LA VIDA...

LA VIDA
La vida ese gran regalo que todos hemos recibido, para los creyentes de Dios, con la colaboración indispensable de nuestros progenitor y para los escépticos de la naturaleza y de nuestros padres, es algo tan maravilloso, que cualquiera que sea su procedencia todos deberíamos agradecer, aprovechar y desarrollar, siempre procurando alcanzar la mayores cotas de bienestar y de perfección primero en beneficio propio y de nuestra familia y después en beneficio de la sociedad, de nuestros semejantes, a los cuales hemos de respetar, aceptar y considerar, como partícipes de la misma empresa, de la misma tarea que no es otra que conseguir, entre todos, un mundo mejor, más humano y más gratificante en el cual, y del cual, todos nos sintamos orgullosos.
Pero por desgracia eso casi nunca es así, porque la vida está llena de obstáculos, de retos, que hemos de ir logrando para tener opción a sentirnos ciudadanos responsables y pretender aspirar a alcanzar nuestra felicidad junto con la sociedad, junto con nuestros semejantes, respetando la leyes y las normas que todos no hemos puesto para convivir de forma ordenada y civilizada. Además no todos estamos de acuerdo en esa concepción de la vida como tarea de esfuerzo, de superación y de respeto al orden establecido. Y lo que es peor, no todos tenemos los mismos medios materiales, sociales y educativos, para conseguir nuestro objetivo.
Una cosa es fundamental, a mi modo de ver, la vida necesita un aprendizaje, una preparación, y eso indiscutiblemente pasa por los padres que son los responsables directos de la formación de sus hijos. Cada individuo debería ser preparado y educado de manera que tuviera que ganarse y merecer todo aquello que él pida o necesite para sus juegos, sus aficiones o sus jo-vis, eso cuando es menor, y para ello hay que eliminar de nuestro trato afectivo, tanto de familiares como de educadores, toda clase de halagos, de premios, de prebendas, que no vengan acompañadas del reconocimiento de algún hecho o actuación que sea digna de merecer una distinción o justificación de premio ganado
con su esfuerzo y con su buen comportamiento.
Una familia por mucho poder adquisitivo que tenga no debe nunca de dar a sus hijos toda clase de caprichos porque eso le llevará a no valorar el mérito y el esfuerzo necesario para conseguirlos y les convertiría en personas que se creen merecedores de todo sin tener que hacer nada.
Unos padres no pueden decir nunca a sus hijos que son los más guapos, los más listos, los más buenos, porque entonces los están condenando al fracaso y a la decepción ya que luego comprobarán que hay muchas personas más listos, más guapos y mejores que ellos.
Y jamás los padres pueden dar la razón a sus hijos sin averiguar primero si es cierto que ellos llevaban la razón porque eso sería darles carta blanca para encubrir sus errores y sus fracasos.
Si cada uno supiéramos, desde la infancia, que las cosas hay que ganarlas y merecerlas con nuestro esfuerzo y nuestro trabajo, que hemos de reclamar siempre y exigir un principio de igualdad de oportunidades para que todos podamos intentar el éxito, que hay que jugar con honestidad y con limpieza en eses juego de la vida y si entendiéramos además que esa es nuestra obligación porque ese sería el cumplimiento de nuestro deber, y el respeto de nuestros semejantes, no como enemigos, sino como jugadores que intentan conseguir como nosotros ganar el partido de su vida, seguramente que entonces la vida podría ser maravillosa.