EL HOTEL DE FUENSANTA B
Era el hotel una mansión en los años 40, con su planta erguida sobre la baja planicie de la huerta, con una verja protectora a lo largo de toda la finca y una esbeltez que le daba su planta rectangular, su fachada escrupulosa mente diseñada, rematada por sus dos torretas laterales que le daban un aire de palacete señorial que sobresalía de las casitas humildes y un tanto deterioradas que completaban el paisaje de Fuensanta de la pos guerra.
El hotel aun existe, el paso de los tiempos lo ha envejecido, ha sido compartido por varios vecinos y ocultado tras las edificaciones que convirtieron en calle aquel Paseo de Colón que bordeaba la margen izquierda del río de la Virgen que antes era solo la finca del hotel. Su dueño un hombre bajito al que llamaban Don. José Calasanz, paseaba todos los días por aquella explanada con balaustrada que rodeaba la edificación a modo de footing o ejercicio físico y que veíamos con cierta envidia todos los que pasábamos por la orilla del río. Era viudo, tenía una asistenta mucho mas alta que él de nombre Antonia y allí vivía su jubilación, no tenía carrera que yo sepa, creo que había sido representante o viajante en su juventud, tenía dos hijos uno casado en Martos, Pepe Calasanz veterinario y Antoñito Calasanz casado en Fuensanta y que fue el jefe de la oficina del Sindicato de Fuensanta, al final tuvo que marchar a Madrid.
Hubo una época a mediados de los 50 en que parte del hotel era alquilado durante el verano a unas familias que venían de Jaén a pasar las vacaciones y una de ellas era la de Manuel Pérez Burgos que tenía negocios en Jaén.
El hotel tenía una alberca, no piscina, en la parte de atrás, el la falda del calvario y entonces no había sitio donde bañarse si no era en los chilancos del río. Como a mi me encantaba nadar me hice amigo de los hijos de Manolo, que eran tres y allá que me iba con ellos todos los días a bañarme en el hotel. Tenían dos criadas, una muy joven y otra muy mayor, su madre era una mujer muy buena y muy guapa se llamaba Luci. Por la tarde le subían a los niños unos bocadillos de salchichón, que yo hasta entonces no conocía, y como es lógico a mi me daban también. Así que mis recuerdos infantiles de ese gran hotel que hoy sigue existiendo son que allí aprendí a nadar y que allí descubrí lo que era el salchichón. ¿Qué tiempos aquellos?
Era el hotel una mansión en los años 40, con su planta erguida sobre la baja planicie de la huerta, con una verja protectora a lo largo de toda la finca y una esbeltez que le daba su planta rectangular, su fachada escrupulosa mente diseñada, rematada por sus dos torretas laterales que le daban un aire de palacete señorial que sobresalía de las casitas humildes y un tanto deterioradas que completaban el paisaje de Fuensanta de la pos guerra.
El hotel aun existe, el paso de los tiempos lo ha envejecido, ha sido compartido por varios vecinos y ocultado tras las edificaciones que convirtieron en calle aquel Paseo de Colón que bordeaba la margen izquierda del río de la Virgen que antes era solo la finca del hotel. Su dueño un hombre bajito al que llamaban Don. José Calasanz, paseaba todos los días por aquella explanada con balaustrada que rodeaba la edificación a modo de footing o ejercicio físico y que veíamos con cierta envidia todos los que pasábamos por la orilla del río. Era viudo, tenía una asistenta mucho mas alta que él de nombre Antonia y allí vivía su jubilación, no tenía carrera que yo sepa, creo que había sido representante o viajante en su juventud, tenía dos hijos uno casado en Martos, Pepe Calasanz veterinario y Antoñito Calasanz casado en Fuensanta y que fue el jefe de la oficina del Sindicato de Fuensanta, al final tuvo que marchar a Madrid.
Hubo una época a mediados de los 50 en que parte del hotel era alquilado durante el verano a unas familias que venían de Jaén a pasar las vacaciones y una de ellas era la de Manuel Pérez Burgos que tenía negocios en Jaén.
El hotel tenía una alberca, no piscina, en la parte de atrás, el la falda del calvario y entonces no había sitio donde bañarse si no era en los chilancos del río. Como a mi me encantaba nadar me hice amigo de los hijos de Manolo, que eran tres y allá que me iba con ellos todos los días a bañarme en el hotel. Tenían dos criadas, una muy joven y otra muy mayor, su madre era una mujer muy buena y muy guapa se llamaba Luci. Por la tarde le subían a los niños unos bocadillos de salchichón, que yo hasta entonces no conocía, y como es lógico a mi me daban también. Así que mis recuerdos infantiles de ese gran hotel que hoy sigue existiendo son que allí aprendí a nadar y que allí descubrí lo que era el salchichón. ¿Qué tiempos aquellos?