EL BURRO QUE TENIA EL PICAPEDRERO
Hace más de un siglo, en Hoyo de Manzanares, las cocinas y los braseros, eran repletos de lumbre, producida por las encinas, de aquel terreno de las faldas de la sierra, donde sus habitantes aprovechaban cualquier fecha, para poder llenar sus corrales o patios, de su leña principal, Los picapedreros trabajaban toda la semana en las canteras, y los domingos madrugaban, para ir a buscar su leña, en cualquier parte del territorio, donde pudieran cargar su mercancía, sin ser denunciados por los dueños de dichos encinares. Un picapedrero tenía un burro que parecía demasiado inteligente, aquel burro que parecía conocer bien el terreno por donde andaba, no le apetecía que su albarda, fuera cargada a tope de leña y troncos, y un hijo del picapedrero, tenía que tenerle constantemente agarrado con una cadena a su cabezada, para que no pudiese escapar, sin tener que cargar tan pesada mercancía. Aquel domingo de madrugada, como en otros domingos, se fueron al monte para buscar su leña preferida, que era la leña de encinas, y el burro durante el camino notaba el trabajo que le esperaba, y en un momento de despiste del picapedrero, el burro salió al galope tendido, en dirección a Colmenar Viejo, sin esperar un segundo para poder ser alcanzado, parece ser que hasta la albarda salió despedida, con el peso de los hachas y cuerdas que llevaban para poder realizar su cometido. El flamante burro rebuznaba de alegría al sentirse en libertad, sus orejas tiesas no le importaban el frío de la mañana, que era de algún grado bajo cero, y por aquellos caminos de la sierra se perdía en la distancia, sintiéndose libre de carga, y sin dueño, parece ser que el picapedrero, después de pasar toda la mañana sin lograr ver al burro, volvió a Hoyo de Manzanares todo enfadado, pero parece que el burro al llegar la noche al aire libre, notaba la falta de cobijo, de su cuadra, donde pasaba la noche bastante abrigado, y además la paja y el grano de poder comer, sin tener que andar buscando a oscuras la posible cena, El burro después de meditar en su cerebro, decidió volver a casa de su dueño, era noche cerrada, por no ver ni veía el camino del retorno, pero su olfato, le llevaban hasta la casa de su dueño, que seguía en su domicilio dándoles vueltas a dicho problema, más de pronto escuchó un rebuznar, que le pareció conocido, sin pensarlo ni un momento, salió a la calle, y tenía frente a su puerta su burro, con la cabeza agachada, como pidiéndole perdón por la faena realizada. El picapedrero le dieron ganas de darle una soberana paliza, pero le abrazo al burro, y este restregando sus cabeza contra el cuerpo del el hombre aquel, se sintieron muy felices, al estar juntos en su domicilio, y ver volver a su burro, que era quien le transportaba a la cantera a diario, llevando herramientas, comida y bebida. Entonces pensó el picapedrero, tengo que hacerme con un carro de varas, para no volver a cargar tan penosa mercancía encima de sus costillas, y no permitir que la leña le haga daño en su vientre, aquella noche fue muy feliz en casa del picapedrero, al ver el retorno de aquel animal, que era parte de su entorno familiar, y que tantas alegrías les había dado. Aquella noche al burro no le faltó paja, y su piedra de sal con eno en su pesebre, todo parecía volver a la normalidad, de aquel lugar de la sierra, donde sus piedras de granito, eran transportadas hasta la ciudad de Madrid, donde ocupan parte de algunas viviendas y monumentos, que fueron construidas y adornadas con dichas piedras, que antes fueron cortadas y labradas por esos picapedreros, en sus canteras de Hoyo de Manzanares y Colmenar Viejo. G X Cantalapiedra.
Hace más de un siglo, en Hoyo de Manzanares, las cocinas y los braseros, eran repletos de lumbre, producida por las encinas, de aquel terreno de las faldas de la sierra, donde sus habitantes aprovechaban cualquier fecha, para poder llenar sus corrales o patios, de su leña principal, Los picapedreros trabajaban toda la semana en las canteras, y los domingos madrugaban, para ir a buscar su leña, en cualquier parte del territorio, donde pudieran cargar su mercancía, sin ser denunciados por los dueños de dichos encinares. Un picapedrero tenía un burro que parecía demasiado inteligente, aquel burro que parecía conocer bien el terreno por donde andaba, no le apetecía que su albarda, fuera cargada a tope de leña y troncos, y un hijo del picapedrero, tenía que tenerle constantemente agarrado con una cadena a su cabezada, para que no pudiese escapar, sin tener que cargar tan pesada mercancía. Aquel domingo de madrugada, como en otros domingos, se fueron al monte para buscar su leña preferida, que era la leña de encinas, y el burro durante el camino notaba el trabajo que le esperaba, y en un momento de despiste del picapedrero, el burro salió al galope tendido, en dirección a Colmenar Viejo, sin esperar un segundo para poder ser alcanzado, parece ser que hasta la albarda salió despedida, con el peso de los hachas y cuerdas que llevaban para poder realizar su cometido. El flamante burro rebuznaba de alegría al sentirse en libertad, sus orejas tiesas no le importaban el frío de la mañana, que era de algún grado bajo cero, y por aquellos caminos de la sierra se perdía en la distancia, sintiéndose libre de carga, y sin dueño, parece ser que el picapedrero, después de pasar toda la mañana sin lograr ver al burro, volvió a Hoyo de Manzanares todo enfadado, pero parece que el burro al llegar la noche al aire libre, notaba la falta de cobijo, de su cuadra, donde pasaba la noche bastante abrigado, y además la paja y el grano de poder comer, sin tener que andar buscando a oscuras la posible cena, El burro después de meditar en su cerebro, decidió volver a casa de su dueño, era noche cerrada, por no ver ni veía el camino del retorno, pero su olfato, le llevaban hasta la casa de su dueño, que seguía en su domicilio dándoles vueltas a dicho problema, más de pronto escuchó un rebuznar, que le pareció conocido, sin pensarlo ni un momento, salió a la calle, y tenía frente a su puerta su burro, con la cabeza agachada, como pidiéndole perdón por la faena realizada. El picapedrero le dieron ganas de darle una soberana paliza, pero le abrazo al burro, y este restregando sus cabeza contra el cuerpo del el hombre aquel, se sintieron muy felices, al estar juntos en su domicilio, y ver volver a su burro, que era quien le transportaba a la cantera a diario, llevando herramientas, comida y bebida. Entonces pensó el picapedrero, tengo que hacerme con un carro de varas, para no volver a cargar tan penosa mercancía encima de sus costillas, y no permitir que la leña le haga daño en su vientre, aquella noche fue muy feliz en casa del picapedrero, al ver el retorno de aquel animal, que era parte de su entorno familiar, y que tantas alegrías les había dado. Aquella noche al burro no le faltó paja, y su piedra de sal con eno en su pesebre, todo parecía volver a la normalidad, de aquel lugar de la sierra, donde sus piedras de granito, eran transportadas hasta la ciudad de Madrid, donde ocupan parte de algunas viviendas y monumentos, que fueron construidas y adornadas con dichas piedras, que antes fueron cortadas y labradas por esos picapedreros, en sus canteras de Hoyo de Manzanares y Colmenar Viejo. G X Cantalapiedra.