LAS BOLAS
Uno de los juegos que más practicábamos en mi infancia era el de las canicas, (que nosotros en Fuensanta llamamos las bolas, que consistía en lanzar con el dedo pulgar o índice de la mano derecha o izquierda, según el hábito de cada uno, de manera que fuese a impactar con la bola de otro jugador, cosa que si sucedía entonces el que había acertado cogía como suya la bola del otro jugador y se la guardaba como suya. De esta manera el buen jugador conseguía aumentar las bolas de su propiedad y el perdedor tenía que reponer con una nueva de su bolsillo para poder continuar el juego, El juego lo podían realizar, al mismo tiempo, dos o más jugadores y siempre el que tiraba procuraba acertar a impactar en la bola que tenía más cerca.
Las bolas eran de diverso material, las había de barro cocido que las comprábamos en las tiendas o en los puestos, eran de distintos colores y las más económicas. Luego había otras de cristal y de níquel que eran más caras. Entre nosotros las cambiábamos a lo mejor una de cristal va´lía 5 de cerámica y una de níquel 10. Así nos divertíamos en aquella época, pasábamos horas y horas en la calle buscando los sitios más idóneos para desarrollar nuestro juego y si se nos daba bien aumentábamos nuestro arsenal de bolas y las íbamos vendiendo a los amigos que perdían sacando así unas perras gordas, monedas, para nuestros chuches y nuestros gastos.
Hoy día este juego se ha perdido totalmente y es una pena porque este tipo de juegos nos ayudaban a relacionarnos unos con otros, no hacían adquirir nuestras amistades, no permitían hacer un buen ejercicio físico porque el juego nos hacía estar casi siempre en cuclillas, levantándonos y agachándonos constantemente para realizar las jugadas y para ir recogiendo el premio o reponiendo la bola perdida. Era una forma de estar mucho en contacto con la calle, con los demás y eso siempre nos enseña a vivir y a progresar.
Ahora los niños juegan a otras cosas, las calles de los pueblos están vacías, casi todo se hace o en clase o en casa: las maquinitas de juegos, la tablet, el móvil, el ordenador y la tele nos han comido el coco a grandes y a chicos y han privado a los más pequeños de ese contacto constante con la calle, con el barrio, con el pueblo, con los vecinos que es lo que nos ayudaba a relacionarnos más con los demás y a desarrollarnos mejor como personas y como ciudadanos.
Los padres tienen que velar porque sus hijos abandonen el sofá de casa que hagan deporte, que salgan y entren con amigos, que no pierdan nunca las relaciones sociales y el contacto con su pueblo y su entorno, porque han de vivir en esa calle, en ese barrio o en esa ciudad, pero siempre con otros seres humanos, con otras personas, y esos contactos de infancia le servirán después mucho para poder desenvolverse en su vida social, laboral o cultural como un individuo preparado para dar a sea sociedad todo lo que pueda y recibir de ella, igualmente,, todo lo bueno que le ofrezca.
Uno de los juegos que más practicábamos en mi infancia era el de las canicas, (que nosotros en Fuensanta llamamos las bolas, que consistía en lanzar con el dedo pulgar o índice de la mano derecha o izquierda, según el hábito de cada uno, de manera que fuese a impactar con la bola de otro jugador, cosa que si sucedía entonces el que había acertado cogía como suya la bola del otro jugador y se la guardaba como suya. De esta manera el buen jugador conseguía aumentar las bolas de su propiedad y el perdedor tenía que reponer con una nueva de su bolsillo para poder continuar el juego, El juego lo podían realizar, al mismo tiempo, dos o más jugadores y siempre el que tiraba procuraba acertar a impactar en la bola que tenía más cerca.
Las bolas eran de diverso material, las había de barro cocido que las comprábamos en las tiendas o en los puestos, eran de distintos colores y las más económicas. Luego había otras de cristal y de níquel que eran más caras. Entre nosotros las cambiábamos a lo mejor una de cristal va´lía 5 de cerámica y una de níquel 10. Así nos divertíamos en aquella época, pasábamos horas y horas en la calle buscando los sitios más idóneos para desarrollar nuestro juego y si se nos daba bien aumentábamos nuestro arsenal de bolas y las íbamos vendiendo a los amigos que perdían sacando así unas perras gordas, monedas, para nuestros chuches y nuestros gastos.
Hoy día este juego se ha perdido totalmente y es una pena porque este tipo de juegos nos ayudaban a relacionarnos unos con otros, no hacían adquirir nuestras amistades, no permitían hacer un buen ejercicio físico porque el juego nos hacía estar casi siempre en cuclillas, levantándonos y agachándonos constantemente para realizar las jugadas y para ir recogiendo el premio o reponiendo la bola perdida. Era una forma de estar mucho en contacto con la calle, con los demás y eso siempre nos enseña a vivir y a progresar.
Ahora los niños juegan a otras cosas, las calles de los pueblos están vacías, casi todo se hace o en clase o en casa: las maquinitas de juegos, la tablet, el móvil, el ordenador y la tele nos han comido el coco a grandes y a chicos y han privado a los más pequeños de ese contacto constante con la calle, con el barrio, con el pueblo, con los vecinos que es lo que nos ayudaba a relacionarnos más con los demás y a desarrollarnos mejor como personas y como ciudadanos.
Los padres tienen que velar porque sus hijos abandonen el sofá de casa que hagan deporte, que salgan y entren con amigos, que no pierdan nunca las relaciones sociales y el contacto con su pueblo y su entorno, porque han de vivir en esa calle, en ese barrio o en esa ciudad, pero siempre con otros seres humanos, con otras personas, y esos contactos de infancia le servirán después mucho para poder desenvolverse en su vida social, laboral o cultural como un individuo preparado para dar a sea sociedad todo lo que pueda y recibir de ella, igualmente,, todo lo bueno que le ofrezca.