BIOGRAFÍA M. LARA...

BIOGRAFÍA M. LARA
Hacia la media noche del día 24 de Marzo de 1.940 llegué yo ha Fuensanta, en el seno de un hogar humilde de la Sierra Sur de Jaén, con todo el gran recibimiento familiar que es de suponer para un matrimonio que tenia ya una hija, y la pareja le venia como un maravilloso regalo que mis padres pudieron encargar, y recibir, gracias al final de una guerra absurda e injustificada que, yo no viví, pero que había llenado de sangre y de luto a cientos de miles de hogares españoles.
Mis primeras imagines son, indiscutiblemente, para mi madre, una mujer que yo recuerdo. siempre mayor, siempre trabajando, siempre luchando por sus hijos y por su casa, la mas limpia del pueblo, una madre todo bondad y todo entrega, yo pienso que tuve la mejor de las madres del mundo.
Junto con este primer recuerdo inevitable, las siguientes imágenes corresponden a lugares de aquel hogar, que seguramente yo recuerdo tan primarias porque fueron las primeras que gravó mi retina, al ir de un lado para otro, dentro de la casa, y detrás de aquella gran madre, durante los primeros años de mi vida.
Había una chimenea con lumbre encendida casi todo el día, en el invierno, porque allí se hacia el desayuno, se calentaba el agua para lavarse, se hacia la comida. Servia de calefacción y, un recuerdo relevante de esta habitación, mi madre con una escoba y cal, intentando lo imposible, que aquella chimenea, donde ardían los palos de olivo, constantemente, estuviese blanca y limpia, como los chorros del oro, cada día al encender la lumbre.
Había un zaguán, de entrada a la casa, y dos habitaciones dormitorios en la planta baja uno para mis padres y mi hermana, y otro para mi abuelo, que yo compartí con el desde la edad de siete u ocho años, y para mí. Todos los suelos eran de yeso y los techos de vigas de madera. Esta era la planta que daba a la calle pero además había unas cámaras, en el piso primero, llamadas así por estos parajes, que eran dos habitaciones con techos inclinados hechos de cañas y vigas de madera. Y que venían muy bien para colgar en ellas los jamones de la matanza, los frutos de la huerta, los cereales, el aceite, y todos los utensilios y enseres de una casa de labradores. En el sótano había una cuadra para los mulos del abuelo. Además había otra habitación para los animales cabra, conejos, gallinas, pollos y según que época cerdo. Era la mitad techada y la otra mitad libre para que los animales saliesen al sol durante el día y el buen tiempo y para que se resguardasen durante la noche, también servía para guardar los palos para la lumbre y los apero de labranza.
Esta era mi casa, bueno mía no de mi abuelo, lo que pasa es que como el abuelo se quedó viudo, muy joven, y mi madre era la menor de las dos hijas y un varón, que el abuelo tenía, pues a mi madre que se había quedado huérfana a los doce años, le había tocado ser niña y ama de casa al mismo tiempo, y cuando pasaron unos años mas aquella diminuta pero maravillosa mujer, pronto tuvo que ser también, esposa y madre. Pero ella lo desempeño todo siempre como nadie, con amor, con dulzura, con entrega, con una sonrisa en los labios, y hasta con mucho humor, pues ser graciosa en sus conversaciones y sus diálogos era otro de los encantos de mi madre.
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