CONTINUACIÓN
Siguiendo santas huellas llegué a Ávila:
arcaica… más…! pequeña!
Tierra reseca y picachos grises.
Hay un frío distinto, hostil, en ella... Es grisácea, amurallada en Santos.
Su Tiempo, monacal, como su alma.
¿San Juan...? ¿Santa Teresa...? Tras las murallas, viven.
Hacia el Norte, mi viaje literario. Literatura y geografía, juntas.
Memorable portal la identifica:
es la
Universidad de Salamanca.
Un bedel va conmigo de la Capilla hasta el Aula Magna.
Allí resuenan ecos de Unamuno:
“Este es el Templo de la Inteligencia y yo, yo soy su sumo sacerdote...”
Caminando, con el bedel al lado,
me deja ver el Libro de Cantos Gregorianos de Salinas.
Y al fin abre la puerta que da paso al Aula de Fray Luis:
severa sensación de otra época.
Estar, por un momento, en el estrado -es cierto, lo viví-
con la misma visión del gran poeta, cuando dijo -o dicen que lo dijo-
“Decíamos ayer...”
Seguí la calle de Detentenecio, leyenda salmantina,
desemboqué en el Tormes,
donde un puente y un toro guardan huellas
de un “Lazarillo...” y de su amo ciego.
Una pausa en Madrid.
Un entreveramiento de oscuras y de estrechas callejuelas
y portales antiguos.
La calle de Cervantes…
allí la casa de otro genio: Lope.
Y en la calle, que al Fénix de las Letras
le rinde
el homenaje de su nombre,
la “casa de Cervantes” muestra cómo
el tiempo y la distancia nos reservan
paradojas extrañas: ¡cediéndose las calles uno al otro…!
Es que ellas se suceden con nombres memorables:
son las calles de Góngora y Quevedo
y también las de Tirso y Calderón...
Un aire entre castizo y entrañable,
bien de Siglo de Oro... ¡Bien de España!
El Sur, caliente y blanco. Andalucía.
Las casas encaladas.
Sevilla
se me abrió con naranjales.
Barrio de Santa Cruz... Plaza de Elvira...
¡Plenitud inefable!
Monumento a Don Juan... Y en la Hostería del Laurel,
revivir el primer acto del drama:
-“ ¿La Hostería del Laurel?
-En ella estáis, caballero...”
Y caminar por esas callecitas... Perderse en ellas una y otra vez.
Tan solo caminantes van por ellas, gozando su misterio.
Ahí está la Giralda, un poco más allá
el Guadalquivir y la Torre del Oro.
Y alejados,
Nuestra Señora de la Esperanza Macarena,
con el Cristo muy cerca…. ¡Y las lágrimas!
Del siglo XVII y del Tenorio -que nos acerca a Tirso y a Zorrilla-
se abre otro camino.
Rumor de golondrinas... y se ennegrece el cielo!
Es el tiempo romántico y es Bécquer, es misterio... es amor... es poesía.
“Rimas...” que vuelven, una vez y otra:
recordarán por siempre
que no es mentira que el amor exista.
“Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante un altar,
como yo te he querido... desengáñate...
¡así no te querrán...!”
¡Sevilla fuera acaso lo más lindo del mundo...! ¡Pero no!
Porque mi España sigue.
De pronto, el panorama es todo verde (una nota de gaita desolada…),
portales con escudos esculpidos en piedra.
Y la lluvia incansable. Lugares recoletos…
Es Galicia, es Santiago y es Coruña, Cambados y Padrón…
y cae la lluvia!
“Airiños, airiños aires,
airiños da miña terra;
airiños, airiños aires,
airiños, levaime a ela…”
Airiños da tua terra, Rosalía...
Siguiendo santas huellas llegué a Ávila:
arcaica… más…! pequeña!
Tierra reseca y picachos grises.
Hay un frío distinto, hostil, en ella... Es grisácea, amurallada en Santos.
Su Tiempo, monacal, como su alma.
¿San Juan...? ¿Santa Teresa...? Tras las murallas, viven.
Hacia el Norte, mi viaje literario. Literatura y geografía, juntas.
Memorable portal la identifica:
es la
Universidad de Salamanca.
Un bedel va conmigo de la Capilla hasta el Aula Magna.
Allí resuenan ecos de Unamuno:
“Este es el Templo de la Inteligencia y yo, yo soy su sumo sacerdote...”
Caminando, con el bedel al lado,
me deja ver el Libro de Cantos Gregorianos de Salinas.
Y al fin abre la puerta que da paso al Aula de Fray Luis:
severa sensación de otra época.
Estar, por un momento, en el estrado -es cierto, lo viví-
con la misma visión del gran poeta, cuando dijo -o dicen que lo dijo-
“Decíamos ayer...”
Seguí la calle de Detentenecio, leyenda salmantina,
desemboqué en el Tormes,
donde un puente y un toro guardan huellas
de un “Lazarillo...” y de su amo ciego.
Una pausa en Madrid.
Un entreveramiento de oscuras y de estrechas callejuelas
y portales antiguos.
La calle de Cervantes…
allí la casa de otro genio: Lope.
Y en la calle, que al Fénix de las Letras
le rinde
el homenaje de su nombre,
la “casa de Cervantes” muestra cómo
el tiempo y la distancia nos reservan
paradojas extrañas: ¡cediéndose las calles uno al otro…!
Es que ellas se suceden con nombres memorables:
son las calles de Góngora y Quevedo
y también las de Tirso y Calderón...
Un aire entre castizo y entrañable,
bien de Siglo de Oro... ¡Bien de España!
El Sur, caliente y blanco. Andalucía.
Las casas encaladas.
Sevilla
se me abrió con naranjales.
Barrio de Santa Cruz... Plaza de Elvira...
¡Plenitud inefable!
Monumento a Don Juan... Y en la Hostería del Laurel,
revivir el primer acto del drama:
-“ ¿La Hostería del Laurel?
-En ella estáis, caballero...”
Y caminar por esas callecitas... Perderse en ellas una y otra vez.
Tan solo caminantes van por ellas, gozando su misterio.
Ahí está la Giralda, un poco más allá
el Guadalquivir y la Torre del Oro.
Y alejados,
Nuestra Señora de la Esperanza Macarena,
con el Cristo muy cerca…. ¡Y las lágrimas!
Del siglo XVII y del Tenorio -que nos acerca a Tirso y a Zorrilla-
se abre otro camino.
Rumor de golondrinas... y se ennegrece el cielo!
Es el tiempo romántico y es Bécquer, es misterio... es amor... es poesía.
“Rimas...” que vuelven, una vez y otra:
recordarán por siempre
que no es mentira que el amor exista.
“Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante un altar,
como yo te he querido... desengáñate...
¡así no te querrán...!”
¡Sevilla fuera acaso lo más lindo del mundo...! ¡Pero no!
Porque mi España sigue.
De pronto, el panorama es todo verde (una nota de gaita desolada…),
portales con escudos esculpidos en piedra.
Y la lluvia incansable. Lugares recoletos…
Es Galicia, es Santiago y es Coruña, Cambados y Padrón…
y cae la lluvia!
“Airiños, airiños aires,
airiños da miña terra;
airiños, airiños aires,
airiños, levaime a ela…”
Airiños da tua terra, Rosalía...