ESTUDIAR Y TRABAJAR...

ESTUDIAR Y TRABAJAR

En aquellos años 50 cuando mis padres decidieron apostar por unos estudio para mi, como ser humano consciente de que en su familia lo único que no sobra es el dinero, cuando yo veía que mi padre tenía que trabajaren una obra, todos los días, y veía a mi madre amanecerle en un manantial de agua, junto al río,, con una canasta llena de ropa para lavarla, hincada de rodillas junto a una piedra, uno aunque muy niño se siente también hombre, y se suma de alguna manera la necesidad de ayudar a su familia para salir adelante con el esfuerzo de todos sus miembros.
Mi padre por aquellos años estaba iniciando lo que más adelante seria el negocio de la familia, o sea la venta de materiales de construcción. Había alquilado, para tal fin, un bajo de unos 15m2 y allí tenía unos cuantos sacos de yeso, unos cientos de ladrillos y tejas, unas vigas de madera, y cal hidráulica especie de sucedáneo del cemento actual y los vendía a las obras en las que trabajaba como albañil. Para poder tener abierto aquello todo el día de forma que si algún cliente necesitaba algo pudiera adquirirlo con facilidad, decidimos que yo que no tenía que ir a la escuela en horario normal sino solamente a la hora de preguntarme las lecciones diarias, tenia que hacerme cargo del negocio, abrirlo por las mañanas y que estuviese frente al mismo el horario normal de trabajo, excepto el tiempo necesario para dar mis clases. A tal fin recuerdo que se me puso una especie de alacena pequeña, con una puerta que abría hacia abajo y que se convertía en un de pupitre que a mi me permitía estudiar y atender las escasa ventas de aquel incipiente negocio anotando en unos vales o albaranes lo poco que allí se despachaba, cada día.
Yo recuerdo que los clientes que me visitaban todos venían con un burro o mulo y en el cargábamos, con unas sogas, dos o tres sacos de yeso o cemento artificial, (cal hidráulica), que era lo que entonces se gastaba en las obras pues el cemento, Asland y el Alba, fue introducido en el mercado años después, concretamente el último, cuando se hizo la fabrica de Torredonjimeno hoy desaparecida, Pero el problema mas gordo venia después cuando había que cobrar la facturas de lo que se vendía. Nadie pagaba, todos daban las mismas excusas: no está mi marido, ya irá por allí, todavía no hemos terminado la obra...., pero en realidad lo que sucedía es que la gente no tenía dinero ni para comer y por tanto mucho menos para pagar los materiales. No obstante había dos clientes, que siempre pagaban, y que a mi me encantaba ir a cobrarles, uno era Don Rafael Luque el Boticario y otra Doña Rosario Guirao, ambos eran señoritos, tenían mucho dinero, además tenían unas casas estupendas que nada mas entrar olían de una forma distinta que las nuestras, tenían criados y eran mis mejores clientes.
Así empezó mi faceta de negociante a una edad en la que mis amigos, mas íntimos, mis compañeros de estudios: Jesús Mendoza, Manuel Pérez, Antonio Marchal y Manolo Barranco, venían muchas horas conmigo a jugar, pues solo de eso teníamos edad, y con aquellos juegos, con unas horas de estudio y con un escaso movimiento comercial se fue forjando mi adolescencia y juventud, siempre teniendo en cuenta que había que arrimar el hombro a esa familia que intentaba labrarse un futuro en donde no había otra forma de lograrlo sino a base de mucho sacrificio, mucho trabajo y mucha ilusión colectiva.
Así empezaron mis estudios, en unos años donde las becas no existían, donde pasar solo dependía de ti y donde ni tus padres, muchas veces, te podían ayudar. Entonces había que labrase el futuro con esfuerzo, con trabajo y con sacrificio. Ese era el único camino.