LA TERRAZA...

LA TERRAZA
Los que sean de mi edad van a comprender todo lo que voy a decir a continuación que por supuesto mis nietos no van a dar ningún crédito a mi relato porque ellos, y todos los jóvenes de hoy, van a pensar que les miento porque no van a creer que nuestras condiciones de vida entonces eran tan precarias y tan escasas.
Eran años muy difíciles, eran tiempos de necesidad y de carencias porque habíamos salido de una guerra injusta y fratricida que nunca debió existir y las condiciones de vida en aquellos momentos eran lamentablemente infrahumanas.
Nosotros vivíamos en una casa que era de mi abuelo Pablo, en ella las habitaciones tenían los suelos de yeso con almazarrón, solo teníamos una bombilla en la cocina-comedor al resto de las habitaciones se accedía de noche con un candil que funcionaba con un mecha impregnada de aceite de oliva, no había agua corriente, ni water, la casa tenía ventanas muy pequeñas que casi no te dejaban ver el exterior, yo me encaramaba en ellas y desde allí veía el río, el cin de verano e incluso el paseo de la fuente.
Con el tiempo mi padre que era albañil fue mejorando la vivienda, le puso suelos de baldosas, se instalaron luces en más habitaciones, se hizo un servicio en el corral y una cocina también abajo para poder aislar la lumbre de palos de los fogones para cocinar.
Ya en los 60 se estableció el agua corriente, se compró una radio, y hasta hicimos un pequeño cuarto de baño, Todas estas mejoras nos iban acercando a la normalidad y a una vida más aceptable y más humana.
Yo soñaba con tener un día una terraza en la que poder pasar las noches veraniegas disfrutando del fresquito de la madrugada y dormir allá fuera en un camastro porque dentro de casa era imposible poder conciliar el sueño. Ya existían en el pueblo este tipo de habitáculos y eran lujo que todos queríamos disfrutar.
Cuando el abuelo murió y la casa pasó a ser nuestra, mi padre no tardó en construir nuestra terraza,
allí pasamos toda la familia mis padres, mi hermana y nosotros, con todos nuestros hijos unas noches de verano inolvidables donde una simple pipirrana era todo nuestro banquete pero lo más importante era el cariño, el amor, la felicidad, de nuestras tres familias que disfrutábamos intensamente de aquella terraza en la que el agua del botijo, colgando del parral, hacía los efectos de frigorifico porque este todavía no había llegado a enfriar nuestras alimentos. ya que aún no lo habíamos podido comprar.
Nunca olvidaremos todos aquellas noches veraniegas en familia y ahora cuando voy por Fuensanta y llego a casa de mi hermana, cuando veo la terraza, rememoro aquellas veladas tan entrañables que aquel lugar nos hizo vivir a todos.