ARROZ BORRACHO.
Era al mes de Julio del año 1962. Tenía yo 22 años. ¿Que pena no poder volver a cogerlos otra vez?. Aunque más vale dar gracias a Dios por tenerme aquí todavía y además en un estado aceptable. Bueno, era verano, acababa yo de aprobar la oposiciones al Magisterio Nacional y había obtenido una plaza para poder impartir clases en la escuela pública, de forma definitiva, convirtiéndome así en un funcionario público y asegurando un sueldo y un puesto de trabajo para toda mi vida.
Yo había prometido a todos mis amigos que cuando esto sucediera lo íbamos a celebrar, dentro de mi modesto poder adquisitivo, todo lo mejor que yo pudiera. Así es que una vez conseguida la meta me puse a preparar todo lo necesario para la celebración. Primero había que encontrar el sitio, ya que entonces no existían en mi pueblo los restaurantes, y lo mejor era buscar un paraje al aire libre que reuniera unas mínimas condiciones para que todo saliera lo mejor posible. Yo pensé que el mejor era la Mina porque allí, utilizando un remanso del Río Grande, podíamos tener una temperatura y un entorno agradable y podríamos enfriar la cerveza y demás bebidas.
La verdad es que yo procuré hacer acopio de toda clase de aperitivos y alimentos para una buena celebración. Compré una caja de gambas de aquellas de madera, muy rojas y muy saladas, por tema de conservación, supongo, almendres, aceitunas, jamón, queso, patatas fritas. Cerveza, también en caja de madera, vino, manzanilla, coca cola, ginebra, Sandía, frutas y como plato fuerte y principal un arroz con conejo que iríamos haciendo sobre la marcha en una hoguera al aire libre.
Una vez hechas las invitaciones, éramos unas quince personas todos amigos, el cura que entonces teníamos en Fuensanta, D. Fernando y yo. Cogimos nuestras bicis, o nuestras motos, y allá nos fuimos un domingo de Julio, a unos 12 kms. de distancia del pueblo.
llegamos allí descargamos todo y empezamos la fiesta, preparamos los aperitivos, el lugar donde hacer la lumbre, el sitio era ideal, y ala a comer, a beber, a bañarnos en el río, el cura no porque entonces llevaba su sotana, y cuando ya estábamos a gusto le metemos mano al arroz. La lumbre, el conejo, los aliños, vino y más vino, cerveza y más cerveza, y aquello tenía un aspecto extraordinario. Pero de pronto el cura, que era un buen elemento, me dice: esto como está bueno es echándole una botella de vino fino, cuanto más vino mejor. Y yo le digo: D. Fernando que en mi casa mi madre hace un arroz estupendo y no le echa vino. Pues ya verás tú como el “arroz borracho” es el mejor. Y lo emborrachó, le echó tanto vino que aquello no se podía comer, aquello hubo que tirarlo y entonces yo pillé un cabreo impresionante, cogí mi moto y me bajé para el pueblo, yo creo que ni me despedí de la reunión, porque la verdad es que no pude superar que todos mis preparativos, toda mi ilusión de que aquello saliera bien, y de que mis amigos disfrutaran la celebración de aquel acto tan importante en mi vida con toda normalidad.
Pero una vez en el pueblo me volví de nuevo a la fiesta, de la que era el anfitrión, seguimos tomando lo que allí quedaba, postres, cubatas y procuré que todo pasase a un segundo plano y que otro día nos comeríamos aquel malogrado arroz. Pero ese día no sería borracho porque D. Fernando no esaría entre los invitados.
Era al mes de Julio del año 1962. Tenía yo 22 años. ¿Que pena no poder volver a cogerlos otra vez?. Aunque más vale dar gracias a Dios por tenerme aquí todavía y además en un estado aceptable. Bueno, era verano, acababa yo de aprobar la oposiciones al Magisterio Nacional y había obtenido una plaza para poder impartir clases en la escuela pública, de forma definitiva, convirtiéndome así en un funcionario público y asegurando un sueldo y un puesto de trabajo para toda mi vida.
Yo había prometido a todos mis amigos que cuando esto sucediera lo íbamos a celebrar, dentro de mi modesto poder adquisitivo, todo lo mejor que yo pudiera. Así es que una vez conseguida la meta me puse a preparar todo lo necesario para la celebración. Primero había que encontrar el sitio, ya que entonces no existían en mi pueblo los restaurantes, y lo mejor era buscar un paraje al aire libre que reuniera unas mínimas condiciones para que todo saliera lo mejor posible. Yo pensé que el mejor era la Mina porque allí, utilizando un remanso del Río Grande, podíamos tener una temperatura y un entorno agradable y podríamos enfriar la cerveza y demás bebidas.
La verdad es que yo procuré hacer acopio de toda clase de aperitivos y alimentos para una buena celebración. Compré una caja de gambas de aquellas de madera, muy rojas y muy saladas, por tema de conservación, supongo, almendres, aceitunas, jamón, queso, patatas fritas. Cerveza, también en caja de madera, vino, manzanilla, coca cola, ginebra, Sandía, frutas y como plato fuerte y principal un arroz con conejo que iríamos haciendo sobre la marcha en una hoguera al aire libre.
Una vez hechas las invitaciones, éramos unas quince personas todos amigos, el cura que entonces teníamos en Fuensanta, D. Fernando y yo. Cogimos nuestras bicis, o nuestras motos, y allá nos fuimos un domingo de Julio, a unos 12 kms. de distancia del pueblo.
llegamos allí descargamos todo y empezamos la fiesta, preparamos los aperitivos, el lugar donde hacer la lumbre, el sitio era ideal, y ala a comer, a beber, a bañarnos en el río, el cura no porque entonces llevaba su sotana, y cuando ya estábamos a gusto le metemos mano al arroz. La lumbre, el conejo, los aliños, vino y más vino, cerveza y más cerveza, y aquello tenía un aspecto extraordinario. Pero de pronto el cura, que era un buen elemento, me dice: esto como está bueno es echándole una botella de vino fino, cuanto más vino mejor. Y yo le digo: D. Fernando que en mi casa mi madre hace un arroz estupendo y no le echa vino. Pues ya verás tú como el “arroz borracho” es el mejor. Y lo emborrachó, le echó tanto vino que aquello no se podía comer, aquello hubo que tirarlo y entonces yo pillé un cabreo impresionante, cogí mi moto y me bajé para el pueblo, yo creo que ni me despedí de la reunión, porque la verdad es que no pude superar que todos mis preparativos, toda mi ilusión de que aquello saliera bien, y de que mis amigos disfrutaran la celebración de aquel acto tan importante en mi vida con toda normalidad.
Pero una vez en el pueblo me volví de nuevo a la fiesta, de la que era el anfitrión, seguimos tomando lo que allí quedaba, postres, cubatas y procuré que todo pasase a un segundo plano y que otro día nos comeríamos aquel malogrado arroz. Pero ese día no sería borracho porque D. Fernando no esaría entre los invitados.