Srs. HUELE A QUEMADO...

Srs. HUELE A QUEMADO
Vivía en Fuensanta por aquellos años, frente a él ya conocido Francisco Contreras Tachín un matrimonio que tampoco tenían hijos, el de fuera del pueblo, casado con unas hermana de Encana Santiago, la Gorda, de la cual escribiré ampliamente otro día que se llamaba Emilio, no estoy seguro si Gata o Arenas de apellido, porque era tío del ya fallecido Emilio la Gata su mote era Emilio Estiércol., lo de estiércol le venía porque todo el mundo le llamaba Don Emilio y como él no tenía ni título, ni carrera alguna que justificara el Don, el pueblo que es bastante sabio y' sarcástico le adjudicó este mote.
Era un hombre muy re- hablado, había sido representante de comercio, al final se dedicaba al mismo oficio que su vecino Tachín, que ambos no se podían ver y estaban siempre de pleitos, porque allí en la Aldea eran medianeros de fincas y tenían siempre alguna disputa.
A Don Emilio le gustaba ir mucho al casino pero no a jugar, si no a mirar, y esto no le agrada a ningún jugador, eso y su talante un tanto altivo hacía que no tuviese muchas simpatías entre los socios. Sin embargo no fue un hombre malo porque al morir dejó su casa y unas fincas a dos criados que habían estado toda la vida con ellos, ella creo que se llamaba Rosario y él se llama Juan.
Uno de los días que había ido al casino por la tarde, estaba allí sentado, como siempre, observando lo que hacían los jugadores y de pronto dice con voz muy potente, que tenía, Srs huele a quemado.
Todo el mundo empieza a mirarse, a buscar a su alrededor a ver si encontraban donde estaba el anunciado fuego, pero como ninguno observó nada raro siguieron jugando tan tranquilos. Al poco tiempo Don Emilio otra vez: Srs. sigo diciendo que huele a quemado. Vuelta de nuevo a poner nerviosos a los asistentes, ya se miran por aquí, ya se miran por allá, el el fuego no aparece por ningún lado.
A la tercera vez vuelve a llamar la atención Don Emilio y ahora dice echándose mano al bolsillo de su pantalón: Srs me he quemado.
El fuego se había producido en su pro pio cuerpo y por eso el lo olía tan de cerca, entonces los fumadores utilizaban un encendedor, que es de donde viene el nombre de mechero, que consistía en una mecha o cordón muy largo, para encender el cigarro sacaban la mecha un poco fuera le daban a una ruedecilla un golpe, rozaba la pila saltaba la chispa y se encendía la mecha que prendía fuego al cigarro. Para apagarla había que esconder la mecha de nuevo en un cilindro metálico que llevaba el mechero y entonces se apagaba. Que sucedió que Don. Emilio esta vez no la apagó bien, se metió el mechero en el bolsillo y le ardió el bolsillo con el consiguiente cachondeo y risas de toda la sala.