CONTINUACIÓN
Al final de ese viaje, Toledo, la Imperial, quieta en el Tiempo.
En ella, las palabras se deshacen, no sirven: me faltan o me sobran.
(Para hablar de Toledo tendría que inventarlas).
Sus calles tan estrechas y sus plazas en sombra.
Una voz melancólica: el Tajo,
que llena de murmullos sus rincones.
Y llegar hasta el Cristo de la Vega
o desandar estancias
de la Casa del Greco o del Alcázar trágico.
Plazuelas, tortuosas callecitas
-la del Hombre de Palo o la del Pozo Amargo-,
mezquitas, sinagogas,
derraman -alma en pena- a Garcilaso.
El Puente San Martín, el Lazarillo,
angostos, recoletos cobertizos, la Catedral oscura
y contemplar la noche de Toledo, sumergida en un valle,
con luces amarillas y cielo alucinante de colores.
(¿La Ciudad Imperial guarda un fantasml...?
La galera de mago me regala un amigo.
¡Un amigo en Toledo!
Te recuerdo, Santiago de la Puente, Plaza del Salvador Nº 4.
Tu tienda de cerámicas, tu simpatía, tu amistad, tu mano).
Quieto está en su lugar fuera del tiempo.
Quieto está en mis recuerdos (una clase de Historia en el colegio),
el siglo XVI, el Rey Felipe -Don Felipe II-,
la austera sombra del Monarca Triste,
los tapices soberbios.
Quieto está El Escorial. Frente a él se silencian las palabras.
Y en la tarde -de insoportable frío- castellana,
sentir que esto también me lo guardaba
España.
¡La España de los Libros en mis manos...!
¡Una aldea... ni eso) un caserío, perdido en la provincia burgalesa!
Los hombres a la tierra, miradas recelosas
(“ ¿Una turista aquí...?”)
Es Vivar, la del Cid,
apenas una sombra -o un fantasma.
Casas (piedra y adobe). Tejados rojos. Barro. Tierra. Nada.
(“ ¿Viene usted de Argentina hasta Vivar...? Pues, menudo viaje el suyo para nada. ¡Que nos han tirado la casa de ‘Rodrigo’, para poner allí un supermercado y tal...! No sé para qué le queremos, a tan poca distancia de Burgos… ¡Ciudad grande Burgos... así dicen! Porque lo que es yo no he estado jamás. Aquí donde me ve, he sido mujer de rienda corta y no me he movido de la aldea en ochenta y cinco años...”) me lo dijo una anciana de más allá el convento, /de cara enmohecida y negro pañolón en la cabeza./ Lo recuerda una estatua -imagen juvenil del Cid- que dice:
VIVAR AL CID
(tan simples tres palabras).
Y así, como si nada, se termina la cuna de las letras castellanas.
Desando a pie el camino -el inicial camino del destierro-
(“Mio Cid salio de Bivar - pora Burgos adeliñado,
assi dexa sus palaçios - yermos e desheredados...”) y
Burgos
me recibe con el río Arlanzón, desde sus puentes blancos
(“que son plátanos -dicen- que castaños...”)
¡vaya uno a saber...!
Burgos es Burgos por derecho propio,
porque es cuna del Cid, de la Literatura,
porque las torres de su Catedral se alzan
del frío de su suelo,
y porque aún resuenan los pasos del más noble caballero
que luchó por su Dios, por su Honor, por su Rey
… y por España!
Después se sucedieron poesía y leyenda de la mano.
Mediodía. En tren llegué hasta
Ocaña,
pueblecito pequeño de la augusta Toledo.
Todo blanco, mecido en otro siglo.
Callejuelas del todo silenciosas
(¿y la vida...? Un lento deslizarse, un dejarse vivir).
Pero la Historia -o la Leyenda- están:
la “Calle de los Mártires de Ocaña”,
un convento fundado por Teresa, nuestra Santa de Ávila,
los malos pasos de un Comendador y un nombre inolvidable:
“Peribáñez”, la mención en las “Coplas...” de Manrique
(“en la su villa de Ocaña /vino la Muerte a llamar a su puerta...”)
y una Plaza Mayor que habla sola de un Tiempo que hoy no existe.
(¿Era acaso la única habitante de la Villa...? ¡Inolvidable!)
El Toboso y Campo de Criptana, Ciudad Real,
Argamasilla de Alba y Alcázar de San Juan
(¡qué nombres - ¡ay!- qué nombres de qué pueblos,
para quienes amamos al Quijote
y también a Sancho Panza!)
¡Esta es tierra de España.
Esta es
La Mancha...!
¡Esta es tierra de España! Tierra manchega, seca,
tremenda y anchurosa.
-“Manxa”, en árabe, dice “tierra seca”-,
intensos amarillos se horizontan en planicie rojiza.
Y con sus aspas quietas, un molino de viento.
Hermano don Quijote, hermano Sancho,
entre las voces broncas, vais andandoyhablando, eternas sombras.
Como el Hombre, doliente. ¡Más... vencido,
hermano don Quijote!
Como el Hombre, creciendo en tus raíces,
hermano Sancho... Hombre.
Hombretierra... Hombrespaña...
Hombremundo...
¡Hombre! (CONTINÚA)
Al final de ese viaje, Toledo, la Imperial, quieta en el Tiempo.
En ella, las palabras se deshacen, no sirven: me faltan o me sobran.
(Para hablar de Toledo tendría que inventarlas).
Sus calles tan estrechas y sus plazas en sombra.
Una voz melancólica: el Tajo,
que llena de murmullos sus rincones.
Y llegar hasta el Cristo de la Vega
o desandar estancias
de la Casa del Greco o del Alcázar trágico.
Plazuelas, tortuosas callecitas
-la del Hombre de Palo o la del Pozo Amargo-,
mezquitas, sinagogas,
derraman -alma en pena- a Garcilaso.
El Puente San Martín, el Lazarillo,
angostos, recoletos cobertizos, la Catedral oscura
y contemplar la noche de Toledo, sumergida en un valle,
con luces amarillas y cielo alucinante de colores.
(¿La Ciudad Imperial guarda un fantasml...?
La galera de mago me regala un amigo.
¡Un amigo en Toledo!
Te recuerdo, Santiago de la Puente, Plaza del Salvador Nº 4.
Tu tienda de cerámicas, tu simpatía, tu amistad, tu mano).
Quieto está en su lugar fuera del tiempo.
Quieto está en mis recuerdos (una clase de Historia en el colegio),
el siglo XVI, el Rey Felipe -Don Felipe II-,
la austera sombra del Monarca Triste,
los tapices soberbios.
Quieto está El Escorial. Frente a él se silencian las palabras.
Y en la tarde -de insoportable frío- castellana,
sentir que esto también me lo guardaba
España.
¡La España de los Libros en mis manos...!
¡Una aldea... ni eso) un caserío, perdido en la provincia burgalesa!
Los hombres a la tierra, miradas recelosas
(“ ¿Una turista aquí...?”)
Es Vivar, la del Cid,
apenas una sombra -o un fantasma.
Casas (piedra y adobe). Tejados rojos. Barro. Tierra. Nada.
(“ ¿Viene usted de Argentina hasta Vivar...? Pues, menudo viaje el suyo para nada. ¡Que nos han tirado la casa de ‘Rodrigo’, para poner allí un supermercado y tal...! No sé para qué le queremos, a tan poca distancia de Burgos… ¡Ciudad grande Burgos... así dicen! Porque lo que es yo no he estado jamás. Aquí donde me ve, he sido mujer de rienda corta y no me he movido de la aldea en ochenta y cinco años...”) me lo dijo una anciana de más allá el convento, /de cara enmohecida y negro pañolón en la cabeza./ Lo recuerda una estatua -imagen juvenil del Cid- que dice:
VIVAR AL CID
(tan simples tres palabras).
Y así, como si nada, se termina la cuna de las letras castellanas.
Desando a pie el camino -el inicial camino del destierro-
(“Mio Cid salio de Bivar - pora Burgos adeliñado,
assi dexa sus palaçios - yermos e desheredados...”) y
Burgos
me recibe con el río Arlanzón, desde sus puentes blancos
(“que son plátanos -dicen- que castaños...”)
¡vaya uno a saber...!
Burgos es Burgos por derecho propio,
porque es cuna del Cid, de la Literatura,
porque las torres de su Catedral se alzan
del frío de su suelo,
y porque aún resuenan los pasos del más noble caballero
que luchó por su Dios, por su Honor, por su Rey
… y por España!
Después se sucedieron poesía y leyenda de la mano.
Mediodía. En tren llegué hasta
Ocaña,
pueblecito pequeño de la augusta Toledo.
Todo blanco, mecido en otro siglo.
Callejuelas del todo silenciosas
(¿y la vida...? Un lento deslizarse, un dejarse vivir).
Pero la Historia -o la Leyenda- están:
la “Calle de los Mártires de Ocaña”,
un convento fundado por Teresa, nuestra Santa de Ávila,
los malos pasos de un Comendador y un nombre inolvidable:
“Peribáñez”, la mención en las “Coplas...” de Manrique
(“en la su villa de Ocaña /vino la Muerte a llamar a su puerta...”)
y una Plaza Mayor que habla sola de un Tiempo que hoy no existe.
(¿Era acaso la única habitante de la Villa...? ¡Inolvidable!)
El Toboso y Campo de Criptana, Ciudad Real,
Argamasilla de Alba y Alcázar de San Juan
(¡qué nombres - ¡ay!- qué nombres de qué pueblos,
para quienes amamos al Quijote
y también a Sancho Panza!)
¡Esta es tierra de España.
Esta es
La Mancha...!
¡Esta es tierra de España! Tierra manchega, seca,
tremenda y anchurosa.
-“Manxa”, en árabe, dice “tierra seca”-,
intensos amarillos se horizontan en planicie rojiza.
Y con sus aspas quietas, un molino de viento.
Hermano don Quijote, hermano Sancho,
entre las voces broncas, vais andandoyhablando, eternas sombras.
Como el Hombre, doliente. ¡Más... vencido,
hermano don Quijote!
Como el Hombre, creciendo en tus raíces,
hermano Sancho... Hombre.
Hombretierra... Hombrespaña...
Hombremundo...
¡Hombre! (CONTINÚA)