MAGRAS HUECAS Y OREJONES.
¿Sabes tú lo que es esto, dentro de la cocina de la abuela en Fuensanta? Pues es lo que te quiero explicar hoy.
Esto eran dos comidas de las que se preparaban en invierno cuando no existían los supermercados, cuando las huertas y sus cosechas terminaban con el verano, y cuando eran las conservas que se realizaban en las casa, aprovechando los sobrantes de esas huertas, las que surtían en los días de crudo invierno la despensa para poder salir adelante comiendo bien y muy barato.
MAGRAS HUESCAS
Llegado el verano en aquellos años difíciles de la posguerra lo que no se podía consumir, porque había demasiada producción, se pasaba al sol exponiéndolo constantemente, durante un tiempo determinado, en una tabla de madera y así quedaba preparado para los consumir varios meses después. Pues las magras huecas eran el resultado de pasar los tomates al sol y su nombre les viene porque cuando se consumían por su color daban la impresión de ser trozos de carne de cerdo, pero sin carne, por eso se las denominaba huecas.
Para consumirlas se cogían de las ristras que se habían guardado colgados de las vigas de las cámaras, (habitación que había al final de la casa junto al tejado), y se ponían los trozos en agua la noche anterior para que se ablandaran y se esponjaran. Así se enharinaban y de freían quedando rojizos y crujientes listos para comer. Esto se podía acompañar con un huevo y con alguno de los embutidos de la matanza, chorizo, torreznos y morcilla. Solía hacerse aquellos días muy fríos incluso nevados, que era muy difícil salir de casa y comprar algo para hacer la comida. Tenía un sabor algo dulce y sazonado con sal.
LOS OREJONES
Los orejones llamados así porque una vez preparados para conservarlos tenían color y algo de forma de la orejas humanas y de ahí ese nombre.
Eran los trozos de melocotón, o de albérchigo del Cerro Viento, que también en su día se pasaron al sol y se pusieron duros y deshidratados para poderlos comer como postre en el invierno.
Para prepararlos se cogían también de las ristras que eran trozos de melocotón pasados por un hilo y de preparaba un recipiente en el que se hervía el agua con azúcar, bastante azúcar, para hacer una especie de almíbar y eso se llevaba a una fuente o recipiente de cerámica o de vidrio, se le echaban los trozos de melocotón, unas ramas de canela, y se dejaba unas horas para que que al servirlo estuviera ya el melocotón blando y el caldo con todo su sabor.
Y ya tenían el postra resuelto para completar el menú.
Esta era una forma de vivir muy distinta y en cierto modo obligada, porque además de la escasez de alimentos estaba la falta de dinero para poder comprarlos y era ese ahorro y esa previsión de las conservas caseras la que hacía posible salir adelante con el menor gasto. Pero la verdad es que estos alimentos que eran tan naturales, se convertían en auténticos manjares que ahora ya no podemos probar, aunque la comida la hagamos y la paguemos en un restaurante de varios tenedores. Y es que aquello no era totalmente malo, era distinto, y tenía también cosas muy buenas y hechas siempre con el cariño de una madre que velaba por la salud y por la economía de la familia.
¿Sabes tú lo que es esto, dentro de la cocina de la abuela en Fuensanta? Pues es lo que te quiero explicar hoy.
Esto eran dos comidas de las que se preparaban en invierno cuando no existían los supermercados, cuando las huertas y sus cosechas terminaban con el verano, y cuando eran las conservas que se realizaban en las casa, aprovechando los sobrantes de esas huertas, las que surtían en los días de crudo invierno la despensa para poder salir adelante comiendo bien y muy barato.
MAGRAS HUESCAS
Llegado el verano en aquellos años difíciles de la posguerra lo que no se podía consumir, porque había demasiada producción, se pasaba al sol exponiéndolo constantemente, durante un tiempo determinado, en una tabla de madera y así quedaba preparado para los consumir varios meses después. Pues las magras huecas eran el resultado de pasar los tomates al sol y su nombre les viene porque cuando se consumían por su color daban la impresión de ser trozos de carne de cerdo, pero sin carne, por eso se las denominaba huecas.
Para consumirlas se cogían de las ristras que se habían guardado colgados de las vigas de las cámaras, (habitación que había al final de la casa junto al tejado), y se ponían los trozos en agua la noche anterior para que se ablandaran y se esponjaran. Así se enharinaban y de freían quedando rojizos y crujientes listos para comer. Esto se podía acompañar con un huevo y con alguno de los embutidos de la matanza, chorizo, torreznos y morcilla. Solía hacerse aquellos días muy fríos incluso nevados, que era muy difícil salir de casa y comprar algo para hacer la comida. Tenía un sabor algo dulce y sazonado con sal.
LOS OREJONES
Los orejones llamados así porque una vez preparados para conservarlos tenían color y algo de forma de la orejas humanas y de ahí ese nombre.
Eran los trozos de melocotón, o de albérchigo del Cerro Viento, que también en su día se pasaron al sol y se pusieron duros y deshidratados para poderlos comer como postre en el invierno.
Para prepararlos se cogían también de las ristras que eran trozos de melocotón pasados por un hilo y de preparaba un recipiente en el que se hervía el agua con azúcar, bastante azúcar, para hacer una especie de almíbar y eso se llevaba a una fuente o recipiente de cerámica o de vidrio, se le echaban los trozos de melocotón, unas ramas de canela, y se dejaba unas horas para que que al servirlo estuviera ya el melocotón blando y el caldo con todo su sabor.
Y ya tenían el postra resuelto para completar el menú.
Esta era una forma de vivir muy distinta y en cierto modo obligada, porque además de la escasez de alimentos estaba la falta de dinero para poder comprarlos y era ese ahorro y esa previsión de las conservas caseras la que hacía posible salir adelante con el menor gasto. Pero la verdad es que estos alimentos que eran tan naturales, se convertían en auténticos manjares que ahora ya no podemos probar, aunque la comida la hagamos y la paguemos en un restaurante de varios tenedores. Y es que aquello no era totalmente malo, era distinto, y tenía también cosas muy buenas y hechas siempre con el cariño de una madre que velaba por la salud y por la economía de la familia.
Buenos dias, habia oido hablar de los tomates secos, pero, no conocía el proceso, lo de los orejones si, ellos suelo utilizar,
Saludos.
Saludos.