LA NIEVE....

LA NIEVE.

No se si uno se acuerda siempre de lo que para él ha sido maravilloso, o que en mi infancia hacía mucho más frío que ahora, pero yo os puedo asegurar que las nevadas de entonces no se pueden comparar, en absoluto, con las de ahora.
Es cierto que nuestro pueblo se viste de ese manto blanco maravilloso, yo diría que todos los años, y ese paisaje tan generoso y tan pintoresco que regaló la madre naturaleza a Fuensanta y sus alrededores, cubierto de nieve, es un lujo que vale le pena disfrutar en directo y captar en vídeo o fotografía para guardarlo o enviarlo a nuestros amigos y familiares. Pero ahora es muy fugaz y muy tenue ese agradable acontecimiento, a penas dura unas horas, en seguida le nieve se deshace y resulta como escasa y poco consistente su permanencia entre nosotros.
Queda en mi de forma permanente y en un privilegiado lugar el recuerdo de aquellas nevadas copiosas, que alcanzaban 30 ó 40 ctms. de espesor en la calle, que hacían preciso quitar con palas gran parte de ese grosor para poder salir y entrar y para impedir que la nieve se metiera por las rendijas de la puerta. Aquello duraba varios días, todo se paralizaba, los mayores no podían ir a su trabajo, los pequeños no teníamos que ir a la escuela, el agua de las fuentes de congelaba, los carámbanos pendían de las tejas a modo de afilados cuchillos de hielo como pequeñas estalactitas improvisadas.
Era toda una fiesta y no solo para los pequeños porque los jóvenes se dedicaban a fabricar tremendas bolas de nieve que iban engordando, dándole tumbos y cuando llegaban a la puerta de un bar o establecimiento de alimentación dejaban la enorme bola en la puerta y entraban a pedir algún regalo o copa con la amenaza de no moverla de allí hasta que no cedieran a la petición de forma gratuita.
Donde era más problemático el asunto era en la casa a la hora de preparar la comida y de abastecerse el tiempo que durase la nevada. Porque era imposible comprar alimentos, el pan incluso se hacía estos días en la lumbre y había que acudir a los recursos de siempre, unas migas con el pan duro de la orza, unas patatas con huevos de la huerta y del corral, un pollo o un conejo del corral también y. la socorrida matanza de la que tantas cosas buenas se podían sacar. La familia hacía un respiro en su ajetreo diario y aquello servía como un punto de encuentro, como una mesa redonda en la que se trataban los problemas y los asuntos pendientes, y en los que se aprovechaba para el diálogo y el disfrute de esa paz y ese sosiego que da el calor de un hogar en el que había pocos lujos y no pocas carencias pero por supuesto mucho amor y mucha felicidad.
Qué bonito era oír a tu madre decir: Hoy no tienes que levantarte para ir al colegio porque ha caído una nevada impresionante. Y ya sabías tú lo que significaba todo aquello.