AQUEL VERANO Y EL HOTEL...

AQUEL VERANO Y EL HOTEL
Aunque hay que tener siempre en cuenta ese refrán nuestro, de que “hasta el 40 de Mayo no te quites el sallo”, la verdad es que este año se nos adelantó, y llevamos ya un mes soportando ese intenso calor que nos hace desprendernos de las prendas de vestir para aliviar el agobio y el sudor. Empezamos a utilizar las chanclas, las camisetas y el pantalón corto, que nos permiten ir más ligeros,- más fresquitos y hasta más preparados para la diversión, el baño en la piscina o en la playa, para empezar a disfrutar de ese seguro buen tiempo que nos acompañará durante dos o tres meses.
Yo recuerdo mis veranos infantiles que consistían en disponer,
con mis amigos, irnos a los “chilancos” del río a bañarnos, desde últimos de Mayo hasta primeros de Junio, porque luego entrado el verano yo estaba pendiente de la llegada al Hotel de los veraneantes de Jaén, que venían todos los años, y como mi padre tenía gran amistad con Manolo Pérez Burgos, que en aquella época era el duelo del hotel, yo entonces me iba a bañar con ellos a la alberca que tenían allí que entonces servía como piscina aunque en realidad con agua sucia y sin depuradora, que entonces eso en el pueblo no existía.
Recuerdo como me lo pasaba con aquella familia que tenía tres hijos varones, y estábamos jugando por aquellas huertas, todo el día, nos bañábamos por las tardes y su madre llamada Luci, que era una Sra. guapísima, y buenísima, les subía la merienda, cada día, y a mí también me la daba. Allí conocí yo por primera vez, en los años 1950, los bocadillos de salchichón. Era una familia que tenía dos criadas y eran asiduos veraneantes, cada año, en el Hotel junto con otras familias de Jaén que llenaban el edificio.
Había entonces otros dos sitios donde todo el mundo disfrutaba del verano y nosotros los niños nos lo pasábamos bomba, uno era la clásica visita al paseo de la Fuente de la Negra para disfrutar del fresco de la noche, establecer charla y contacto con los vecinos y, lo más importante, cuando llegaba la hora de irse para la cama había que llevarse el botijo lleno de ese agua, casi helada, que en verano proporciona nuestra fuente y poder preparar el cuerpo para conciliar el sueño mitigando el excesivo calor canicular.
El otro sitio era el cine de verano, que no era a diario pero si al menos dos o tres días por semana.
Era este otro lugar que en nuestro pueblo era de casi obligada visita porque las familias se congregaban allí, botijo incluido, para ver una película, de Saez de Heredia, tomar una gaseosa de aquellas de tapón de bola o comer una bolsa de pipas de girasol, a la vez que acariciaban el aire fresco que llevaba del río y que se convertía en nuestra brisa particular,
Era un verano muy humilde, un verano con muchas carencias y limitaciones, pero un verano feliz y tranquilo con mucho olor a pueblo, a vecinos, a hogar, a familia y a ilusión por un futuro más halagüeño y más esperanzador. Pero después de todo era nuestro verano y yo lo recuerdo con mucho cariño.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
D. Manuel, ¡cuantos recuerdos tan especiales nos trae usted a este foro! ¡bonitos recuerdos de nuestra niñez!
Bonito relato LARA LEMUS, se olvidó de poner su cuenta de correo y le sale el mensaje ANONIMO, supongo que es usted.

Saludos.