EL CASINO
Era el Casino del Progreso, en aquellos primeros años de su andadura, años 1940, bastante utilizado como recurso cultural y social de nuestro pueblo que ahora porque en el se celebraban, algunos sábados, espectáculos de malabaristas o magos, algún que otro “cantaor” y bailes en fechas puntuales como la Navidad.
Allí acudían las familias de los socios y yo recuerdo que era muy corriente que se realizaran rifas para sacar algún dinero para pagar a los que actuaban porque la entrada era gratuita.
Pero la celebración estrella en el casino era, sin duda alguna, el baile de la fiestas de Fuensanta que se celebraba en la plaza de arriba, o sea la plaza del Ayuntamiento.
Cada año cuando llegaba la feria se montaba una caseta en dicha plaza, se vallaba todo el recinto, se ponía un escenario para que actuara la orquesta, un bar sillas y mesas para que se sentaran los socios y sus familias y una pista bastante grande para poder bailar.
La verdad es que hasta ahí todo muy bien pero si yo les digo que las vallas tenían un metro de altura, que solo podían entrar al recinto las familias de los socios o los invitados forasteros, la cosa cambia, no porque no se puedan mantener casetas en las ferias en asociaciones, empresas, sociedades, en las que solo pueden entrar sus socios, porque eso sucede en todas las ferias de España, sino porque las vallas, al ser tan bajas, permitían que se estableciera una comunicación, solo visual y auditiva con el resto del pueblo que no era socio del casino y que se amontonaba alrededor de aquella valla rectangular para ver desde fuera lo que otros estaban haciendo dentro. Y lo más curioso de todo es que esto que para los de otros pueblos podría considerarse una afrenta y una discriminación bochornosa para los del pueblo era motivo de diversión porque aunque había muchas familias que al no pertenecer a la sociedad no podían estar dentro, al menos desde allí podían ver todo lo que sucedía, podían escuchar a la orquesta y ver las piernas de las bailarinas o animadoras y así de alguna manera participaban también en aquel espectáculo.
Era nuestra fiesta, era una fiesta original, Fuensanta también lo es en muchos aspectos, y eso nos hace distintos a otros pueblos, nos hace tener un personalidad propia y una cierta originalidad.
Esto lo corrobora el que un año esa plaza no la ocupó el Casino del Progreso sino un grupo de amigos que hicieron una empresa, la vallaron con ladrillo hasta arriba y eso al pueblo le sentó muy mal, protestaron muchísimo y nunca más el baile de la plaza y del casino estuvo ocultado ante los ojos de todos los fuensanteños. Lo ideal, por supuesto, es que todo el pueblo hubiera estado dentro de aquella valla, como sucede en la actualidad, aunque ya no exista el baile del casino. Eran otros tiempos muy difíciles, política, social y económicamente, pero yo que he sido presidente del casino les puedo asegurar que en sus estatutos iniciales nunca hubo discriminación alguna en torno a la forma de convertirse en socio. El procedimiento era solicitarlo después se habría un plazo en el que los socios podían votar con sí ó no y si salía mayoría el aspirante era admitido. Lo dicho es que Fuensanta no es como todo el mundo, Fuensanta, para bien, es muy especial. Fuensanta es única.
Era el Casino del Progreso, en aquellos primeros años de su andadura, años 1940, bastante utilizado como recurso cultural y social de nuestro pueblo que ahora porque en el se celebraban, algunos sábados, espectáculos de malabaristas o magos, algún que otro “cantaor” y bailes en fechas puntuales como la Navidad.
Allí acudían las familias de los socios y yo recuerdo que era muy corriente que se realizaran rifas para sacar algún dinero para pagar a los que actuaban porque la entrada era gratuita.
Pero la celebración estrella en el casino era, sin duda alguna, el baile de la fiestas de Fuensanta que se celebraba en la plaza de arriba, o sea la plaza del Ayuntamiento.
Cada año cuando llegaba la feria se montaba una caseta en dicha plaza, se vallaba todo el recinto, se ponía un escenario para que actuara la orquesta, un bar sillas y mesas para que se sentaran los socios y sus familias y una pista bastante grande para poder bailar.
La verdad es que hasta ahí todo muy bien pero si yo les digo que las vallas tenían un metro de altura, que solo podían entrar al recinto las familias de los socios o los invitados forasteros, la cosa cambia, no porque no se puedan mantener casetas en las ferias en asociaciones, empresas, sociedades, en las que solo pueden entrar sus socios, porque eso sucede en todas las ferias de España, sino porque las vallas, al ser tan bajas, permitían que se estableciera una comunicación, solo visual y auditiva con el resto del pueblo que no era socio del casino y que se amontonaba alrededor de aquella valla rectangular para ver desde fuera lo que otros estaban haciendo dentro. Y lo más curioso de todo es que esto que para los de otros pueblos podría considerarse una afrenta y una discriminación bochornosa para los del pueblo era motivo de diversión porque aunque había muchas familias que al no pertenecer a la sociedad no podían estar dentro, al menos desde allí podían ver todo lo que sucedía, podían escuchar a la orquesta y ver las piernas de las bailarinas o animadoras y así de alguna manera participaban también en aquel espectáculo.
Era nuestra fiesta, era una fiesta original, Fuensanta también lo es en muchos aspectos, y eso nos hace distintos a otros pueblos, nos hace tener un personalidad propia y una cierta originalidad.
Esto lo corrobora el que un año esa plaza no la ocupó el Casino del Progreso sino un grupo de amigos que hicieron una empresa, la vallaron con ladrillo hasta arriba y eso al pueblo le sentó muy mal, protestaron muchísimo y nunca más el baile de la plaza y del casino estuvo ocultado ante los ojos de todos los fuensanteños. Lo ideal, por supuesto, es que todo el pueblo hubiera estado dentro de aquella valla, como sucede en la actualidad, aunque ya no exista el baile del casino. Eran otros tiempos muy difíciles, política, social y económicamente, pero yo que he sido presidente del casino les puedo asegurar que en sus estatutos iniciales nunca hubo discriminación alguna en torno a la forma de convertirse en socio. El procedimiento era solicitarlo después se habría un plazo en el que los socios podían votar con sí ó no y si salía mayoría el aspirante era admitido. Lo dicho es que Fuensanta no es como todo el mundo, Fuensanta, para bien, es muy especial. Fuensanta es única.