DESDE MI ATALAYA
DE TURISTAS
Todos hemos hecho cosas en nuestra infancia que podemos considerar un tanto arriesgadas o irresponsables de forma que al hacerlas las ocultábamos, por temor a nuestros padres, pero con el paso del tiempo las contamos como una hazaña, como algo que demuestra que el riesgo atrae en esa edad y que es un peligro, indudablemente, del que hay que prevenir a los menores.
Tenía yo entonces 9 años y mi padre me había comprado un bicicleta de segunda mano, porque nueva era demasiado coste para nuestras escasas posibilidades económicas, y estaba yo deseando de realizar con ella mi primer viaje turístico. Como mi amigo Juan Castro (el tomate), de 8 años que era más arriesgado que yo, me propuso que nos fuéramos a visitar Martos, que estaba más cerca, tan solo a 11 kms, pues allá nos encaminamos..
Y esa fue la aventura, mes de Agosto, domingo, tres de la tarde, un calor asfixiante, una carretera sin asfaltar, una bici vieja, y allí íbamos Juan y yo a conquistar el mundo. Nos costó llegar, tramos los dos montados, tramos los dos empujándole, pero llegamos gloriosamente. Dejamos la bici, nos dimos un paseo, nos refrescamos en la Fuente Nueva y cuando nos disponíamos a regresar la bici estaba pinchada. ¿Y ahora que hacer? Domingo, sin dinero, todo cerrado.....
Yo había ido con mi padre a casa de un primo suyo que era practicante, muy conocido en Martos, que se llamaba Pepe Rodríguez y que tenía 12 hijos. Yo que entonces era el niño más tímido de España, no lo pensé, fuimos a su casa, le contamos el problema, él llamó a un señor que tenía un taller, Juanito el de las bicicletas, empresa que todavía sigue en pie, y que ahora llevan sus hijos. Vino un empleado llamado Tomás, que con el tiempo fue amigo mío, aunque era domingo y todo, nos arregló el pinchazo y Juan y yo, todo contentos, iniciamos el viaje de regreso, los dos en la bicicleta y llegamos felices a Fuensanta a las 8 de la tarde. Ni que decir tiene que mi padre se enteró cuando fue a Martos y su primo se lo contó, porque nosotros tanto Juan como yo habíamos hecho un pacto de no decir nada a nadie.
Se da la circunstancia de que todos los personajes de esta historia, excepto yo, ya han fallecido, porque esto sucedió hace hoy 74 años. Que viejo soy, pero gracias a Dios estoy bien, y puedo contarlo. Este fue mi primer viaje como turista que yo hice solo....... ¡Qué tiempos aquellos!
Una carretera sin asfaltar, una bici vieja y allí íbamos Juan y yo a conquistar el mundo.
DE TURISTAS
Todos hemos hecho cosas en nuestra infancia que podemos considerar un tanto arriesgadas o irresponsables de forma que al hacerlas las ocultábamos, por temor a nuestros padres, pero con el paso del tiempo las contamos como una hazaña, como algo que demuestra que el riesgo atrae en esa edad y que es un peligro, indudablemente, del que hay que prevenir a los menores.
Tenía yo entonces 9 años y mi padre me había comprado un bicicleta de segunda mano, porque nueva era demasiado coste para nuestras escasas posibilidades económicas, y estaba yo deseando de realizar con ella mi primer viaje turístico. Como mi amigo Juan Castro (el tomate), de 8 años que era más arriesgado que yo, me propuso que nos fuéramos a visitar Martos, que estaba más cerca, tan solo a 11 kms, pues allá nos encaminamos..
Y esa fue la aventura, mes de Agosto, domingo, tres de la tarde, un calor asfixiante, una carretera sin asfaltar, una bici vieja, y allí íbamos Juan y yo a conquistar el mundo. Nos costó llegar, tramos los dos montados, tramos los dos empujándole, pero llegamos gloriosamente. Dejamos la bici, nos dimos un paseo, nos refrescamos en la Fuente Nueva y cuando nos disponíamos a regresar la bici estaba pinchada. ¿Y ahora que hacer? Domingo, sin dinero, todo cerrado.....
Yo había ido con mi padre a casa de un primo suyo que era practicante, muy conocido en Martos, que se llamaba Pepe Rodríguez y que tenía 12 hijos. Yo que entonces era el niño más tímido de España, no lo pensé, fuimos a su casa, le contamos el problema, él llamó a un señor que tenía un taller, Juanito el de las bicicletas, empresa que todavía sigue en pie, y que ahora llevan sus hijos. Vino un empleado llamado Tomás, que con el tiempo fue amigo mío, aunque era domingo y todo, nos arregló el pinchazo y Juan y yo, todo contentos, iniciamos el viaje de regreso, los dos en la bicicleta y llegamos felices a Fuensanta a las 8 de la tarde. Ni que decir tiene que mi padre se enteró cuando fue a Martos y su primo se lo contó, porque nosotros tanto Juan como yo habíamos hecho un pacto de no decir nada a nadie.
Se da la circunstancia de que todos los personajes de esta historia, excepto yo, ya han fallecido, porque esto sucedió hace hoy 74 años. Que viejo soy, pero gracias a Dios estoy bien, y puedo contarlo. Este fue mi primer viaje como turista que yo hice solo....... ¡Qué tiempos aquellos!
Una carretera sin asfaltar, una bici vieja y allí íbamos Juan y yo a conquistar el mundo.