LAS ALLOZAS
Siempre que llega esta época me acuerdo yo de las allozas y del pan pastor, eran nuestras chuches más económicas, más asequibles y más sabrosas y servían para llenar nuestro estómago de aquellos productos que la primavera nos ofrecía, generosamente, para dar a nuestros juegos un tinte gastronómico no siempre muy agradecido por el cuerpo porque si te pasabas en su consumo, sobretodo las allozas, después te solían pasar la factura.
Era el pan pastor una especie de incipientes hojas, de un verde claro que eran de forma redondeada, de un tamaña similar y algo mayor que una lenteja y que solían adornar por Semana Santa los álamos negros, creo que este era la clase de árbol, que había por entonces en la plaza del ayuntamiento. Tenían un sabor algo dulce y agradaba al paladar sirviendo como un aperitivo para nuestras correrías en torno a aquellos árboles alguno de los cuales, uno que pegaba a la casa de Araceli y Fernando Aguila, “Aguilita”, tenían un enorme hueco en el tronco del cual, aparentemente, solo le quedaba la corteza y que permitía que dos o tres niños, al mismo tiempo, se escondieran dentro de el. Entre toque y toque de las campanas, anunciando algún culto o tocando a difunto, el jueves y viernes Santo, nosotros corríamos, jugábamos en la plaza y en el río, entonces descubierto y comíamos pan pastor.
Había otro manjar este más agrio y más sabroso ese eran las allozas o sea las almendras cuando se están formando, que son de color verde también, y que dentro albergan la pepita del fruto pero blanca y blanda y que como fruto, incluida la definitiva cáscara, se come entera y tiene un sabor agrio muy preciado por nuestro paladar.
Estas había que ir a cogerlas al campo, donde había almendros y había que tener cuidado porque no te cogiera el dueño que podía ir por allí vigilando su cosecha. Eran bastante más ricas y más alimenticias que el pan pastor, pero eran muy indigestas y cuando te pasabas te producían unos trastornos intestinales algo molestos y dolorosos
Eran tiempos difíciles, todo lo teníamos que inventar, hasta la forma de comer golosinas pero nosotros nos lo pasábamos a lo grande, teníamos un contacto directísimo con la naturaleza y ella nos servía para entretenernos, para divertirnos y hasta para aprender naturaleza y sociedad sin necesidad de asignatura. Y sobre todo teníamos diez años, te parece esto poca felicidad.
Siempre que llega esta época me acuerdo yo de las allozas y del pan pastor, eran nuestras chuches más económicas, más asequibles y más sabrosas y servían para llenar nuestro estómago de aquellos productos que la primavera nos ofrecía, generosamente, para dar a nuestros juegos un tinte gastronómico no siempre muy agradecido por el cuerpo porque si te pasabas en su consumo, sobretodo las allozas, después te solían pasar la factura.
Era el pan pastor una especie de incipientes hojas, de un verde claro que eran de forma redondeada, de un tamaña similar y algo mayor que una lenteja y que solían adornar por Semana Santa los álamos negros, creo que este era la clase de árbol, que había por entonces en la plaza del ayuntamiento. Tenían un sabor algo dulce y agradaba al paladar sirviendo como un aperitivo para nuestras correrías en torno a aquellos árboles alguno de los cuales, uno que pegaba a la casa de Araceli y Fernando Aguila, “Aguilita”, tenían un enorme hueco en el tronco del cual, aparentemente, solo le quedaba la corteza y que permitía que dos o tres niños, al mismo tiempo, se escondieran dentro de el. Entre toque y toque de las campanas, anunciando algún culto o tocando a difunto, el jueves y viernes Santo, nosotros corríamos, jugábamos en la plaza y en el río, entonces descubierto y comíamos pan pastor.
Había otro manjar este más agrio y más sabroso ese eran las allozas o sea las almendras cuando se están formando, que son de color verde también, y que dentro albergan la pepita del fruto pero blanca y blanda y que como fruto, incluida la definitiva cáscara, se come entera y tiene un sabor agrio muy preciado por nuestro paladar.
Estas había que ir a cogerlas al campo, donde había almendros y había que tener cuidado porque no te cogiera el dueño que podía ir por allí vigilando su cosecha. Eran bastante más ricas y más alimenticias que el pan pastor, pero eran muy indigestas y cuando te pasabas te producían unos trastornos intestinales algo molestos y dolorosos
Eran tiempos difíciles, todo lo teníamos que inventar, hasta la forma de comer golosinas pero nosotros nos lo pasábamos a lo grande, teníamos un contacto directísimo con la naturaleza y ella nos servía para entretenernos, para divertirnos y hasta para aprender naturaleza y sociedad sin necesidad de asignatura. Y sobre todo teníamos diez años, te parece esto poca felicidad.