CINE DE VERANO
Fue el cine de verano una diversión muy arraigada en nuestro país, muy popular y muy útil, en aquellos años tan difíciles, en todos los aspectos, tan escasos, tan tristes y tan necesarios de diversión, de esperanza y de alegría.
Era una reunión colectiva, casi familiar, de vecinos que una vez cenados cogían, en algunos casos sus propias sillas y su botijo, y es iban a soñar, al fresquito de la noche al aire libre, con unas vacaciones en Benidorm, un viaje a París, o una historia de amor en el Caribe.
El primer cine de verano que hubo en Fuensanta estaba situado en el Paseo de Colón donde hoy está la casa de pisos que hizo José Lázaro.
Yo tengo conocimiento muy directo de ese cine porque una de sus tres puertas redondeadas que tenía el la fachada la ocupábamos nosotros con el almacén que teníamos alquilado, pero es que además mi padre fue encargado de aquél cine y yo era, con mis 11 ó 12 años, el taquillero que vendía las entradas.
Mis amigos me envidiaban porque yo veía todas las películas y yo les envidiaba a ellos porque no podía jugar ni acompañarlos, los sábados o los domingos que había, cine mientras estaba trabajando. De cualquier forma yo estaba feliz porque estaba colaborando con mi familia y contribuyendo, de alguna manera, a la solución de la pertrecha economía familiar.
Era frecuente poner en la puerta del cine unos carteles de la película que se iba a proyectar uno muy grande con el título, los nombres de los artistas y del director, así como un fotograma de los protagonistas. Y además de esto unos carteles más pequeños de la dimensión de un folio, pero de castón muy duro, en los que se veían distintas escenas de la película para que los futuros espectadores tuvieran una idea más clara de lo que iban a ver.
Entrabas al cine, te sentabas en tu silla, comprabas pipas o avellanas, tal vez una gaseosa de aquellas de bola y por 5o céntimos de peseta tenías la diversión y el fresco garantizado.
Como entonces no existía la tele y la radio tampoco estaba en todos los hogares esta era una válvula de escape para vislumbrar algo de cultura y de espectáculo y hacía que toda la familia pudiera volver a casa con la alegría de haber pasado un buen rato y con la seguridad de que iban a poder coger el sueño antes de que el calor asfixiante del mes de Agosto, no había frigoríficos y mucho menos aire acondicionado, calentase el agua del botijo de la Fuente de la Negra que se llevaban a la salida del cine, bien fresquita, y el propio cuerpo que también venía preparado para dormir tras dos horas al aire libre. Bien por aquel cine de verano que el progreso se llevó por delante.
Fue el cine de verano una diversión muy arraigada en nuestro país, muy popular y muy útil, en aquellos años tan difíciles, en todos los aspectos, tan escasos, tan tristes y tan necesarios de diversión, de esperanza y de alegría.
Era una reunión colectiva, casi familiar, de vecinos que una vez cenados cogían, en algunos casos sus propias sillas y su botijo, y es iban a soñar, al fresquito de la noche al aire libre, con unas vacaciones en Benidorm, un viaje a París, o una historia de amor en el Caribe.
El primer cine de verano que hubo en Fuensanta estaba situado en el Paseo de Colón donde hoy está la casa de pisos que hizo José Lázaro.
Yo tengo conocimiento muy directo de ese cine porque una de sus tres puertas redondeadas que tenía el la fachada la ocupábamos nosotros con el almacén que teníamos alquilado, pero es que además mi padre fue encargado de aquél cine y yo era, con mis 11 ó 12 años, el taquillero que vendía las entradas.
Mis amigos me envidiaban porque yo veía todas las películas y yo les envidiaba a ellos porque no podía jugar ni acompañarlos, los sábados o los domingos que había, cine mientras estaba trabajando. De cualquier forma yo estaba feliz porque estaba colaborando con mi familia y contribuyendo, de alguna manera, a la solución de la pertrecha economía familiar.
Era frecuente poner en la puerta del cine unos carteles de la película que se iba a proyectar uno muy grande con el título, los nombres de los artistas y del director, así como un fotograma de los protagonistas. Y además de esto unos carteles más pequeños de la dimensión de un folio, pero de castón muy duro, en los que se veían distintas escenas de la película para que los futuros espectadores tuvieran una idea más clara de lo que iban a ver.
Entrabas al cine, te sentabas en tu silla, comprabas pipas o avellanas, tal vez una gaseosa de aquellas de bola y por 5o céntimos de peseta tenías la diversión y el fresco garantizado.
Como entonces no existía la tele y la radio tampoco estaba en todos los hogares esta era una válvula de escape para vislumbrar algo de cultura y de espectáculo y hacía que toda la familia pudiera volver a casa con la alegría de haber pasado un buen rato y con la seguridad de que iban a poder coger el sueño antes de que el calor asfixiante del mes de Agosto, no había frigoríficos y mucho menos aire acondicionado, calentase el agua del botijo de la Fuente de la Negra que se llevaban a la salida del cine, bien fresquita, y el propio cuerpo que también venía preparado para dormir tras dos horas al aire libre. Bien por aquel cine de verano que el progreso se llevó por delante.