comprar fiado pues mejor, que mejor.
Ya este tipo de establecimientos no existen ahora Carrefour, Mercadona o el Corte Inglés y pequeños super de barrio, han acabado con estos tenderos que también cumplían una misión más humana, más cercana y más asequible a los bolsillos de los menos pudientes.
Existen todavía algunas reliquias de aquellos comercios pero los que persisten son porque están especializados en productos de primerísima calidad de todo el ramo de la alimentación y se mantienen por su categoría, por su tradición y porque son muy caros y solo pueden acceder a ellos los clientes de mucho poder adquisitivo. En Jaén hay uno muy significativo de estos viejos establecimiento que es el Pósito que se encuentra detrás de los Jardinillos camino de la plaza de abastos y otro muy relacionado con Fuensanta porque su creador y dueño era fuensanteño y que es Casa Paco, Francisco Espinosa, el pollo, que es famoso por sus riquísimas patatas fritas. Cuando yo estudiaba en Jaén, hace ya 60 años los hijos de Paco ya tenían puestos por las calles vendiendo sus patatas. Todas las reglas tienen sus excepciones y esta de las tiendas antiguas también y como siempre un fuensanteño supo sobrevivir y triunfar a base de mucho tesón, muchos esfuerzo y mucho trabajo. Y es que los de Fuensanta somos así.
Eran las tiendas de alimentación, de aquella época, unas alacenas abiertas a todos los clientes, que las de su casa las tenían por desgracia vacías, y allí encontrabas de todo sin necesidad de tener una despensa repleta de alimentos que era entonces muy difícil, por no decir imposible, para la mayoría de las familias de mi pueblo.
Pero eran muy útiles y muy socorridos estos establecimientos porque no solo eran en un momento determinado nuestra tabla de salvación porque habíamos echado en cuenta que nos faltaba aceite, sal o bacalao, sino porque en los momentos más difíciles de la unidad familiar eran un préstamo y un crédito instantáneo pues bastaba con decir apúntamelo en mi cuenta que cuando pueda te lo pagaremos. Y es que estos tenderos tenían una libreta en la que iban apuntando lo que cada cliente retiraba sin efectivo y aunque había quien criticaban esta actuación, como muy ventajosa para el tendero, también es cierto que muchas familias algunas veces comieron porque aquel hombre les facilitó los alimentos necesarios y esto para mi es un acto de generosidad y de ayuda que escapa a cualquier otra connotación de tipo comercial o económico.
Era aquello la antípoda de los grandes almacenes o centros comerciales donde hay de todo y con mucha abundancia de artículos, de instalaciones y de márquetin, pero era el establecimiento ideal para cubrir las necesidades de aquellos tiempos de estrecheces, de escasez y de miseria.
Cuando tu madre se ponía a preparar la comida y notaba alguna falta te decía ve a lo de Juan, el tendero de la esquina, y me traes harina para freír y te daba 20 ctms de peseta y en un minuto todo solucionado. Eran la proximidad del establecimiento, la facilidad de comprar lo mínimo y la confianza y amistad con el tendero, condiciones muy beneficiosas para el cliente y si a eso sumabas que podías comprar fiado pues mejor, que mejor.
Ya este tipo de establecimientos no existen ahora Carrefour, Mercadona o el Corte Inglés y pequeños super de barrio, han acabado con estos tenderos que también cumplían una misión más humana, más cercana y más asequible a los bolsillos de los menos pudientes.
Existen todavía algunas reliquias de aquellos comercios pero los que persisten son porque están especializados en productos de primerísima calidad de todo el ramo de la alimentación y se mantienen por su categoría, por su tradición y porque son muy caros y solo pueden acceder a ellos los clientes de mucho poder adquisitivo. En Jaén hay uno muy significativo de estos viejos establecimiento que es el Pósito que se encuentra detrás de los Jardinillos camino de la plaza de abastos y otro muy relacionado con Fuensanta porque su creador y dueño era fuensanteño y que es Casa Paco, Francisco Espinosa, el pollo, que es famoso por sus riquísimas patatas fritas. Cuando yo estudiaba en Jaén, hace ya 60 años los hijos de Paco ya tenían puestos por las calles vendiendo sus patatas. Todas las reglas tienen sus excepciones y esta de las tiendas antiguas también y como siempre un fuensanteño supo sobrevivir y triunfar a base de mucho tesón, muchos esfuerzo y mucho trabajo. Y es que los de Fuensanta somos así.
Una vez más tengo que felicitarte por tus escritos, en particular por este, ya que yo me crié en uno de estos pequeños comercios de pueblo, de gran trabajo, ya que todo se despacha a a granel y no había hora de cierre, siempre a la disposición del público. Saludos.