EL CRISTO DE CHIRCALES
Era por mayo, mes en el que a veces la atmósfera nos sorprende con frecuencia enviándonos, o un tiempo caluroso o veraniego, o un temporal de lluvias que nos inundan y nos retrotraen a ese invierno ya pasado.
Era la romería del Santísimo Cristo de Chircales y, por aquella época años 50, cuando no había autobuses, ni vehículos, ni carreteras, el viaje se hacía a música de talón, o sea en el coche de San Fernando, unos ratitos a pie y... otros andando. Yo con mis 10 o 12 años tenía unas ganas locas de conocer la ermita y el cuadro de este Cristo, tan famoso en Valdepeñas, y como mi hermana iba a ir con amigas y con otras personas mayores conseguí que mis padres me dejaran ir con ella, no sin que mi hermana protestara porque la verdad es que llevar un engorro, como yo, a un viaje tan poco cómodo, no era nada agradable.
Llegó en momento de salir, las 6 de la mañana, lloviendo a mares, pero como la fe y las ganas nos empujaban decidimos hacer el viaje. Salimos por el Chorrillo, pasamos el río, que entonces no estaba cubierto y enfilamos por la Vadera el camino que lleva al Truchero dirección Chircales. Yo supongo que la distancia, a menos 15 Kms, por un camino de piedras y barro en un terreno escarpado y lloviendo a mares, sin parar, nos llevó al menos 3 horas hasta llegar a un cortijo, ya cerca de la ermita donde unas personas se apiadaron de nosotros y nos dejaron un pajar para al menos secarnos un poco, descansar algo y esperar a ver si paraba de llover para ir a misa.
A la hora de la ceremonia escampó algo, parece como si el santo nos diera una ayuda, recuerdo además que a la entrada había una pared de piedras y con el temporal se desprendieron unas pocas que hirieron en la cabeza a un hombre del Regüelo que era hijo de Villica la de la Piedras.
Termina la ceremonia, conocimos y rezamos al santo y como la lluvia seguía comimos de nuestras talegas, en el mismo pajar de antes, y lloviendo sin parar emprendimos el regreso al pueblo. Cuando llegamos, ya de noche, medio Fuensanta había salido a recibirnos porque temían que algo nos hubiese sucedido. Y empapados como una sopa llegamos a casa con la ilusión cumplida y el cuerpo maltrecho.
Gracias al Cristo nada sucedió, que le vimos, que le rezamos, que le procesionamos, y que le pedimos muchas cosas que entonces necesitábamos todos porque eran años de penuria y de desesperación.
Era por mayo, mes en el que a veces la atmósfera nos sorprende con frecuencia enviándonos, o un tiempo caluroso o veraniego, o un temporal de lluvias que nos inundan y nos retrotraen a ese invierno ya pasado.
Era la romería del Santísimo Cristo de Chircales y, por aquella época años 50, cuando no había autobuses, ni vehículos, ni carreteras, el viaje se hacía a música de talón, o sea en el coche de San Fernando, unos ratitos a pie y... otros andando. Yo con mis 10 o 12 años tenía unas ganas locas de conocer la ermita y el cuadro de este Cristo, tan famoso en Valdepeñas, y como mi hermana iba a ir con amigas y con otras personas mayores conseguí que mis padres me dejaran ir con ella, no sin que mi hermana protestara porque la verdad es que llevar un engorro, como yo, a un viaje tan poco cómodo, no era nada agradable.
Llegó en momento de salir, las 6 de la mañana, lloviendo a mares, pero como la fe y las ganas nos empujaban decidimos hacer el viaje. Salimos por el Chorrillo, pasamos el río, que entonces no estaba cubierto y enfilamos por la Vadera el camino que lleva al Truchero dirección Chircales. Yo supongo que la distancia, a menos 15 Kms, por un camino de piedras y barro en un terreno escarpado y lloviendo a mares, sin parar, nos llevó al menos 3 horas hasta llegar a un cortijo, ya cerca de la ermita donde unas personas se apiadaron de nosotros y nos dejaron un pajar para al menos secarnos un poco, descansar algo y esperar a ver si paraba de llover para ir a misa.
A la hora de la ceremonia escampó algo, parece como si el santo nos diera una ayuda, recuerdo además que a la entrada había una pared de piedras y con el temporal se desprendieron unas pocas que hirieron en la cabeza a un hombre del Regüelo que era hijo de Villica la de la Piedras.
Termina la ceremonia, conocimos y rezamos al santo y como la lluvia seguía comimos de nuestras talegas, en el mismo pajar de antes, y lloviendo sin parar emprendimos el regreso al pueblo. Cuando llegamos, ya de noche, medio Fuensanta había salido a recibirnos porque temían que algo nos hubiese sucedido. Y empapados como una sopa llegamos a casa con la ilusión cumplida y el cuerpo maltrecho.
Gracias al Cristo nada sucedió, que le vimos, que le rezamos, que le procesionamos, y que le pedimos muchas cosas que entonces necesitábamos todos porque eran años de penuria y de desesperación.